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Bajo el liderazgo de Vladimir Putin, Rusia emprendió en la década pasada una importante expansión militar, a la que dedica buena parte de su presupuesto. | Foto: A.F.P. / A.P.

RUSIA

Los secretos de la estrategia de Putin en Siria

El presidente ruso juega duro. Ya anexó Crimea, ahora proyecta su poder en Siria y muchos se preguntan cuál será su siguiente paso.

10 de octubre de 2015

Vladimir Putin celebró el miércoles su cumpleaños 63 con un partido de hockey que su equipo ganó por 15 goles a diez. Pese a su edad, el presidente ruso marcó siete de los tantos del encuentro, disputado contra un equipo de estrellas de la liga nacional en uno de los estadios que Rusia construyó para los Juegos Olímpicos de Sochi, en 2014. Pocas horas antes, cuatro buques de guerra habían lanzado 26 misiles de crucero que viajaron casi 1.500 kilómetros hasta impactar objetivos de Estado Islámico, en Siria, según afirmó su ministro de Defensa, Sergein Shoigu. Los dos eventos se desarrollaron en los dos mares que bañan el Cáucaso, una de las zonas más inestables del país. Y ambos revelan el proceso por el que está atravesando.

Las ‘hazañas’ de Putin son conocidas. Desde que en 2008 le salvó la vida a un equipo de televisión sedando con una escopeta a una tigresa, hasta cuando pescó el lucio más grande de la historia hace dos años, el líder ruso ha acumulado proezas dudosas como motociclista, conductor de Fórmula 1, bombero aéreo, arqueólogo submarino, yudoca y un largo etcétera. Ciertas o no, ha creado una imagen de hombre fuerte, decidido y muy macho que ha calado en su opinión pública. Desde que apoyó a los separatistas prorrusos de Ucrania el año pasado y anexó Crimea, su popularidad se ha disparado, como la idea de que Rusia, más allá de ser la heredera de la Unión Soviética, debe tener un peso geopolítico similar.

De hecho, Putin supo leer y canalizar las frustraciones de un país que en pocos años pasó de ser una potencia temida a una “Burkina Faso con misiles”, según la expresión del ruso Sergei Brin, uno de los fundadores de Google. A pesar de los esfuerzos de Mijaíl Gorbachov por salvarla, la Unión Soviética hizo implosión en 1991 y las 15 repúblicas que la integraban se separaron de Rusia. Bajo la Presidencia de Boris Yeltsin se dispararon los homicidios, los suicidios, el alcoholismo y las enfermedades, la esperanza de vida se fue al suelo y el orgullo patrio sufrió una herida mortal. El Kremlin no solo dejó de controlar cerca de un tercio del territorio soviético, sino que perdió la barrera natural de los países del este.

“Cuando Putin comenzó su Presidencia en 2000, el país estaba en ruinas, tanto física como metafísicamente”, le dijo a SEMANA Anna Vassilieva, directora del programa de Estudios Rusos del Instituto Internacional de Monterey, California. “Sus principales objetivos fueron restablecer la soberanía nacional, mejorar las condiciones de vida, y resucitar el discurso histórico y el sistema de valores nacionales”. El propio Putin, que vivió la caída del Muro como agente de la KGB en Berlín Oriental y que durante las protestas populares quemó los archivos oficiales, estaba en inmejorables condiciones para entender el desconcierto de sus compatriotas. En 2005, tras su primera reelección como presidente, reveló su pensamiento con una frase que pasaría a la historia: “La desaparición de la Unión Soviética fue la mayor catástrofe geopolítica del siglo XX”.

Durante sus primeros mandatos, Putin inició un proceso de modernización y de integración económica con el mundo, que incluyó mejorar sus relaciones con Occidente. En esos años, su gobierno inició incluso conversaciones con Washington para que su país entrara a la Organización Mundial del Comercio y a la Otan. A su vez, el precio del petróleo se multiplicó por cuatro, lo que le permitió estabilizar la maltrecha economía y también cumplir sus promesas de prosperidad social.

Durante las vacas gordas Putin consolidó, además, una base de hombres leales a su figura, en su mayoría provenientes de los servicios secretos. Desde entonces, estos han aprovechado y protegido un sistema político monolítico que ha favorecido a quienes ya están en la cima. Como le dijo a esta revista Andrei Piontkovsky, director del Centro de Estudios Estratégicos de Moscú y autor de Another Look into Putin’s Soul, “desde esa época el gobierno ruso es una cleptocracia que Putin controla como un padrino de la mafia”.

En efecto, el gobierno de Putin mostró un creciente autoritarismo que el analista Fareed Zakaria bautizó como el ‘putinismo’, cuyos elementos clave son el nacionalismo, la vuelta a los valores religiosos, el desarrollo del conservadurismo social y la imposición de un capitalismo de Estado. Y, por supuesto, el control gubernamental de los medios de comunicación, que tuvo como pieza central el nacimiento de Russia Today (hoy RT), un canal de noticias en varios idiomas que muchos ven como el equivalente de Fox News.

En ese proceso, dos elementos radicalizaron el putinismo y pusieron en un segundo plano la modernización del país. El primero fue la expansión de la Otan hacia los países de Europa oriental e incluso hacia las antiguas repúblicas soviéticas como Lituania, Letonia y Estonia, lo que le dio alas a la idea de que Occidente asediaba a Rusia. El segundo fue la profunda oposición que Putin enfrentó en las elecciones parlamentarias de 2011, que su partido Rusia Unida ganó en medio de acusaciones de fraude. Desde entonces, comenzaron a cerrarse los pocos canales democráticos y se agudizó la persecución violenta de los opositores.

En el ámbito internacional, el Kremlin adoptó una postura de confrontación bélica, en la que no ha dejado de recordarle al mundo que cuenta con más de un tercio de las armas nucleares del planeta. Esta ha llevado a su Ejército no solo a promover la guerra de Ucrania y a implicarse de lleno en el conflicto sirio, sino a desafiar sistemáticamente el principio de mutua defensa de los países de la Otan. En 2014, el think tank European Leadership Network registró 40 incidentes de alto riesgo entre sus tropas y las de varios países europeos, en particular en la zona del Báltico.

El gran problema de la proyección militarista emprendida por Putin es que Rusia está muy lejos de tener el músculo financiero o la red de alianzas geopolíticas con las que contaba la Unión Soviética en sus momentos de gloria. De hecho, el país tiene un PIB similar al de Italia, una población inferior a la de Bangladesh, un fuerte retraso tecnológico con respecto a Occidente (con excepción del ámbito militar), un mal sistema educativo según las pruebas Pisa y alta dependencia económica de los precios del petróleo.

Como dijo a SEMANA Alena Ledeneva, profesora de Ciencias Políticas en la University College London y autora de Can Russia Modernize?, “como sucede con muchos líderes, Putin ha comenzado a creerse la propaganda que él mismo ha creado, por lo que piensa que Rusia está rodeada de enemigos y necesita reafirmarse. Pero esa manera de pensar, típica del siglo XX, lo ha llevado a poner la Segunda Guerra Mundial en el centro de su propaganda y a actuar según una lógica basada en la supervivencia y justificada por ella”.

Del mismo modo que el Kremlin ha transmitido la imagen de un presidente todopoderoso –que pese a sus limitaciones es capaz de gestas míticas–, la propaganda gubernamental ha hecho calar la idea según la cual Rusia puede estabilizar el mundo a punta de misiles. La creciente presencia militar rusa en Siria, fuente de toda clase de tensiones con Occidente, es la nueva expresión de esa política. Se trata de una apuesta extremadamente peligrosa en un área del mundo que suele cobrar con sangre a quienes se involucran allí, como lo puede atestiguar el máximo adversario que Putin percibe en el mundo, es decir, el gobierno de Estados Unidos.