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Muamar Gadafi se convirtió en el segundo jefe de Estado en ejercicio en ser requerido por la Corte Penal Internacional.

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La orden de captura de la Corte Penal Internacional contra Muamar Gadafi es tan polémica como difícil de implementar.

2 de julio de 2011

El lunes de la semana pasada, en medio de una nube de periodistas, Luis Moreno Ocampo, fiscal jefe de la Corte Penal Internacional (CPI), dio a conocer la decisión del tribunal de ordenar la captura de Muamar Gadafi. La noticia generó todo tipo de reacciones. Gran parte de la comunidad internacional celebró el anuncio, pero varias voces se elevaron para decir que aunque existen fundamentos jurídicos, la decisión fue motivada principalmente por temas políticos. Y si bien es cierto que la iniciativa de capturar a un dictador que ordenó el asesinato de cientos de personas y llevó a su país a una sangrienta guerra civil es un paso importante para la justicia internacional, también es evidente que hacerla realidad será más complicado de lo que parece.

Para empezar, la Corte Penal Internacional es un tribunal que no cuenta con Policía judicial, por lo que depende de la ayuda de terceros para ejecutar sus órdenes. Es decir que si quiere arrestar a Gadafi, deberá esperar a que el gobierno libio decida entregarlo o a que alguno de los países firmantes del Estatuto de Roma lo capture. Ambas opciones son descabelladas, pues es poco probable que algún líder decida meter las manos en el fuego por cumplir la orden de un tribunal del que no hacen parte grandes potencias mundiales como Estados Unidos, China o Rusia.

El ejemplo más contundente es el de Omar al-Bashir. El presidente de Sudán está acusado por el genocidio de Darfur y tiene una orden de captura pendiente desde hace tres años. Sin embargo, y a pesar de que el mandatario ha viajado a países como China, Egipto, Nigeria y Kenia, nadie se ha atrevido a arrestarlo. Por eso son pocos los que creen que la situación de Gadafi va ya a ser muy diferente a la de Al-Bashir.

A pesar de esto, Luis Moreno Ocampo es optimista sobre la decisión del tribunal. Y para demostrar que sí será posible arrestarlo, pone como ejemplo las órdenes de captura emitidas por el Tribunal Penal Internacional para la antigua Yugoslavia (TPIY). "¿Cuántos prófugos le quedan al TPIY? Después de Ratko Mladic, solo uno. La Corte Penal es un foro permanente. Podemos esperar. Las que no pueden son las víctimas, que sufren a diario", declaró. La diferencia, sin embargo, es que en el caso del TPIY la comunidad internacional tenía mecanismos para presionar la entrega de los criminales, como la entrada de Serbia a la Unión Europea.

De cualquier forma, aunque la orden de captura es una decisión más simbólica que real, ha recibido críticas por el impacto que puede tener tanto en el manejo diplomático de la crisis como en el desenlace de la guerra civil en Libia. Para algunos analistas, la decisión del tribunal sepulta cualquier posibilidad de encontrar una salida negociada al conflicto, pues ya nadie está en condiciones de dialogar con Gadafi por tratarse de un presunto criminal de guerra. Y ahora que sabe que no podrá acceder a ninguna cuota de poder en una eventual negociación, el dictador no tiene motivación alguna para dar un paso al costado. Por el contrario, tiene más razones para llevar la guerra hasta las últimas consecuencias.

Lo cierto es que el episodio de Gadafi pone de manifiesto las limitaciones que todavía tiene un organismo tan joven como la CPI, que en sus nueve años de historia todavía no ha condenado a nadie. Como le dijo a SEMANA la especialista en derecho internacional Montserrat Carboni, "las debilidades de la Corte son inherentes a su naturaleza. Al ser una Corte Internacional, juzga lejos de donde se cometen los crímenes, lo que le impone una serie de retos de investigación y cooperación, pero también de legitimidad. Además, la Corte se inserta como un nuevo actor en la esfera internacional, que no es político -ni debe serlo-, sino judicial e independiente, y  para muchos Estados ha sido y es difícil entender ese carácter".

En medio de tantas limitaciones, capturar al dictador libio será casi imposible. Pero en un mundo plagado de sangre, muerte y violencia, cualquier intento por perseguir a los criminales de guerra siempre será bienvenido.