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RECORDANDO LAS CRUZADAS

La creciente polarización entre cristianos y musulmanes es una nueva fuente de tensión en el mundo.

13 de abril de 1992

EL PRESIDENTE DE AFGAnistán, Najibullah, lanzó la semana pasada un S.O.S. insólito. Tratando de obtener apoyo económico de Occidente, dijo que "Tenemos una tarea Afganistán, Estados Unidos y el mundo civilizado, para lanzar un esfuerzo común contra el fundamentalismo". Hasta febrero de 1989, las tropas de Najibullah luchaban al lado de las soviéticas contra guerrilleros islámicos patrocinados por Estados Unidos. Pero ahora que la Unión Soviética ha desaparecido, Najibullah está en el aire y hoy por hoy, un régimen como el de Kabul no tiene mejor tema para cortejar a Occidente, que oponerse a la expansión del fundamentalismo islámico.

Lo cierto es que la desaparición de la Guerra Fría ha dado paso a un resurgimiento de las tensiones entre musulmanes y cristianos, que recuerda la época de las Cruzadas. Desde el Magreb en el norte de Africa, hasta Malasia en el sudeste asiático, los fundamentalistas luchan por conseguir el poder y convertir a sus países en regímenes clericales y antioccidentales. El riesgo se ha visto aumentado por las nuevas repúblicas musulmanas producto de la desaparición de la URSS. Se trata de Uzbekistán, Kazakhstán, Tadjikistán, Turkmenistán, Kirghizia y Azerbaiyán, de las cuales por los menos las seis primeras tienen armas nucleares en sus territorios.

El antagonismo entre el mundo cristiano y el musulmán estaba latente debajo de las que enfrentaban al occidente capitalista y el oriente socialista.

Los historiadores señalan varios hitos que comienzan en los años 50 con la nacionalización del Canal del Suez por el egipcio Gamal Abdel Nasser y del petróleo por el iraní Mohammad Mossadegh, y en los 60 por la guerra de independencia de Argelia.

Pero aún no había surgido la que para muchos es la verdadera amenaza contra occidente: el fundamentalismo chiíta, que tiene su profeta en el desaparecido ayatollah Khomeini.

Desde que tomó el poder en 1979, Khomeini lanzó una guerra santa contra el "demonio" norteamericano y una campaña para exportar su revolución islámica, que encontró eco en múltiples sectores del mundo árabe. Desde entonces los occidentales tratan de contrarrestar su influencia apoyando a los regímenes "moderados", primero Irak en su guerra contra Irán y luego Turquía y Argelia. La prueba de la desconfianza de occidente para con los fundamentalistas es que después de la guerra del golfo, el gobierno norteamericano se negó a apoyar militarmente a los guerrilleros chiítas que luchaban en el sur del país contra Saddam Hussein.

La situación ha dado como resultado un aumento de la importancia geopolítica de Turquía, cuya población es musulmana pero tiene un gobierno prooccidental. Turquía hace parte del nuevo mercado común islámico del Asia Central, junto con cuatro de las ex repúblicas soviéticas y su vecino del sur, Irán. El departamento de estado de Washington tiene sus esperanzas puestas en que el gobierno turco logre atraer a las nuevas repúblicas a su órbita, sacándolas de la de Irán. Para un analista "resulta irónico que Washington confíe más en la influencia turca sobre gobernantes comunistas arrepentidos, que en los musulmanes contemporaneos".

El fundamentalismo islámico tiene a los países del Magreb (en el norte de Africa) como sus objetivos más avanzados, y la lucha allí es dramática. La Junta Militar de Sudán ya está bajo su influjo y Argelia un país afrancesado en el que no toda la población habla árabe oscila entre democracia y fundamentalismo desde que las anuladas elecciones de enero favorecieron a Frente de Salvación Islámica. El gobierno de Túnez está acosado, Marruecos y Mauritania enfrentan situaciones parecidas y ni siquiera la Libia del coronel Muammar Gaddafi está libre de su amenaza.

Los orígenes del fenómeno residen en una combinación de factores políticos, económicos, sociales y culturales. Los fundamentalistas se nutren no sólo de las clases menos favorecidas que resienten el modo de vida ostentoso de las élites, sino también de estratos más acomodados pero tradicionalistas, que rechazan los modos de vida occidentales, considerados hostiles a los preceptos del Corán. Unos y otros tienen un solo objetivo: recobrar el poder y con ello la preeminencia mundial.

Por eso no es extraño que el ministro de Defensa alemán, Gerhard Stoltemberg, hiciera eco de sus colegas europeos en una reciente reunión de la OTAN: "En el arco de tensión islámico, que va desde Pakistán a Argelia, hay una zona potencial de enfrentamientos que llega hasta Europa".

SANGRE EN EL CAUCASO
LA GUERRA CIVIL QUE TIENE lugar en el enclave armenio de Nagorno-Karahagh, en territorio de Azerbaiyán, ha señalado nuevos puntos de referencia en cuanto a las atrocidades perpetradas. Día tras día se conocen nuevas historias sobre la masacre de aldeas enteras, con los azeríes llevando la peor parte. Por lo pronto las milicias armenias parecen tener controlada la situación. con el objetivo último de la integración política de Nagorno con su patria. Pero como dice un combatiente. "los armenios sólo nos quitarán a Nagorno después de haber matada a todo nuestro país."

Lo cierto es que tras cuatro años de hostilidades, los 120 mil armenios parecen haber logrado expulsar de su enclave a los escasos 53 mil vecinos azeríes que vivían allí, y por eso la guerra no tiene un final a la vista. La semana pasada renunció el presidente de Azelbaiyán, Ayaz Mutalibov, ante violentas manifestaciones en su capital Bakú, que pedían su salida ante la supuesta debilidad del mandatario ante los armenios. Eso parece confirmar que la línea dura intentará por todos los medios recuperar el control del territorio.

Lejos de estar cerca a su terminación, el conflicto podría subir de intensidad e incluso ex tenderse a otras áreas. La primera consideración que hacen los analistas es que eso demuestra la incapacidad de la Comunidad de Estados Independientes para solucionar los conflictos del antiguo territolio de la Unión Soviética. En esas condiciones, el país más afectado es Turquía, que se encuentra bajo la presión de sus propios sectores nacionalistas y fundamentalistas para que intervenga militarmente en favor de los "hermanos musulmanes" Ambos grupos organizaron la semana pasada ruidosas manifestaciones en las que clamahan "Nagorno es nuestro y "Nagorno será la tumba de los armenios".

Por esa razón, el primer ministro turco Suleyman Demirel ha lanzado una apelación a la comunidad internacional para que intervenga en Nagorno y de paso le libre de las presiones a las que está sujeto en Ankara. Demirel señala con preocupación que su ejército está ya empeñado en una guerra contra los rebeldes curdos y que por lo tanto no estaría en capacidad de enfrentar una nueva operación.

Pero para la mayoría de los observadores. Demirel pretende mantener a su país en la esfera de influencia pacífica en la región, porque lo contrario podría inflamar las corrientes fundamentalistas que amenazan a su régimen. Amenazas que están contenidas en lo que dice el columnista del diario Zaman: "Turquía debería agitar la lucha conjunta con la población musulmana de la ex Unión Soviética".



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