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RUEDAN CABEZAS

Antonio Caballero entrega su visión sobre la caída de los viejos ídolos y el nacimiento de los nuevos.

28 de octubre de 1991

SE VEN MUY BIEN, TIRADAS EN EL SUELO, todas esas estatuas que andan derribando por ahí en los últimos tiempos. Se ven mejor que antes, cuando estaban erectas. La gran estatua de hierro negro de Dzerzhinski, fundador del KGB, con las narices en el polvo.
Las estatuas de Stalin colgadas de una soga, como ahorcados. Las de Lenin con los nifios jugando a acaballarse sobre sus inútiles brazos de bronce que señalaban el futuro. Y hay muchas más: de Ceausescu, de Mao, de Enve Hoxa... Todos los padres de las patrias.
Lo malo es que nadie sabe muy bien qué hacer con ellas, ahora que están en tierra. El mercado, esa panacea milagrosa que resuelve todos los problemas, no sirve en este caso. El director de la casa de subastas Christie's de Londres, consultado al respecto por los ex comunistas soviéticos que pretendían vender unas cuantas, acaba de desalentarlos con el cálculo estremecedor de que