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¿Renuncia ante Dios?

Crecen en el mundo las especulaciones acerca de la posibilidad de que Juan Pablo II se retire del pontificado por razones de salud., 50839

26 de mayo de 2002

Juan Pablo II, soberano de una monarquía que no tiene discusión, vive el calvario de su enfermedad frente a los ojos escrutadores y llenos de ansia de 1.000 millones de católicos en todo el mundo. La televisión, el medio que conquistó con su carisma y energía, muestra ahora, implacable, otra imagen: manos temblorosas, caminar incierto, voz débil -en ocasiones casi ininteligible- y un cuerpo frágil y encorvado.

El progreso de la enfermedad de Parkinson y de la artrosis en la rodilla del viejo Papa, 82 años cumplidos el pasado 18 de mayo, es cada vez más evidente. Nadie pone en duda, ni sus colaboradores ni los expertos en el Vaticano, que las capacidades intelectuales están intactas pero el sufrimiento que transmite es tal que es imposible que la hipótesis sobre una renuncia no surja espontáneamente. En los últimos días dos prestigiosos cardenales, interrogados sobre el tema en diferentes contextos, han coincidido en afirmar que en caso de que el Pontífice no se sienta en condiciones de llevar adelante su misión debería renunciar.

El joven arzobispo de Tegucigalpa, monseñor Oscar Andrés Rodríguez Maradiaga, uno de los posibles candidatos al solio de San Pedro, afirmó que si Juan Pablo II "se diera cuenta de no poder seguir dirigiendo la Iglesia" renunciaría. Joseph Ratzinger, prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe y uno de los más estrechos colaboradores del Papa, tampoco descartó el retiro, pero agregó que "mientras le cueste sólo sufrimiento" él no lo hará. "Estamos deslumbrados de su voluntad de hierro", sostiene.

La renuncia de los papas está prevista en la regla 332 del Código de Derecho Canónico. Para ponerla en práctica son indispensables dos condiciones: debe ser una decisión espontánea -no es dimisión porque el Papa no tiene 'superiores' en la Tierra- y tiene que ser comunicada.

Según dijo a SEMANA Marco Politi, escritor y reconocido experto vaticanista, en los corredores de la Santa Sede se rumora que pudo haber entregado una 'carta secreta' a su secretario Stanislao Dziwisz como la que había dejado Pablo VI a su secretario: una renuncia en blanco en caso de impedimento grave e incurable.

De suceder eso el procedimiento que se seguiría para la elección del sucesor es el mismo que en el caso de muerte: el cónclave se abriría en unas tres semanas y el colegio cardenalicio, excluidos los altos prelados que superan los 80 años, tendría 35 días para el voto y la elección. Entre tanto el gobierno de la Iglesia quedaría en las manos del cardenal camarlengo.

El influyente escritor católico Vittorio Messori, quien colaboró con Juan Pablo II en su libro Cruzando el umbral de la esperanza, cree que algunos cardenales han aconsejado al Pontífice examinar la posibilidad de retirarse en un lejano monasterio de su tierra natal, Polonia. Articulista del cotidiano Il Corriere della Sera, Messori escribe que desde hace algún tiempo aumentan las voces sobre la posibilidad de aplicar el articulo 332.

El origen

Los problemas de salud del Papa comenzaron el 13 de mayo de 1981 con el atentado en la Plaza de San Pedro. Las balas disparadas por el turco Mehmet Ali Agca provocaron serias heridas en su abdomen que exigieron una complicada operación. Con el tiempo las cirugías han sido varias y los problemas también: un cáncer intestinal, luxación del hombro derecho, fractura del fémur derecho, artrosis en la rodilla. Los primeros síntomas del mal de Parkinson comenzaron en 1994.

Según dijo Messori a SEMANA, en los últimos tiempos los papeles se han invertido en las altas esferas de la jerarquía eclesiástica. No es el ala liberal, que en el pasado etiquetaba de reaccionario este pontificado, la que desearía un tranquilo retiro del Papa. Esta vez serían los conservadores, quienes consideran inaceptables las continuas solicitudes de perdón a todos y por todo, las visitas a sinagogas y mezquitas, los encuentros multirreligiosos en Asís -tachados de sincretismo- y el reclamo constante del respeto a los derechos humanos. El sector conservador temería las sorpresas que todavía puede deparar Juan Pablo II.

Si el Papa decidiera dejar la silla de Pedro se convertiría en el primero que lo hace después de 700 años. Sólo uno en la historia de la Iglesia ha renunciado, Celestino V: el 5 de julio de 1294 fue elegido el ermitaño Pietro Angeleri da Morrone, que abandonó el pontificado después de seis meses; se sentía poco adecuado para el ejercicio del poder. Varios papas han tenido que dejar sus puestos en diferentes tiempos pero por otras razones, como el exilio.

Para los observadores el problema más importante que enfrenta la Iglesia en el caso de una renuncia es el de un pontífice retirado, un 'papa emérito'. Pablo VI contempló la hipótesis y pidió a tres importantes juristas estudiar las consecuencias de su eventual renuncia. Para los expertos existían únicamente las consecuencias de tipo sicológico que hubiera encontrado el sucesor, por ejemplo, de frente a la decisión de abolir una ley promulgada por el anterior. Luigi Accatoli, acreditado escritor, dijo a SEMANA que es probable que el Papa haya pensado en este problema cuando en 1994 dijo al cirujano que lo había acabado de operar: "Usted me tiene que curar y yo tengo que aliviarme porque no hay puesto en la Iglesia para un papa emérito".

En el viaje número 96 fuera de Italia en su pontificado -el pasado 22 de mayo- a Azerbaiyán y Bulgaria, católicos y admiradores de su personalidad en el mundo tuvieron otra demostración de la urgencia que tiene de estar en medio de la gente a pesar de sus limitaciones de movimiento. Después del papamóvil -que era utilizado para largas distancias y ahora se usa para algunos metros-, del podio móvil, que sirve para evitarle los amplios espacios de la Basílica de San Pedro y para ahorrarle las escalas, de las reformas al apartamento papal con el fin de eliminar cualquier obstáculo, llega el ascensor para bajar y subir de los aviones: en Azerbaiyán la operación se hizo por fuera de las cámaras de televisión.

"Como para gran parte de los enfermos del mal de Parkinson, la gran angustia del Papa es quedar atrapado en un cuerpo completamente paralizado", dijo a SEMANA Crista Kramer von Reisswitz, autora de Les Faiseurs du Pape (Los fabricantes de papas), publicado hace poco en Francia. "Sin embargo Juan Pablo II nunca renunciará, como buen polaco tiene un gran sentido del sacrificio. No podemos olvidar que su país tiene una larga lista de mártires".

El primer Papa polaco en la historia de la Iglesia, en los primeros años de su pontificado acostumbró a feligreses y medios de comunicación a gestos de enorme valor mediático que le valieron sobrenombres como "Wojtyla superstar", "el atleta de Dios", "el superman del Espíritu Santo". Ahora en la vejez, con su pañuelo en la mano para secarse la saliva que no puede controlar y con una expresión del rostro casi paralizada, presenta una imagen que en lugar de debilitar a la Iglesia confirma su poder, coinciden los analistas.

El Pontífice está decidido a llevar su misión hasta el último momento. Un cardenal cuenta que hace algún tiempo alguien le preguntó por qué continuaba con su apostolado a pesar de los fuertes quebrantos de salud y el Papa respondió: "Jesús Cristo no se bajó de la cruz". Según Vittorio Messori sería una contradicción que fueran precisamente los cristianos quienes exigieran al vicario de un Dios que mostró su gloria en la cruz los requisitos de un normal presidente de una multinacional.

Para Marco Politi llama la atención el hecho de que esta vez no haya surgido un escándalo por las declaraciones de los dos cardenales. Recuerda que hace dos años, cuando abordó el tema monseñor Karl Lehmann, presidente de la Conferencia Episcopal alemana, fue acusado de insubordinación. "Así pasa en la Iglesia cuando se libera el terreno para preparar el cambio. Lo que antes era innombrable se convierte, de la noche a la mañana, en una hipótesis de la que se habla con tranquilidad".

"¿La renuncia? No sabría a quién entregársela", dijo Juan Pablo II ante la pregunta de un prelado. Esa frase parece decirlo todo.