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SAMPER, EN LA CUMBRE

Exito para el presidente y dificultades para el movimiento, son el balance de la reunión de los No Alineados en Cartagena.

20 de noviembre de 1995

CUANDO EN EL FUTURO ALGUIEN HAGA un balance de la reunión cumbre del grupo de los No Alineados en Cartagena, la conclusión será que hubo ganadores absolutos, ganadores relativos y no tan ganadores. El primer ganador absoluto habrá sido el presidente Ernesto Samper, quien no sólo pudo descansar durante algunos días de las angustias derivadas de las acusaciones internas por la financiación de su campaña eleccionaria, sino revitalizar su imagen internacional.
En efecto, en el curso de sólo dos semanas, desde la cumbre de mandatarios latinoamericanos en Bariloche (Argentina) hasta la reunión de Cartagena, Samper logró dejar atrás los problemas para proyectar su tradicional imagen personal de un mandatario lúcido, preparado en los temas y con una importante inclinación hacia los aspectos sociales.
También fue ganador el ministro de Relaciones Exteriores Rodrigo Pardo, quien de nuevo dio pruebas de ser un funcionario a la altura de los desafíos, y quien logró, con el concurso del director del evento Ramiro Osorio -otro ganador-, sacar adelante lo que era evidentemente una pesadilla logística más allá de todo lo que se hubiera conocido en la historia de Colombia.
Dentro del mismo orden de ideas, ganaron Cartagena en particular y Colombia en general. Al fin y al cabo, tener en el suelo nacional a personajes mundiales de la talla del secretario general de la Organización de Naciones Unidas Bostros-Boustros Ghali, a la primera ministra de Pakistán Benazir Bhutto, al presidente de la Organización para la Liberación de Palestina Yasser Arafat o al mismo presidente de Indonesia Suharto, no sólo tiene una importancia simbólica. La imagen de Cartagena como tesoro de la humanidad y de Colombia como un país diferente al narcotráfico y la guerrilla, son objetivos cuya importancia es sencillamente imposible de evaluar.
Ganadores relativos fueron, por ejemplo, el gobierno cubano de Fidel Castro, que consiguió mantener la solidaridad del Movimiento frente al embargo unilateral impuesto por Estados Unidos. Otro ganador relativo fue Arafat, quien estrenó en este tipo de cumbres su condición de presidente de la autoridad palestina, y disfrutó cada vez con mayor frecuencia (incluso en los comunicados oficiales de la Cancillería colombiana), de un tratamiento equivalente al de jefe de Estado de un país soberano lo cual, al menos por ahora, no lo es.
Paradójicamente, el que no resultó tan ganador fue el propio movimiento de los No Alineados. La participación latinoamericana, considerada clave para el nuevo perfil que supuestamente debe darle la presidencia colombiana, resultó prácticamente inexistente. Y la negativa a aceptar a Costa Rica, bloqueada por los países árabes con el pretexto de que esa nación tiene su embajada en Israel en la disputada ciudad de Jerusalén, demostró que detrás de los objetivos colectivos y altruistas siguen primando las cuestiones particulares y locales.
En Cartagena corría la versión, imposible de confirmar, de que los presidentes de los países amigos de Estados Unidos se habían abstenido de venir a un foro de críticas. Esa versión surgió de la coincidencia de que, por ejemplo, no vinieron ni el egipcio Hosni Mubarak, ni el surafricano Nelson Mandela ni el rey Hussein de Jordania, ni el chileno Eduardo Frei, y de que la presencia de jefes de Estado fue mucho menor de lo esperado. Lo cierto es que, de nuevo, las decisiones fueron fuertemente influidas por los 'duros' del paseo, Irak, Irán, Siria y Libia, lo cual pone en entredicho el viraje hacia la 'cooperación' que debe redefinir los objetivos del movimiento de cara al mundo posguerra fría.
Si a ello se une la falta de acuerdo sobre la posición por asumir frente a la necesidad de reformar a la ONU y la hipocresía con que se trató el tema de la proliferación de armas atómicas, hay que concluir que el grupo de los No Alineados dejó ver demasiado los defectos que justifican las críticas de quienes piensan que se trata de un mecanismo obsoleto.
Por todo eso, hay que reconocer que el camino que inicia la diplomacia colombiana es cuesta arriba. De por medio estará la preparación humana y profesional de los especialistas de la Cancillería, para domar y sacar adelante el potro en el que se ha montado el país. Porque lo único definitivo es que se trata de un animal extremadamente complicado.