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Que entre el diablo y escoja

La disputa entre el presidente Boris Yeltstin y el Parlamento de origen soviético no tiene nada que ver con la defensa de la democracia.

25 de octubre de 1993

EL 22 DE SEPTIEMBRE, RUSIA SE DESPERTO con la noticia de que, a falta de uno, tenía dos presidentes: Boris Yeltsin y Aleksandr Rutskoi. La situación se presentó cuando el primero, cansado de meses de enfrentamientos estériles, disolvió a sus eternos rivales, el Soviet Supremo (Parlamento) y el Congreso de Diputados del Pueblo.
Rutskoi se convirtió en "presidente" por cuenta de la reacción del Soviet que, a su turno, destituyó a Yeltsin por sus medidas "inconstitucionales".
Con el correr de las horas se fue conociendo quién era quién. Yeltsin se mostró tranquilo, caminando por Moscú acompañado por el general Pavel Grachov, ministro de Defensa. En menos de 48 horas recogió el apoyo de las Fuerzas Armadas y de Seguridad, mientras todas la repúblicas de la ex Unión Soviética le manifestaban su apoyo. El mundo entero hizo lo mismo, comenzando por la irónica sonrisa del presidente estadounidense, Bill Clinton, cuando se refirió a Rutskoi en la TV.
Mientras tanto la Casa Blanca, sede del Parlamento, se llenaba de sombras. Imitando la resistencia al golpe de agosto de 1991, los partidarios del Congreso hicieron barricadas en tanto que sus dirigentes llamaban a la insubordinación civil. Pero solo unos pocos miles de personas decidieron iniciar una vigilia para proteger a sus representantes.
Rutskoi, apoyado por el presidente del parlamento, Ruslan Jasbulatov, asumió sus funciones "presidenciales" y su ministro de Defensa, el general Achalov, acusado de participar en el golpe de agosto de 1991, llamó al Ejército a defender la Casa Blanca, pero nadie llegó. Y en el desorden de un edificio sin teléfonos ni comunicaciones, de barbados y cansados parlamentarios, pequeños carteles de papel señalaban las oficinas de los flamantes ministros. Al cierre de esta edición, no se sabía cuál iba a ser la suerte de los parlamentarios encerrados en la Casa Blanca. Pero en las calles de Moscú la vida seguía igual. La lucha de poder no pareció conmover a los moscovitas, que continuaron impávidos con sus actividades.
La clave de quién ganará parece estar en las provincias, donde, según funcionarios del Gobierno, al momento de escribir esta nota, dos tercios de los gobernadores de las 88 regiones apoyaban a Yeltsin, cuatro lo condenaban y siete no habían decidido, incluyendo repúblicas muy importantes como Tatarstán. Según el análisis del diario Nezavisimays sazeta, la respuesta de las provincias dcpenderá de las concesiones económicas que haga Yeltsin. En último caso, e] presidente tiene el recurso de cambiar a los representantes del Ejecutivo, y no se excluye "la posibilidad de adelantar las elecciones en aquellas regiones rebeldes, o la imposición del régimen presidencial en ellas".

EL REY BORIS
Es casi unánime la opinión de que era inevitable cambiar la vieja Constitución heredada del régimen estalinista. Pero aun entre los partidarios de Yeltsin, las opiniones se dividen al evaluar los medios utilizados por éste. El periódico en inglés The Moscow Times editorializa diciendo que "todo instinto tiembla ante la idea de un hombre que por su propia iniciativa se coloque por encima de la Constitución y tome la ley en sus manos".
El presidente Yeltsin se ha dado a la tarea de redefinir aspectos ruciales de la Carta, como la configuración del Gobierno y los órganos de poder central, medIante una cascada de decretos o "úkases" que definen "la situación de los órganos federales de poder en el periodo de transición", y las elecciones para diputados de la Duma (Parlamento) Estatal.
Según esas normas, la Asamblea Federal será el nuevo órgano representativo y legislativo de la Federación Rusa. Esta asamblea estará conformada por dos cámaras: el Consejo de la Federación y la Duma Estatal. El Consejo de la Federación estará formado por los poderes Legislativo y Ejecutivo de cada región de la Federación Rusa hasta 1995. Es decir, se trata de un cuerpo no electo.
Esto crea la situación sin precedentes de que un cuerpo parlamentario estará conformado en un 50 por ciento por miembros del órgano Ejecutivo de las provincias y regiones que, en su gran mayoría, son nombrados por el presidente Yeltsin.
Además, las leyes votadas en la Duma del Estado deberán ser confirmadas por una votación de dos tercios de los miembros de esta Cámara Alta. Un simple cálculo aritmético concluye que Yeltsin contará con amplia mayoría tanto en la Cámara Alta como en la Duma que se elegirá en diciembre.
De esa forma, si se trata de determinar quién es más "democrático" la respuesta es que entre el diablo y escoja. Por eso el respaldo de Estados Unidos a Yeltsin, que se ha tratado de basar en sus mejores credenciales democráticas, esconde el verdadero interés de Occidente por las inmensas posibilidades de negocios de una Rusia occidentalizada y capitalista.
Lo cierto es que detrás de las argumentaciones sobre la constitucionalidad o inconstitucionalidad de las medidas de Yeltsin, y detrás del enfrentamiento entre Ejecutivo y Legislativo, lo que subyace es la lucha entre quienes rompieron primero con el orden comunista totalitario y quienes quieren mantener su esencia. Es la pelea entre las nuevas y las viejas élites, entre los viejos burócratas y los nuevos empresarios. Al fin y al cabo el Soviet Supremo y su hermano mayor, el Congreso de Diputados del Pueblo, son herencias del régimen comunista, escogidos, más que elegidos, en un año que hoy parece remoto; 1989 Yeltsin sabe que los diputados no han pasado como él por la prueba de las urnas, a las que temen por naturaleza, y por eso su llamado a celebrar anticipadamente elecciones parlamentarias y presidenciales en forma simultánea.
Como telón de fondo, la transformación de la economía centralizada y planificada de los comunistas, por una de mercado, ha anarquizado cada vez más a Rusia. El rublo aumento de 1.000 a 1.400 por dólar en dos días. Los economistas pronostican un enorme aumento del déficit presupuestal y la llegada de la hiperinflación. Los rusos sólo piensan en "recoger la papa", es decir, en la cada vez más difícil lucha por sobrevivir. Y las leyes rigen cada vez menos, en un país donde la gasolina se vende directamente de los camiones cisterna y el pan en las camionetas de reparto, antes de que logren llegar a las bombas o a las panaderías. A eso hay que agregar un Ejército descontento, varios conflictos armados en su frontera caucásica (ver recuadro), y una sorda lucha por el poder entre las regiones y el Gobierno central.
En este escenario, las vidas de millones de personas, que lo tenían todo asegurado bajo el comunismo, han quedado irremisiblemente afectadas por el cierre de industrias obsoletas o ineficientes y por la desaparición de los enormes subsidios que, entre otras cosas, hicieron imposible el funcionamiento de la economía colectivista. Esos millones de personas no tienen nada que perder, porque las bondades del capitalismo, si es que algún día llegan, no les alcanzarán a redimir. Y en un país donde las pasiones políticas recién están despertando después de décadas de letargo, cualquier cosa es posible.

Guerra en el Cáucaso
EL DESMENBRAMIENTO DE LA Unión Soviética dio paso, como lo advirtió su último presidente, Mijail Gorbachov, a una seria de guerras civiles localizadas en diferentes puntos de su inmensa geografía. Moldavia, una república arrancada de Rumania por Stalin, está convulsionada por quienes quieren reintegrar su patria histórica, mientras la región del Transdniéster quiere separarse para integrarse con Rusia. En Tajikistán, el gobierno compuesto por antiguos comunistas lucha contra grupos del fundamentalismo islámico, en un conflicto que tiene implicaciones para todo el sector musulmán de la antigua URSS. En Azerbaiyán los cristianos armenios luchan con los musulmanes azeríes por un pedazo de tierra conocido como Nagorno-Karabakh, mientras rebeldes de ésta última etnia combaten contra el manejo que el Gobierno les ha dado al conflicto con los armenios.
Se trata de una situación fluctuante, en la que los ceses al fuego y los acuerdos de pacificación se alternan y la paz nunca se consigue en forma total.
En ese escenario delirante, un conficto ocupó, la semana pasada, los titulares de los diarios. Fue en de la pintoresca república de Georgia, un enclave de clima benigno y hermosas playas situadoal borde del mar Negro.
Parte de la atracción de ese conflicto se debe a que uno de sus protagonistas es Eduard Shevardnadze, recordado en Occidente como el carismático ministro de Relaciones Exteriores de Mijail Gorbachov. Pero más allá de esa circunstancia, la situación de Georgia parece resumir el panorama apocalíptico del derrumbe del imperio soviético.
En Georgia se lucha alternativamente -y en ocasiones en forma simultánea -en tres frentes. Uno es el de los rebeldes de Abjazia, la región más occidental del país, que combaten desde hace un año por independizarse de la república. Otro es el de Osetia del Sur, donde la minoría rusa lucha por integrarse con Osetia del Norte, que forma parte de la Federación Rusa. Y para complicar las cosas están los partidarios del depuesto presidente Zviad Gamsajurdia, quienes han jurado no dejar las armas hasta que devuelvan a su líder al poder en Tblisi.
La semana pasada los rebeldes abjazios se encontraban a punto de tomarse la ciudad de Sujumi, el último bastión de las fuerzas gubernamentales georgianas, donde el propio Shevardnadze intentaba con su presencia elevar la moral de sus tropas. Pero el derribo de dos aviones de transporte comercial, cuando intentaban usar la pista del aeropuerto local, subrayó lo crítico de su situación.
Shevardnadze aspira a que Rusia intervenga para detener la carnicería, pero esa era una posibilidad cada vez más remota. La razón no sólo reside en las dificultades del presidente Boris Yeltsin para mantenerse en el poder, sino la creciente desobediencia del Ejército ruso, cuyas unidades parecen obrar como entes independientes. El propio Shevardnadse denunció que los rebeldes han recibido armas donadas o vendidas por soldados rusos de la región.