Home

Mundo

Artículo

REAGAN PROPONE ANTE QUIEN NO DISPONE

En la ONU, Reagan hizo una propuesta que visiblemente no tendrá respuesta

25 de noviembre de 1985

Ostensiblemente, el discurso del presidente Ronald Reagan ante las Naciones Unidas iba dirigido a los delegados e invitados presentes en la Asamblea General. Pero en realidad su verdadero destinatario era otro, que no estaba en el recinto:
Mikhail Gorbachev. Porque no es en 1 ONU --organización que, como recordó Reagan, ha decepcionado a mundo por "su fracaso en el trato de los verdaderos problemas de seguridad"-- donde se deben discutir las cosas serias, sino en el ambiente más íntimo de Ginebra, donde el mes que viene se reunirán Reagan y Gorbachev.
Lo que hizo en la ONU el Presidente norteamericano fue simplemente darle al mundo un adelanto de lo que planteará como tema central de las conversaciones de Ginebra: no a la reducción de armamentos de las dos superpotencias, como vienen proponiendo los soviéticos, sino a la reducción de tropas extranjeras en los puntos calientes del planeta. Más específicamente: la reducción de tropas soviéticas, o amigas de la Unión Soviética.
Para el presidente Reagan, en efecto, los diversos conflictos locales que desgarran el mundo tienen en común el hecho de que son provocados por los comunistas. "Todos estos conflictos --aseveró-- tienen su origen en disputas locales, pero comparten una característica común: son la consecuencia de una ideología impuesta desde afuera, dividiendo las naciones y creando regímenes que están, casi desde el día en que toman el poder, en guerra con su propio pueblo. Y en cada caso, la guerra del marxismoleninismo contra el pueblo se convierte en guerra con los vecinos". La "paz real", señaló Reagan, pasa por la solución de esas guerras locales. Y para lograrla expuso lo que llamó un "plan audaz y realista", en tres etapas o niveles. Primero, la negociación entre las partes locales en conflicto. Segundo, la negociación directa entre los Estados Unidos y la Unión Soviética para respaldar lo acordado por sus respectivos protegidos y promover el objetivo "primordial" de los acuerdos: "eliminación verifcada de la presencia militar extranjera y restricción en el flujo de armamentos del exterior". Y finalmente, la vuelta al redil de las ovejas negras, cuando los Estados Unidos --ofrece el Presidente-- "responderían generosamente a la reconciliación democrática de esos regímenes con sus propios pueblos". Pero no antes: antes, los Estados Unidos se reservan el derecho de seguir interviniendo militarmente. Mientras no se alcancen "progresos defnitivos" en las negociaciones, "el apoyo norteamericano a la lucha de las fuerzas de resistencia democrática no debe cesar y no cesará".
Reagan enumeró cinco países de los cuales, de acuerdo con su propuesta, deben retirarse las tropas extranjeras. Afganistán, en donde "Hay 118 mil soldados soviéticos adelantando una guerra contra el pueblo afgano". Camboya, en donde "140 mil soldados vietnamitas con apoyo soviético adelantan una guerra de ocupación".
Etiopía, en donde "1.700 consejeros soviéticos participan en los planes militares y en operaciones de apoyo al tiempo con 2.500 combatientes cubanos". Angola, en donde "1.200 consejeros militares soviéticos participan en la planeación y supervisión de operaciones de combate, en compañía de 32 mil combatientes cubanos". Y finalmente Nicaragua, en donde hay "unos ocha mil soviéticos y cubanos incluyendo unos 3.500 de personal militar y de policía secreta". No se refirió en cambio a otros países que también padecen guerras intestinas y también albergan tropas y consejeros militares extranjeros, como El Salvador, donde hay norteamericanos, o el Líbano, donde hay sirios e israelíes.
Pero no es solamente esa exclusión lo que hace poco "realista" el plan anunciado por el presidente Reagan, el cual no es, en el fondo sino la formulación explícita de la vieja idea de Kissinger de que todos los conflictos del planeta se traten directa y exclusivamente entre las dos grandes potencias, sin incómodas intervenciones subalternas. La falta de realismo de la propuesta consiste sobre todo en que desdeña el hecho terco de que los países subalternos tienden a olvidar que lo son, y se empecinan en creer que sus propios conflictos los afectan, para empezar, a ellos mismos. La primera reacción al discurso de Reagan, la del presidente nicaraguense Daniel Ortega, ilustra lo anterior: según Ortega, el discurso estuvo "lleno de mentiras", empezando por la cifra de consejeros extranjeros en Nicaragua: no hay ocho mil, dijo Ortega, sino sólo mil quinientos, y en su inmensa mayoría no son militares, sino médicos. Y tampoco es previsible que los demás países mencionados por el Presidente norteamericano acepten fácilmente la idea. Todos podrán justificar la preséncia de tropas extranjeras en su territorio con el mismo argumento con que el propio Reagan se jactó de la invasión norteamericana a la diminuta isla de Granada y el derrocamiento de su gobierno: "Estamos orgullosos de haber respondido al llamado de nuestros amigos caribeños en Granada". También los angoleños llamaron a sus amigos cubanos, y los camboyanos a sus amigos vietnamitas, y los etíopes y los afganos a sus amigos soviéticos. Y en el caso de Nicaragua, hasta los vecinos han protestado ya contra el plan de Reagan. El canciller colombiano Ramírez Ocampo, expresó el punto de vista del Grupo de Contadora recordando que "toda la negociación de Contadora ha sido precisamente sobre la base de que los únicos países que tienen capacidad de decisión son los países directamente involucrados, o sea los centroamericanos", y agregando que consideraba inadmisible que "dentro del proceso se incorporen potencias extrañas", como propone el presidente Reagan.
Sin embargo, aun suponiendo que las protestas subalternas pudieran ser ignoradas, el plan de Reagan tiene otra debilidad más grave, y es que no tiene en cuenta para nada lo que propone la Unión Soviética. De acuerdo con lo anunciado por Gorbachev y por su ministro de Asuntos Exteriores, lo que la URSS quiere discutir en la cumbre de Ginebra es la reducción de armamentos nucleares por parte de las dos superpotencias, y en particular la suspensión del programa de "defensa estratégica" de cohetes anticohetes, el llamado "Guerra de las Galaxias", caro al corazón del presidente Reagan. Y éste, ante la ONU, excluyó explícitamente ese tema, citando una vieja frase del entonces primer ministro soviético, Aleksie Kosygin: "Creo que los sistemas defensivos, que evitan el ataque, no son la causa de la carrera armamentista, sino que constituyen un factor que evita muertes de personas". Y la "Guerra de las Galaxias", según Reagan, es un sistema defensivo.
Se trata, naturalmente, de puntos de vista, y no de posiciones de principio. Los jefes de las dos superpotencias viajarán a Ginebra a ver en qué pueden poner de acuerdo sus criterios divergentes. Pero no es de buen augurio para la cumbre el que desde un mes antes se sepa de modo tan explícito que cada uno de los interlocutores va a hablar de temas completamente distintos.--

Ortega se roba el show
El New York Times del lunes 21 de octubre decía: "Poco antes de las 8 a.m., un agente secreto vestido de sudadera y con una ametralladora Uzi, tomó su lugar en el "sheep meadow del Central Park. Un hombre con zapatos de correr Adidas de color plateado, salió apresuradamente de un Cadillac, también plateado, con ventanillas blindadas. Daniel Ortega estaba trotando".
Aunque los norteamericanos están acostumbrados a ver todos los días en los diarios y en la televisión noticias referentes a Nicaragua, el hecho de encontrar en primera plana, antecedida por una foto del Presidente nicaraguense en una actividad tan típicamente neoyorquina como trotar en el Central Park, una nota como ésta, fue sorprendente.
En el primer día de la semana en que se iniciaban las celebraciones de los 40 años de las Naciones Unidas, el líder sandinista, usualmente tratado de "totalitarista", "dictador", "comunista" y "antiamericano", era el abrebocas de toda la avalancha de información que caería sobre el mundo en los siguientes cinco días.
Más de medio centenar de líderes provenientes de todos los rincones del planeta se dieron cita en la capital del mundo para la ocasión.
Pero "el pequeño dictador que fue a Moscú en traje de fatiga a recibir el abrazo del gran oso" como llama Reagan a Ortega, fue el que se "robó el show". No alcanzaban a salir de su estupor los habitantes de la gran urbe cuando el líder centroamericano dejó saer una nueva "bomba" sobre todos los Estados Unidos.
El martes 25, a las 9 a.m., el popular show de Phil Donahue presentaba a nivel nacional, en el canal 4, a Daniel Ortega y su señora, Rosario Murillo, como las estrellas del programa.
"Ortega cruza el canal", titulaba el neoyorquino Daily News en la correspondiente nota al día siguiente."...y llega a Hollywood", agregaba en el encabezamiento. Ortega, en un elegante traje gris, penetraba por primera vez en la historia en la intimidad de los hogares norteamericanos, solamente trascendida por un medio como la televisión.
Y con él, una sofisticada mujer inteligente y también elegante, quien en perfecto inglés se mostró así misma como poeta, madre de ocho hijos, secretaria general del Partido Sandinista, editora de las páginas culturales del periódico del partido, Barricada, e incidentalmente la señora de Ortega.
Esa misma mañana los periódicos neoyorquinos habían publicado su foto, al lado de Nancy Reagan, después de la reunión de las primeras damas de 30 países, convocada por la señora Reagan, sobre el abuso de las drogas en el mundo.
Y para completar, el 24 de octubre día central de las celebraciones, Ortega repitió y "mojó prensa" otra vez en primera página. El New York Times y el New York Post abrieron sus ediciones, con foto a tres columnas el primero y de página entera en su formato tabloide el segundo, en la que Reagan y Ortega se saludaban a la entrada de la recepción ofrecida la noche anterior a los jefes de Estado en el lujoso Waldorf-Astoria.
El encuentro de los mandatarios, que nunca se habían conocido en persona, había sido previamente objeto de todo tipo de especulaciones y después, de comentarios e interpretaciones. El "hola, es bueno verlo" de Reagan y el "gracias por invitarnos" de Ortega, recorrieron el mundo con la foto e imágenes del protocolario saludo.
Pero lo más peculiar es que el Presidente nicaragúense no era el mismo Ortega de siempre. El "nuevo" Ortega, lejos de ser el líder guerrillero de la década de los 70 y el comienzo de los 80, había olvidado por completo su uniforme militar de siempre para cambiarlo por trajes de gran corte, anteojos de marca, livianos y a prueba de balas, y una apariencia que algún observador desprevenido calificó como el habitual "look de Wall Street". Calificativo que los medios se encargaron de propagar.
El "chic" de Ortega, como lo denominaron los periodistas de la gran urbe, fue incluso motivo de elogio del siempre elegante alcalde de Nueva York, Edward Koch. "Usted se ve mejor en traje de civil que en su uniforme. Luce más pacífico", advirtió Koch con su caracterizado humor, admirando el vestido negro de Ortega, en la noche del Waldorf-Astoria.
¿Manejo premeditado de los medios de comunicación norteamericanos? ¿Intento de desprestigiar al revolucionario mostrándolo como cualquier pequeño burgués neoyorquino? ¿Estrategia cuidadosamente planeada por los asesores de prensa y relaciones públicas de Ortega, entre los cuales se encuentran varios norteamericanos? ¿Casualidad? Depende del ojo con que se mire.
Lo que sí parece indudable para todos los entendidos en la materia, es que la imagen de Ortega salió fortalecida, fuera esa la intención o no. "Ortega mostró que no se parece en nada a la imagen diabólica que se ha querido mostrar de él", fue uno de los comentarios de un periodista neoyorquino. "Los gringos se deben estar diciendo ahora: "No son los animales que pensábamos", anotaba espontáneamente una periodista mexicana.
Mírese desde donde se mire, todos los argumentos parecen confirmar la apreciación de Stephen Kinzer, quien desde Nicaragua escribió el 5 de noviembre del año pasado para el New York Times inmediatamente después de la elección de Orrega como presidente: "Ha sabido hacer la transición sicológica del revolucionario clandestino al líder de gobierno".--
Pilar Calderón,
corresponsal de SEMANA
en Nueva York