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Una Navidad de protestas en Argentina

El gobierno de Cristina Fernández de Kirchner enfrenta una preocupante situación: los saqueos desatados ante la huelga de la Policía podrían ser apenas el comienzo de un estallido social.

21 de diciembre de 2013

Una página de Facebook anunciaba para el 20 de diciembre: “Gente, los invito a todos a participar de los saqueos en Musimundo, Fravega y los mercados chinos, ya que la presidenta no nos ayuda”; “saquear todo el 20 para pasar Navidad”, decía otro; “saquear a los chinos el 24”, invitaba un tercero.

Ese es el clima que se instaló en Argentina en las fiestas decembrinas, después de la huelga policial que condujo a una oleada de saqueos que dejó 2.000 comercios destruidos, cientos de casas saqueadas, muertos y la sensación de que algo se quebró definitivamente.

Con temperaturas que se acercan a los 40 grados y cortes de luz de varios días, en lugar de pesebres y luces, los comercios muestran policías y vigilantes en las puertas, los comerciantes de armas agotaron sus stocks y los mercados chinos, los más golpeados, colocan rejas y organizan grupos armados para defenderse. 

Los hechos dejaron expuesta la fractura social y la marginalidad a la que han llegado amplias franjas de la población. Alertados muchas veces por los propios policías, grupos de avanzada levantaban las persianas de los negocios, seguidos por jóvenes en moto que cargaban con electrodomésticos, televisores, colchones...   

El gobierno de Cristina Kirchner se ufana de hablar de la “década ganada”, en comparación con los años noventa, pero los indicadores de desempleo y pobreza se redujeron al costo de un aumento de la marginalidad social. 

Cuando la cifra de venta de carros nuevos es récord, cerca de 3 millones y medio de personas reciben planes sociales como la Asignación Universal por Hijo, que se otorga a las madres desempleadas, al tiempo que 1,3 millones de jóvenes son ‘ni-ni’ –ni trabajan ni estudian–, un cuarto de la población está bajo la línea de pobreza según la Universidad Católica, y casi un 40 por ciento de la fuerza laboral está sin trabajo, con una inflación cercana al 25 por ciento anual.

En medio de esa realidad, la seguridad interior recae en las 24 Policías provinciales y en cuatro fuerzas nacionales que dependen de los magros presupuestos de sus provincias, en muchos casos con sueldos básicos de menos de 30 dólares. “Había condiciones para que la justificada protesta policial diera lugar a los saqueos, por el deterioro que produce la inflación en  los sectores más pobres, o en los que viven de subsidios”, dijo a SEMANA la socióloga Graciela Römer.

Para empeorar las cosas, al entrar a huelga los policías lograron incrementos de entre un 50 y un 60 por ciento, lo que obligó al gobierno a aumentar el sueldo de las cuatro fuerzas de seguridad nacionales y puso un piso muy alto para las negociaciones salariales de los empleados estatales y privados. 

En esta semana, ciudades enteras quedaron sin servicios hospitalarios, judiciales y públicos, por paros de los empleados que exigen bonos extra para la Navidad, mientras que las centrales sindicales marchaban a la Plaza de Mayo y el gremio de los camioneros amenazaba con un paro a cambio de un bono de 700 dólares. 

Las disputas internas del poder actuaron como agravante: el gobierno se negó a enviar gendarmes a Córdoba cuando se iniciaron los saqueos, por la disputa que sostiene con el gobernador, José Manuel de la Sota. El 10 de diciembre, en plena ola de saqueos, la presidenta celebró los 30 años de democracia bailando y tocando el bombo en Plaza de Mayo, rodeada de la farándula y de bandas musicales, una imagen de frivolidad que no hizo sino agrandar el abismo entre la clase política y la sociedad marginalizada.

La corrupción le echa gasolina al incendio con escándalos que involucran al vicepresidente Amado Boudou y al empresario Lázaro Báez, amigo del difunto Néstor Kirchner. Por eso, en un mensaje, la Iglesia señaló: “Es cuestionable saquear y destruir. Pero también lo es, y tal vez con más fuerza, el vandalismo de los ricos y el saqueo de los corruptos”. Como dice el escritor Jorge Asís, frente a la corrupción de los poderosos, por censurable que sea, el robo de un colchón es algo “casi angelical”.