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SE FUNDIO EL "MANDONEO" PERONISTA

Desde Buenos Aires, SEMANA analiza por qué fue derrotado Italo Luder

5 de diciembre de 1983

"Esto huele a derrota", dijo un periodista al llegar a la sede capitalina del peronismo, tres horas después del cierre de los comicios, del 30 de octubre en la Argentina. Frente al edificio sólo había una veintena de personas con los radios pegados a las orejas. En sus caras se veía una expresión entre sorpresa y pesadumbre. En el interior se encontraban los asesores del candidato peronista Italo Luder, quienes iban y venían entre el tumulto de periodistas y sólo acertaban a disculparse con un "todavía no tenemos los resultados finales" cuando se les preguntaba sobre la ventaja que los datos iniciales iban dando al partido Radical.
Es difícil entender por qué esa actitud prematuramente pesimista. Todavía no se contaban ni el 10% de los votos, y toda Argentina sabía que nunca antes los peronistas habían perdido una elección libre. Sin embargo, parecía que cada uno de los peronistas allí sabían en el fondo que la fragilidad de su campaña bien podía llevarlos a la derrota.
Si los peronistas habían presentido su caída, los radicales parecían estar seguros de su victoria. Durante esos mismos momentos, cuando apenas se vislumbraba el resultado de la elección, centenares de jóvenes radicales brincaban y cantaban frente a su sede. Agitando banderines rojos y blancos, los radicales repetían el estribillo que los identifica: "Siga, siga el baile, al compás del tamborín, que vamos a hacer gobierno de la mano de Alfonsín". Con la misma energía que los había acompañado durante su campaña, los radicales se tomaron las calles para celebrar, dando ya por hecho que su líder, Raúl Alfonsin, era el presidente de los argentinos.
El triunfo de la Unión Cívica Radical (UCR) fue contundente. Alfonsin se llevó el 52% del electorado --27% sobre el máximo porcentaje que ese partido había logrado en sus 83 años de vida. Ganó en zonas que se consideraban "fuertes" indiscutidos del peronismo: las gobernaciones de Buenos Aires y de Córdoba, las dos provincias más importantes del país.
Entre los varios factores que explican la victoria radical, se transluce como el más definitivo la seguridad que dio el radicalismo, a través de su líder de personalidad carismática y de oratoria enérgica, de que en la Argentina no habría más miedo. "En la medida en que no nos dejemos mandonear más vamos a poder arrancar", dijo Raúl Alfonsín en varios discursos durante la campaña. Las banderas de la democracia y la libertad calaron hondo en una gran parte de la población. La mayoría de extracción social media, que había vivido llena de temor, primero desde 1973 hasta 1976, bajo un gobierno peronista manipulado por el carácter siniestro de López Rega; y luego, durante siete años, bajo la férula militar que en su lucha contra la subversión peleó con los mismos métodos cruentos de esta y terminó generando aún más violencia de la que se había propuesto exterminar.
Es por este mismo deseo de libertad y renovación que la juventud apoyó desde un comienzo a Alfonsín. "Queremos ver caras nuevas y sanas", dijo uno de los miles de estudiantes universitarios radicales. La edad promedio de los afiliados de la UCR es de 35 años y se calcula que gran parte del voto radical vino de los 5 millones de nuevos votantes, quienes no votaron en 1973 porque todavía no tenían 18 años. Carlos Castro, un coordinador de prensa de la campaña de Alfonsín explicó a SEMANA que el apoyo masivo de la mujer al radicalismo fue también por la misma razón: "A nosotros nos fue mucho mejor en las mesas femeninas porque la mujer argentina, en su condición de madre, era que le tenía más miedo al miedo".
La intensidad del deseo de los argentinos de expresar su opinión política se vio plasmada en su participación masiva y activa en los actos de los diferentes partidos en los cuales, según estimativos oficiales, se movilizaron más de 4 millones de personas en todo el país, cerca de un 15% del total de la población y un 25% del total de votantes. En su acto principal en el obelisco, los partidos mayoritarios reunieron alrededor de un millón de personas cada uno. Alfonsín, al renovar el anquilosado partido radical a través de su imagen de líder honesto y democrático, le dio confianza no solo a la familia de clase media sino también a obreros de las industrias más modernas.
Pero el triunfo del radicalismo no se explica totalmente si no se analiza lo que pasó con el peronismo. Sería falso afirmar que el peronismo perdió votos de peronistas: los tres millones de afiliados votaron por Luder; y cada afiliado puso 2.5 votos más, sumando en total el 40% del caudal electoral argentino. Además, el senado quedó con mayoría peronista y 11 provincias eligieron gobernador peronista. El fracaso del peronismo radicó en su incapacidad para captar el voto no peronista, que había sido el que lo había llevado a la presidencia tres veces anteriormente. El hecho de que el peronismo haya perdido a Juan Perón y que su única heredera nunca quiso volver al país, ni manifestarse, contribuyó en gran parte a que Luder perdiera.
Sin embargo, los factores que aquí se consideran como cruciales en esta derrota tienen nombre y apellido: Lorenzo Miguel, directivo de la CGT, máxima organización sindical, ahora unificada y vicepresidente del partido justicialista, y Herminio Iglesias, líder sindical y candidato a gobernador de Buenos Aires. Tanto el uno como el otro representaban esa "patota", ese "mandoneo" que los argentinos temían. Ambos personajes fueron discutidos por la opinión pública por su conexión con prácticas mafiosas, por su falta de honestidad y de capacidad para gobernar.
Iglesias y Miguel alinearon un electorado que creyó ver en ellos el verdadero poder del peronismo y no en Luder. La campaña peronista, a menudo accionada y conflictuada, mostró a Luder como una figura débil, incapaz de controlar los miembros de su propio partido y de asegurar a los ciudadanos que él sería el gobernante y no la cúpula sindical.
Con la candidatura de Iglesias, mucha gente se sintió ofendida: "Yo soy peronista y voté por Luder, pero Herminio me tocó en Avellaneda como intendente, y con eso tuvimos suficiente. Yo por ese bruto no voto" dijo un vendedor de revistas a esta reportera. La dirigencia peronista se equivocó cuando creyó que el peronismo era un rebaño que seguiría a cualquier candidato y esto le costó muchos votos. En la provincia de Buenos Aires, donde Iglesias tenía su base electoral, hubo 200 mil personas que votaron por Luder y no por él.
Miguel, atacado desde su mismo partido cuando en el acto peronista en el estadio de Velez-Sarsfield, el 17 de octubre, fue silbado masivamente, era temido por el ciudadano medio por sus vínculos nunca bien esclarecidos, con los militares del proceso.
Es posible que Alfonsín haya logrado captar algunos votos de la clase obrera al prometer la destrucción de la cúpula sindical y su centro: Lorenzo Miguel. Algunos obreros que veían que los actuales dirigentes no los representaban y los coaccionaban a apoyar al peronismo, tal vez volcaron su voto hacia el candidato radical. El argentino emitió un voto pensado, maduro: no votó porque tradicionalmente había sido de tal o cual partido, sino que estudió cuáles eran los candidatos y quienes él creía que tenían la trayectoria y la capacidad suficiente como para defender realmente la democracia en la Argentina.
Los ciudadanos quieren unión y esto lo demostraron cuando, a pesar de la polarización que la campaña electoral había causado entre ellos, un grupo de radicales y otro de peronistas se juntaron cerca al Obelisco, en la noche de las elecciones y se pusieron a cantar: "Alfonsín y Perón un solo corazón". Si esta unión con que comienza la nueva Argentina significa que tanto peronistas como radicales reconocen que los únicos perdedores de esta elección han sido los desaparecedores de gente, los torturadores, los que metieron al país en la bicicleta financiera y en una guerra quimérica, entonces ya se ha ganado la primera batalla hacia la recuperación del país.
María Teresa Ronderos, corresponsal de SEMANA en Buenos Aires