Home

Mundo

Artículo

¿Regreso al futuro?

El nuevo presidente mexicano, Vicente Fox, debe superar al PRI con un gobierno que no termine pareciéndose al porfiriato de la era prerrevolucionaria.

1 de enero de 2001

El viernes tembló en Ciudad de Mexico y el volcán Popocatepetl despidió un penacho de humo. Pero la naturaleza no fue la única en estremecerse ese primero de diciembre, porque el verdadero terremoto se sintió en la política mexicana. Ese día tomó posesión de la presidencia de ese país Vicente Fox sin cumplir el requisito indispensable para acceder al poder en México en los últimos 70 años: pertenecer al Partido Revolucionario Institucional (PRI). Por eso el acto del viernes, que contó con la asistencia de varios mandatarios latinoamericanos, entre ellos Andrés Pastrana, tuvo el aura de los hechos históricos.

El nuevo presidente quiere dejar atrás ese México que vivió tantos años bajo el signo de la revolución de 1910, que sacó del poder al modelo conservador de desarrollo económico e inversión extranjera impuesto con mano dura por el dictador Porfirio Díaz. Un país congelado políticamente por la simbología del “Sufragio efectivo, no reelección” que hasta ahora servía de epígrafe a la firma de los documentos oficiales de un Estado identificado con un partido cuyo nombre lo dice todo.

Fox no solamente capitalizó a su favor su récord impecable de opositor sino también su imagen de ser un hombre capaz de convertir la retórica en realidad. Para ello contó con una combinación ganadora: una imagen recia, de hombre frentero, más acostumbrado a usar jeans y botas texanas (de las que tiene una fábrica) que los elegantes trajes de los políticos del PRI. Y un pasado muy bien cimentado de luchador del sector privado que logró escalar todos los peldaños de la organización de Coca-Cola (prácticamente de mensajero a presidente de la empresa para México y Centroamérica) antes de regresar a su patria chica de Guanajuato para tomar las riendas del patrimonio familiar y convertirlo en un pequeño emporio agroindustrial (ver recuadro).

El nuevo presidente mexicano produce sensaciones encontradas. Aunque las ilusiones son grandes, los observadores asumen una prudente distancia. Como el escritor y analista Carlos Monsivais, quien dijo a SEMANA que lo mejor de Fox es el fenómeno histórico que encarna: “Por un lado es enormemente positivo que el PRI haya por fin abandonado la presidencia porque era una situación completamente intolerable. Pero su conservadurismo extremo, su interés en desconocer una parte muy importante de la historia del país es muy preocupante. Y su aproximación absolutamente neoliberal, su afán privatizador, me inspiran poca confianza”.

Esas palabras se refieren a la tendencia de Fox a rechazar todo lo que tenga que ver con el pasado priísta, inclusive la revolución, su origen profundo. No deja de ser una paradoja que la posesión del primer presidente sin vínculos históricos con ese proceso se haya producido cuando se cumplieron los 90 años de la gesta de Villa, Zapata y Madero. Para muchos, el nuevo presidente de México representa, de alguna manera, el regreso a las épocas prerrevolucionarias, con todo lo positivo y lo negativo que ello implica.



Más de lo mismo

La dictadura del porfiriato creó el México moderno. En las postrimerías del siglo XIX inició el sector industrial, la minería, los ferrocarriles y el sistema financiero, abrió las puertas a la inversión extranjera y favoreció un clima de progreso que aún se recuerda. Pero también propició la profundización de las inequidades sociales que, a la postre, contribuyeron a desencadenar en 1910 una revolución capaz de producir un millón de muertos e incapaz, a la larga, de significar un cambio real para las grandes mayorías.

El regreso de los conservadores al poder se presenta cuando el PRI ha comprobado su ineficacia casi centenaria para solucionar los problemas sociales.

Y es que al menos los dos últimos gobiernos del PRI abrazaron sin dudarlo un modelo neoliberal que produjo sólidos índices macroeconómicos (la economía creció el 7,8 por ciento en el primer semestre de este año) y un acuerdo de libre comercio con Estados Unidos, pero índices sociales sorprendentemente parecidos a los anteriores a la revolución, y aun peores. La investigadora Amalia Fischer, socióloga de la Universidad Autónoma de México, ha señalado en el Diario de Yucatán que el Banco Mundial considera que el 85 por ciento de las familias de México viven en la pobreza. La distribución de la riqueza es diciente: según cifras oficiales, el 10 por ciento de la población recibe más del 37 por ciento del ingreso y el 10 por ciento más pobre el 1,7 por ciento.

Y en el campo la situación no ha cambiado desde tiempos del porfiriato. Según datos oficiales, 550.000 hectáreas, o sea una tercera parte de la tierra productiva, son propiedad de la banca comercial o de las transnacionales agroindustriales y más del 40 por ciento de la tierra cultivable está inactiva. El modelo neoliberal de los últimos dos gobiernos del PRI tiene a 10 millones de mexicanos en la extrema pobreza y a otros 30 en “alta marginalización”, todo según el Consejo Nacional de Población (Conapo). Hay 110.000 comunidades menores de 5.000 habitantes que no cuentan con servicios básicos. Y según Fischer, 10 millones de indígenas también viven en condiciones semejantes a las prerrevolucionarias, en la virtual segregación.

Para enfrentar los acuciosos problemas sociales del país Fox ha diseñado un muy publicitado programa de 120 proyectos, entre los cuales están el combate a la corrupción, la mejora de la seguridad pública, para lo cual se creará la secretaría (ministerio) del ramo mediante la fusión de la Policía Federal Preventiva y la subsecretaría de seguridad actual; otro en el área de salud para llevar servicios médicos “hasta el último rincón del país en calidad de excelencia”, la educación para grupos marginados, proyectos para el desarrollo de grupos indígenas, incluida infraestructura y vivienda rural y proyectos de desarrollo del sureste del país, de protección a trabajadores migrantes y desarrollo rural. Aunque no se han precisado los montos necesarios, Fox advirtió que de los 120 sólo 20 se pondrán en marcha en el año próximo por falta de recursos.

Más allá de esa retórica de corte paternalista, economistas como Alejandro Nadal han señalado en La Jornada que la “plataforma económica de Fox está marcada por la continuidad y profundización del modelo neoliberal” de sus dos antecesores priístas. O sea que se trataría de más de lo mismo.



“Mucha política, poca administración”

Y la situación que hereda Fox en 2000 es al menos tan compleja como la de 1910. En el muy pobre estado de Chiapas hay un escenario de guerra soterrada en el que campean elementos que los colombianos conocen muy bien: bandas paramilitares que, con la participación subrepticia de propietarios agrícolas, perpetran masacres. Y un grupo como el Ejército Zapatista de Liberación Nacional, que reivindica los ideales traicionados de una revolución sepultada en el olvido y dirigido por una figura carismática como el subcomandante Marcos.

Pero el Ezln no es el único. Desde finales de los 70 se mantiene en estado más o menos de hibernación en sus acciones militares pero no en su agitación el Ejército Revolucionario del Pueblo y sus disidencias el Ejército Revolucionario del Pueblo Insurgente (Erpi) y el Ejército Villista Revolucionario del Pueblo (Evrp). Para empeorar las cosas, hace algunos meses surgió un grupo llamado Fuerzas Armadas Revolucionarias del Pueblo (Farp) con una acción en plena Ciudad de México.

Y está la influencia creciente del narcotráfico, del que se dice se ha independizado plenamente de sus conexiones colombianas y ahora maneja el multimillonario negocio en forma autónoma. Se trata de los carteles del Golfo y Tijuana, que parecen haber reemplazado a los de Cali y Medellín en el liderazgo absoluto de su comercio ilegal, con sus secuelas de corrupción, violencia y desmoralización social.

Fox ha dicho en varias oportunidades que su gobierno intentará desde el primer momento conseguir la paz con los zapatistas. Como dijo Monsivais, “el comisionado de paz de Fox ya ha criticado la presencia excesiva de militares en Chiapas y ha reconocido la existencia de grupos paramilitares, y eso no tiene precedentes”. Pero no se trata de que el nuevo presidente tenga una sensibilidad especial hacia la pobreza extrema de la población mayoritariamente indígena de Chiapas. “El es muy doctrinario, más que pragmático, y una de las cosas que quiere hacer es privatizar la energía eléctrica y la industria petroquímica. Y sabe que sin conseguir el equilibrio en Chiapas le va a quedar muy difícil”, dice.

En todo caso el flamante presidente está dispuesto a tomar el toro por los cuernos con un nuevo estilo empresarial de dirigir el Estado. Su gabinete, supuestamente seleccionado por buscadores de talentos y sin consideraciones políticas, en realidad alberga a lo más granado del sector empresarial, en lo que Monsivais llama “un canto al neoliberalismo a ultranza”. Un lema preferido del porfiriato era “Poca política, mucha administración”. La pregunta es si Fox, al querer hacer borrón y cuenta nueva, será capaz, ya no de dejar atrás la historia, sino de no repetirla.