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Con lágrimas en los ojos, Putin celebró su victoria frente a 100.000 personas en la plaza Manézhnaya de Moscú.

RUSIA

Regreso al pasado

Tras consolidarse en el poder con unas elecciones muy criticadas, Vladimir Putin quiere restaurar el brillo imperial de Rusia. Pero el país ya no es el mismo.

Patricia Lee, enviada especial.
10 de marzo de 2012

El domingo pasado, Vla- dimir Putin lloró ante miles de seguidores en el show preparado para celebrar su triunfo en las elecciones presidenciales, en las que obtuvo el 64 por ciento de los votos. A pesar del intenso frío, miles de personas traídas en buses desde temprano se quedaron oyendo las canciones y los números populares durante varias horas de la noche. Pero al día siguiente, en la plaza Pushkin, unas 30.000 personas se reunieron para cuestionar los resultados de la elección, en una ciudad militarizada. Porque, como nunca antes, el actual primer ministro y dos veces expresidente tuvo que apelar a todos los mecanismos para imponerse.

Putin ganó gracias a la recuperación económica de 'los años cero', que dejaron atrás la catástrofe de los 'locos años noventa'. Los enormes centros comerciales, con los supermercados Auchan, donde enjambres de personas compran todo tipo de productos importados, y la desaparición de las babushkas que vendían medias en las entradas del metro, demuestran un notable cambio, gracias a los altos precios del gas y del petróleo, que constituyen casi dos tercios de las exportaciones del país. Hoy Moscú está llena de carros lujosos que casi no circulan por los trancones, al tiempo que la ciudad ostenta el récord de la mayor cantidad de millonarios por metro cuadrado del mundo, por encima de Londres y Nueva York.

Si bien una jubilada recibe el equivalente de 200 dólares, que es muy poco en un país donde casi todo es importado, existe un factor conservador que explica el éxito de la campaña presidencial de Putin. "Yo me jubilé, pero sigo trabajando como profesora para llegar a fin de mes", decía a SEMANA una mujer de 59 años que trabaja en una escuela del centro de Moscú. "Pero voté por Putin porque no hay otro y porque cambiarlo, en este país, puede significar una revolución", agregó.

Aunque el triunfo de Putin no es discutible, la legitimidad de las elecciones ha sido cuestionada, en primer lugar, porque no hubo competencia. Fue, como dicen, una pelea de 'tigre con burro amarrado' en la que el Kremlin seleccionó cuáles candidatos podían competir.

Casi toda la maquinaria de propaganda se volcó a favor de Putin. En la televisión, todos los canales repetían programas sobre el primer ministro y transmitieron una serie de especiales sobre la Revolución de Febrero de 1917. La idea era mostrar a Lenin y los revolucionarios bolcheviques viviendo como reyes en Suiza y financiando la Revolución con dinero alemán, algo que se parece mucho a las advertencias de que el actual descontento es fomentado por las ONG occidentales y que los observadores extranjeros en las elecciones son en realidad espías.

Según la ONG Golos, que realizó un conteo alternativo, Putin habría obtenido diez puntos menos y Mijaíl Prójorov, el candidato millonario, diez puntos más de no ser por el fraude y las prácticas de presión administrativa, mecanismos soviéticos que colocan a Rusia muy lejos de ser una democracia al estilo occidental.

Una de las formas de fraude es el 'carrusel', que consiste en utilizar los boletines de ausente que permiten a una persona votar en otro lugar distinto a su domicilio. Las empresas reunían el colectivo laboral y los llevaban en buses a votar por distintos puntos, hasta tal punto que hubo urnas en las que votó el 107 por ciento del padrón. El domingo, en varias escuelas se podían ver las filas de buses esperando en la puerta y, a diferencia de nuestros países, donde la ley seca se impone desde el día anterior, el vodka y la cerveza se seguían vendiendo en todos los puestos cercanos a los lugares de votación.

Según la Liga de Votantes, con ese sistema aumentó la votación en 3 millones frente a la de la Duma en diciembre. Y solo así se explica el casi 100 por ciento de los votos de Putin en Chechenia, una república castigada por casi 20 años de guerra con el Kremlin; el 82 por ciento de Kazán, y el 92 por ciento de Ingusetia y Daguestán, todas regiones de una variada composición étnica y religiosa.

La nueva Rusia

En su último número, una revista internacional titulaba: "El mismo Putin para una nueva Rusia". Donde más se notó eso fue en las protestas que han estallado desde diciembre. El domingo anterior a las elecciones, más de 20.000 personas se dieron cita en el centro de Moscú para darse un abrazo simbólico: "No sabemos si romperemos el boletín o votaremos por alguno, pero seguro que no votaremos por Putin", comentaron a esta revista varios de los participantes.

Es que la nueva clase media urbana, que creció y progresó en los 'años cero', ahora no solo quiere consumir, sino también participar y decidir. Como dijo a SEMANA Sergei Dorenko, un conocido periodista radial, se trata de una nueva generación de ciudadanos, los 'rusos europeos', que no quieren volver ni al zarismo ni a la época soviética.

Es una nueva generación que quiere terminar con la corrupción, el modus operandi del Estado ruso. Si antes identificaban a Putin con la lucha contra el 'bespredel' (arbitrariedad), ahora lo identifican con los nuevos oligarcas: sus amigos del colegio, de la academia de judo, de la Universidad de San Petersburgo, sus colegas de espionaje en Alemania.

Igor Yurgens, director del Insor, un grupo de expertos asociado al presidente Dmitri Medvédev, comentó en una entrevista a The New YorkTimes que la decisión de Putin de postularse fue el resultado de una batalla interna entre los (los miembros del servicio de seguridad FSB, sucesor de la KGB) y los liberales partidarios de Medvédev. "Este es un estado policial, militar, que creció bajo el paradigma de que Rusia durante miles de años se construyó en la guerra y el temor a la agresión. ¿Y ahora ustedes quieren cambiar esta orientación con la intelectualidad y los liberales?", habrían dicho, según Yurgens. Por eso, la postulación de Putin fue una derrota del sector más liberal. Ganaron el "complejo militar industrial, los intereses petroleros y gasíferos, el complejo agroindustrial y la defensa -es decir, el Ejército-: los cuatro sectores que producen el 30 a 40 por ciento del PNB y ocupan más gente todavía".

Esa es la razón del tono elegido por Putin durante su campaña: el de acusar a los enemigos externos de promover una "revolución naranja", como la de Ucrania, y defender la restitución del viejo brillo y poder soviético. Putin propuso, en un largo artículo dedicado a su programa militar, gastar en los siguientes diez años 800.000 millones de dólares más en defensa.

El mayor general retirado Vladimir Dvorkin, del Instituto de Economía Mundial y Relaciones Internacionales (Imemo), dijo al respecto a SEMANA que "la concentración de la propaganda de Putin en la amenaza externa está relacionada con la campaña electoral", pero después la política de Putin puede "evolucionar hacia la colaboración con Occidente".

Para Dvorkin es poco probable que Putin cambie la política en relación con Siria y señala que "seguirá insistiendo en la resolución diplomática del problema nuclear" con Irán. "Puede aceptar algunas sanciones, pero no más. En caso de un ataque israelí, Rusia va a condenar esa acción"; sin embargo, no cree que tome alguna medida de fuerza, salvo reforzar los controles fronterizos.

De cualquier manera, el principal temor de Rusia es político. Un agravamiento de la situación en Medio Oriente o Irán puede llevar a Putin a posiciones más defensivas. "Moscú teme que después sigan los países del espacio postsoviético en el sur del Cáucaso y en el Asia central, y quiere trazar una raya para mostrar que así no se puede luchar por el poder", dijo a SEMANA Andrey Riabin, del Centro Carnegie de Moscú. Lo mismo sucedería en el caso de Irán, un país independiente que limita la presencia de Estados Unidos en la zona, pues para Rusia es fundamental mantener el control en el sur del Cáucaso.

El nuevo viejo presidente, que se va a sentir más acorralado por el descontento social y por los nuevos retos externos, tendrá que elegir: o responde a las exigencias de sus nuevos ciudadanos, o se encierra definitivamente en el pasado que no volverá.