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A pesar del histórico acuerdo para el retiro soviético de Afganistán, nada hace pensar que la guerra vaya a terminar pronto

16 de mayo de 1988

Cuando Mijail Gorbachov anunció en diciembre pasado que los soviéticos se retirarían de Afganistán, todo el mundo aplaudió. Pero nadie creyó. Después de seis años de negociaciones infructuosas en las Naciones Unidas en Ginebra, la promesa de Gorbachov no podía sonar más que a una buena intención surgida al calor de la recién celebrada cumbre con Ronald Reagan en Washington.
Cuando dos meses más tarde la televisión soviética interrumpió su programación habitual para leer un comunicado en el que Gorbachov decía que muy probablemente la próxima ronda de conversaciones en Ginebra sería la última, algunos empezaron a creer. Pero cuando hace dos semanas el propio secretario general del Politburó viajó a Tashkent, a 300 km de la frontera soviética con Afganistán para hablar con el presidente Najibullah, cabeza del gobierno comunista de Kabul, ya a nadie le cupo la menor duda: Gorbachov había tomado la decisión de retirarse de Afganistán y lo haría.
En teoría el acuerdo firmado por el canciller soviético Eduard Shevardnadze, el secretario de Estado norteamericano George Shultz, el ministro de Relaciones Exteriores de Afganistán Abdul Wakil y el ministro interino de Relaciones Exteriores de Pakistán Zain Noorani, en Ginebra, la semana pasada, le pone fin a los diez años de guerra civil que siguieron la invasión de las tropas soviéticas a Afganistán en 1979 y que produjeron un millón de muertos afganos, 30 mil soviéticos y cerca de cinco millones de refugiados. Sin embargo, son múltiples las razones que llevan a observadores de lado y lado a pensar que, a pesar de haber alcanzado el sueño de más de una década, por ahora no será más que eso: un sueño.
En el acuerdo Afganistán y Pakistán, este último en representación de los rebeldes afganos, se comprometen entre otras cosas a no apoyar directa o indirectamente actividades rebeldes contra sus respectivos Estados, abstenerse de interferir en los asuntos internos de cada uno y respetarse mutuamente la soberanía y la independencia política. Como consecuencia del acuerdo, la Unión Soviética, a su vez, se comprometió a empezar a retirar, a partir del próximo 15 de maya los 115 mil hombres que tiene en territorio afgano y a terminar de evacuarlos antes de febrero del año próximo.

Ni vencedores ni vencidos
Pero si el acuerdo garantiza el fin de la presencia de tropas soviéticas en Afganistán, no por ello garantiza el fin de la guerra. La raíz del conflicto la oposición de una mayoría islámica apoyada por Pakistán y los Estado Unidos al gobierno comunista de Najibullah, apoyado por la Unión Soviética, permanece intacta. Los soviéticos se van, pero Najibullah se queda. Y no se queda solo. Durante los últimos meses tanto los Estados Unidos como la Unión Sovietica se encargaron de hacerle llegar a sus respectivos protegidos una mayor cantidad de armamento. Previendo precisamente la proximidad de un acuerdo, cada uno quería dejar a su aliado en la posición más ventajosa posible.
Uno de los puntos más álgidos de las negociaciones fue siempre quién quedaría a la cabeza del gobierno afgano una vez se retiraran los soviéticos. En últimas nadie podía decir que hubiera ganado la guerra. El Ejército afgano, a pesar de su superiodidad militar sólo logró controlar la capital Kabul, y algunas de las ciudades. Los rebeldes, con la inagotable mistica de su fe islámica y unidos alrededor del objetivo común de acabar con el "diabólico" enemigo comunista mantuvieron el dominio sobre el campo.
Al no contemplarse en el documento final ningún acuerdo sobre quién gobernará Afganistán, la guerra prácticamente sigue en pie. Los rebeldes, que no fueron invitados directamente a la mesa de negociaciones, insisten en que mientras Najibullah permanezca en el poder, ellos continuarán luchando contra él. Y Najibullah aspira a quedarse con el gobierno, sin las tropas soviéticas, pero contando con su ayuda militar. El único acuerdo a que se llegó en este sentido es que los Estados Unidos prometieron mantener "simetría" con respecto a los soviéticos. Es decir, no enviar a los rebeldes afganos más armamento del que los soviéticos a su vez envíen al gobierno de Kabul.
Si la firma del acuerdo no garantiza la paz, ¿cuáles fueron entonces las razones que llevaron a las partes en conflicto a firmarlo? Del lado de los afganos, el deseo, por encima de todo, de tratar de poner fin a una guerra que le ha significado demasiado a su pueblo. Al fin y al cabo han sido los afganos los que han puesto el escenario y además la mayoría de los muertos, sin contar con que más de la tercera parte de su población son hoy refugiados en Pakistán, Irán, o el mismo Afganistán.
Para los soviéticos, sin embargo, la retirada de Afganistán tiene un significado ante todo político. En primer lugar, Gorbachov es consciente de que al igual que los Estados Unidos en Vietnam, esta guerra le está costando demasiado en dinero, en hombres y en imagen, sin que ello le haya significado hasta ahora victoria alguna. Pero además, Gorbachov quiere establecer una clara diferencia entre su época, la del glasnost y la perestroika, con la de Brezhnev, autor de la intervención en Angola, Mozambique, Etiopía y el propio Afganistán. Quiere asegurarse de que el mundo entiende que soplan nuevos vientos en la Unión Soviética. Así ello signifique perder a Afganistán.

¿Quién manda a quién?
Quién se quedará en últimas con el gobierno de Afganistán es aún una incógnita. Analistas militares norteamericanos aseguran que no es improbable que tras uno o dos años más de cruenta lucha, los rebeldes logren que Najibullah se vea obligado a renunciar y se integre un gobierno de mayoría musulmana. Los mujahidines, que durante los primeros cinco años enfrentaron los helicópteros y la artillería pesada de los soviéticos a punta de rifles, ametralladoras, uno que otro mortero que le quitaban al enemigo y mucha fe, ahora se encuentran mejor equipados por la ayuda de los Estados Unidos y siguen librando el conflicto con la connotación de una guerra santa. Mientras tanto, el gobierno de Kabul se ha debilitado, no sólo frente a los soviéticos, a los que no ha logrado demostrarles que es capaz de manejar a los afganos, sino ante su propio pueblo, al que poco o nada de bueno le ha traido este período.
Aún así es poco probable que los soviéticos abandonen por completo a Najibullah. Probablemente cuando lo vean en serias dificultades le enviarán más ayuda militar lo que a su vez estimulará a los norteamericanos a incrementar su ayuda a los rebeldes, cuyas posibilidades de lograr un gobierno estable son también inciertas. Si bien la guerra contra el comunismo soviético los ha unido durante los últimos diez años, son pocas las cosas que tienen en común además de su fe islámica. De distintas procedencias étnicas e incluso diferentes tenderrcias dentro del islamismo, los siete partidos que conformen el bloque de la resistencia afgana ya han empezado a mostrar el cobre cuando de compartir el poder se trata. Mientras unos propenden por una posición religiosa menos ortodoxa, una apertura hacia Occidente e incluso la posibilidad de normalizar en el futuro las relaciones con Moscú, otros promulgan la necesidad de evitar todo contacto con los soviéticos, alejarse al máximo del "decadente" Occidente e implantar una nación puramente islámica, guiada exclusivamente por la doctrina del Corán.
La lucha intestina que muy seguramente se desatará entre los líderes afganos apenas se vayan los soviéticos muestra que si bien la firma de este acuerdo puede aparentemente significar el fin de la puja de las superpotencias por Afganistán, para el pueblo afgano ésta apenas comienza.--