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QUIEN TUMBA AL GENERAL

A pesar del paro general, Noriega, el hombre fuerte de Panamá, no arriesga su trono.

13 de julio de 1987

Fue una revuelta que habría preocupado hasta al mismo Vasco Nuñez de Balboa y a su perro Leoncico. La tierra a la que el conquistador español llegó hace casi 500 años está hoy, tal como ayer, sumida en divisiones y tumultos.

En efecto, Panamá vivió la semana pasada hechos tan confusos, que hoy hacen temer una vez más por la suerte de este pequeño pero estratégico país.

Todo comenzó a finales de la primera semana de junio, cuando el coronel Roberto Díaz Herrera, ex jefe del Estado Mayor, lanzó serias acusaciones contra el general Manuel Antonio Noriega, hombre fuerte de Panamá. Diaz Herrera sindicó a su antiguo jefe de haber participado en los asesinatos del general Omar Torrijos en 1981, y del ex ministro de Salud Hugo Spadafora en 1985; de haber fraguado un fraude electoral para que Nicolás Ardito Barletta subiera al poder en las elecciones de 1984, y de haberlo derrocado un año después.

No renunciaré
Las denuncias de Díaz Herrera causaron inmediato revuelo. No por lo novedosas--ya en ocasiones anteriores se había mencionado una eventual vinculación de Noriega a esos hechos--sino por la fuente de la cual provenían. Primo de Torrijos y estrecho colaborador suyo, Díaz Herrera fue--hasta cuando lo forzaron a retirarse hace algunas semanas--el segundo hombre de abordo dentro de las Fuerzas Militares. Como tal, y según su propia confesión, tomó parte activa en los acontecimientos de los que ahora acusa a Noriega.

La fuerza que le daba a las acusaciones el hecho de que provinieran de un hombre del corazón mismo de las Fuerzas Armadas, fue aprovechado de inmediato por las fuerzas de oposición. Estas, encabezadas por la Democracia Cristiana, grupos empresariales y gremiales y la Iglesia misma dieron comienzo a lo que se denominó una "cruzada civilista", cuya primera acción fue un llamado al paro general y a la desobediencia civil. Pocas horas más tarde, después de las primeras manifestaciones callejeras y las barricadas organizadas en los barrios, que produjeron varios heridos y cientos de detenidos, el gobierno del presidente Eric Del Valle decretó el estado de emergencia nacional y suspendió varias garantías constitucionales, entre ellas el derecho de asociación y la libertad de prensa. Los principales diarios de oposición fueron cerrados y censuradas parte de las transmisiones radiales. Los periodistas del Canal 13 de televisión fueron golpeados en sus lugares de trabajo, y varios grupos de prensa extranjera tuvieron que desplazarse a Bogotá para poder enviar sus transmisiones vía satélite, pues en Panamá alegaron un daño de la estación terrestre.

La respuesta oficial no se quedó ahí. El general Noriega, respaldado en pleno por las Fuerzas Militares, rechazó de inmediato cualquier posibilidad de renunciar. El coronel Díaz Herrera fue calificado de demente y sus acusaciones fueron catalogadas como parte de un complot entre los sectores de oposición y el gobierno norteamericano, para tratar de desestabilizar a Panamá e impedir el cumplimiento del Tratado Torrijos- Carter por el cual el Canal debe retornar a los panameños en 1999.

Cuánto hay de cierto en las denuncias de uno y otro lado, y hasta dónde los hechos de la semana pasada pueden dar lugar a una crisis generalizada en Panamá, es difícil de establecer. No obstante, según la información obtenida de varias fuentes consultadas por SEMANA, tanto quienes consideran que las protestas responden a un sentimiento general de la población, como aquellos que piensan que es la muestra de inconformismo de sólo ciertos sectores, parecen tener algo de razón.

Por una parte, si bien es cierto que Noriega no es ningún santo y que ha manipulado a los cinco presidentes que ha tenido Panamá en los últimos cinco años (ver recuadro) también lo es que las principales fuerzas interesadas en derrocarlo, pertenecen, ante todo, a la antigua oligarquía panameña, cuyo poder fue golpeado en 1968 por el general Torrijos.

En un país donde la principal fuente de riqueza proviene de los dividendos que le produce al Estado el servir de trampolín para las actividades de otros (financieras, comerciales), perder el control del gobierno significa perder no sólo el poder político, sino gran parte del poder económico, que en la era pre-Torrijos habían usufructuado los grupos que hoy encabeza la oposición.

Es también claro, sin embargo, que el respaldo que entonces obtuvo el general Torrijos para sus ideas nacionalistas, no resulta comparable con el que tiene hoy su sucesor en la Guardia Nacional. Las continuas acusaciones contra Noriega por el manejo que ha hecho del poder en su propio beneficio, tienen mucho fundamento. El propio Ardito Barletta, después de las declaraciones de Díaz Herrera confirmó que había sido obligado a renunciar, por la investigación que ordenó sobre el asesinato de Spadafora de la cual Díaz también sindica a Noriega. Spadafora, quien fue ministro de Salud de Torrijos y después se convirtió en colaborador de la guerrilla centroamericana y vendedor de armas, meses antes de su muerte acusó a Noriega de tráfico de droga y contrabando de armas. Como lo expresó un taxista en Ciudad de Panamá a un periodista colombiano, "el problema de Noriega es que lo quiere todo para él. Cuando estaba Torrijos por lo menos la mitad era del pueblo".

Visa USA
El papel de los Estados Unidos en todo este enredo tampoco es fácil de determinar. Ciertamente para los Estados Unidos la actitud nacionalista de Noriega, su defensa de la entrega del Canal, sus continuos ataques a los organismos financieros internacionales por el manejo de la deuda externa el apoyo a los sandinistas y su amistad con Cuba, resultan incómodas. Sin embargo, ello no quiere decir necesariamente que Estados Unidos esté interesado en organizar un complot para acabar con el general, tal como lo han querido hacer ver los norieguistas.

En palabras de un colaborador cercano del gobierno panameño consultado por SEMANA, "una cosa es lo que piensa el Departamento de Estado y otra lo que piensa el Pentágono". Y no es para menos. Mal que bien, Noriega a pesar de sus permanentes declaraciones anti-yanquis le ha permitido a las Fuerzas del Comando Sur con base en Panamá realizar maniobras más allá de lo establecido por el tratado Torrijos-Carter y ha sido un continuo colaborador de la CIA, según la propia prensa norteamericana. A pesar de sus conocidos vínculos con Fidel Castro, a quien le vende la tecnología que los norteamericanos le niegan, un funcionario de la misma CIA le dijo al Congreso de los Estados Unidos en 1986 que Noriega, aún siendo un doble espía de Washington y La Habana, le ha sido más útil a los Estados Unidos que a Cuba.

Los gorilas
A pesar de que al finalizar la semana el paro convocado por la oposición había sido un éxito y había logrado prácticamente paralizar a Panamá, son pocas las posibilidades de que Noriega caiga. El general controla totalmente las Fuerzas Armadas y, además, cuenta aún con el respaldo de los sectores de la población que consideran que, a pesar de todo, Noriega representa intereses nacionalistas que hay que defender, como la devolución del Canal.

Para estos sectores resulta claro, además, que el retorno del poder a manos de sus antiguos dueños tampoco sería una solución. Tal como lo manifestó la Federación de Empleados Públicos de Panamá, al negarse a participar en el paro general, "entre los gorilas y la oligarquía, nos quedamos con nuestros gorilas".

Lo que sí puede suceder es que los desórdenes lleven al general a tener que cuidarse un poco más en sus actuaciones, e incluso a introducir ciertos cambios que reduzcan el descontento de grupos importantes, como el sector empresarial panameño. Entre los cambios, según la opinión de un veterano periodista panameño consultado por SEMANA, estaría la necesidad de darle más participación a la empresa privada en la economía nacional y, posiblemente, un acuerdo con el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial sobre la deuda externa, para menguar la presión de los Estados Unidos.

Pero por remedo de democracia que parezca Panamá y por antipáticos que resulten el general Noriega y todas sus "gracias" lo cierto es que, por ahora, el general no tiene quien lo tumbe.

Un millón de amigos
No es la primera vez, ni será la última. Al general Manuel Antonio Noriega lo han acusado muchas veces y de muchas cosas. Este hombre regordete, de baja estatura, piel profundamente marcada por el acné y hablar desabrochado, ha sido el centro de muchas polémicas, desde cuando asumió el control absoluto de la vida panameña hacia 1982, tras la muerte un año antes del legendario general Torrijos y un corto mandato de otro general, Rubén Paredes.

No es difícil adivinarlo--que no verlo--en las avenidas de Ciudad de Panamá, escoltado por un convoy de guardaespaldas (dos carros atrás, uno adelante y varias motos), cuando pasa a grandes velocidades en su Mercedes Benz 450 SL, azul plateado, y todo el mundo tiene que arrimarse a la acera para darle paso.

Pero Noriega se ha destacado por mucho más que por la forma como lo protegen sus escoltas. Su fama ha traspasado fronteras debido a la forma como todo el mundo lo protege: la CIA, sandinistas y cubanos, banqueros en el exilio, inversionistas extranjeros, negociantes en armas y, según informes revelados el año pasado por la prensa norteamericana, traficantes de droga.

Y es que el general ha logrado montar en estos años un inmejorable sistema de prebendas semifeudales, que hacen que todos los negocios--lícitos e ilícitos--pasen por su escritorio. Si alguien quiere montar una flota de pesca con bandera panameña, nada mejor que meter en el negocio al general o alguien de su confianza. Si un grupo guerrillero suramericano quiere pasar unas armas por el Canal, los amigos de Noriega lo facilitarán por una módica comisión. Si los contras nicaraguenses quieren apertrechar a sus tropas, también encontrarán ayuda entre los hombres del general. Si Cuba necesita aparatos de betamax, cámaras fotográficas y microcomputadores, Noriega los venderá. Si la CIA quiere información sobre los cubanos, el general cobrará por ella. En fin, todo el que tenga un negocio que proponer, será escuchado.

Esto explica que todo el mundo--salvo algunos sectores de la oposición panameña--lo defienda, silenciosa o abiertamente. Washington tiene claro que, en el caso del general, es mejor aplicar aquello del "malo conocido", sobre todo si se tiene en cuenta lo tolerante que ha sido Noriega con las maniobras --muchas veces violatorias de los pactos Torrijos-Carter y otros acuerdos--de las tropas americanas del Comando Sur, apostadas en el Canal.

En fin, con su millón de amigos, el general tiene toda la razón de carcajearse cuando le hablan de la posibilidad de retirarse de su cargo. Así lo hizo el jueves en la mañana hablando para la cadena Caracol. Y es posible que así lo siga haciendo por varios años más.