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Sendero de espinas

A pocos días de las elecciones municipales, Perú se debate entre la violencia y el caos.

4 de diciembre de 1989

Era casi la una de la tarde de primero de noviembre cuando los seguidores de una secta pentecostal terminaban sus rezos y cánticos en la plaza Manco Capac, del populoso barrio limeño de La Victoria.
Aún flotaban las plegarias en el ambiente cuando las balas, las bombas y las maldiciones se apoderaron del ambiente. La presencia sorpresiva de policías fuertemente armados dejó al descubierto, entre los devotos protestantes, a más de cien subversivos que en fracción de segundos cubrieron sus caras y comenzaron a arrojar bombas en medio de un tiroteo cerrado, que duró una hora, en pleno corazón de la capital.
El aumento de las acciones violentas y de muertes en los últimos tres meses supera al de otros años, sobre todo por la arremetida sangrienta que han declarado los senderistas a las elecciones municipales y regionales que se realizarán este 12 de noviembre.
En la actualidad cerca de 100 alcaldías de la provincia peruana están acéfalas por amenazas o por el asesinato cometido por los senderistas. En el departamento de Ayacucho, donde surgió Sendero como grupo y más tarde como uno de los actores de la violencia política local, sólo hay un candidato a los comicios ediles de su capital -Huamanga-, mientras regiones periféricas, como la convulsionada Huanta, no tienen ninguno.
A lo largo de este año ha sido asesinada una treintena de alcaldes, con lo cual el número de burgomaestres muertos en estos nueve años bordea los 50. Sin ir más lejos, el pasado mes de octubre, considerado el más violento de este año, hubo 306 muertos en esta espiral de sangre que no para.
Ante todo este cuadro la oposición de izquierda y derecha habla de la falta de un plan antisubversivo, de la ausencia de un plan económico y de la carencia de un programa político que saquen al Perú de un atolladero de muerte. El Estado peruano ha tenido que pagar con cheques chimbos en esta última semana a la mayoría de los empleados oficiales, como ya ha sucedido a lo largo de este año. A un sub empleo y un desempleo que han "calcutizado" prácticamente todo el centro de Lima y tugurizado gran parte de su centro histórico, las clases populares se tienen que enfrentar con un sistema de salud quebrado, una inflación que se come cualquier centavo y no baja de un promedio mensual por encima del 20 por ciento, calculándose que para finales del año alcance un acumulado de tres mil por ciento o más.
La inversión extranjera y lo arreglos con la banca internacional están paralizados desde hace algo más de dos años. En los tugurios, las escuelas y las calles el espectro de la tuberculosis se hermana con la extensión del hambre -que algunos analistas prevén puede llegar, si no se corrige, a los niveles africanos. Este año el incremento de esa enfermedad se calcula en 60 mil casos, de los cuales Lima y El Callao albergan el 40 por ciento.
Inmediatamente antes de Haití y Bolivia, coleros de los índices de mayor pobreza en América Latina y entre los de peores condiciones en el mundo, Perú hoy tiene que vérselas con altas mortalidad y desnutrición infantiles. Unos 128 niños por cada mil menores de cinco años mueren antes de desarrollarse, según lo señala Unicef. Hoy se cree que los promedios de desnutrición crónica en la población peruana hacia 1984 -56.7 por ciento en las zonas rurales y 23.7 en las áreas urbanas- se han agudizado enormemente.
En medio de semejante panorama, la convocatoria de un paro armado para el viernes pasado acabó por oscurecer del todo el panorama peruano. Se trata de una forma de parálisis cívica impuesta mediante la intimidación de muerte para quien no la acate. Esa forma de atropello contra la ciudadanía se presentó por segunda vez en la capital peruana, que se constituyó en el golpe más audaz de Sendero, junto con tres intentos por bloquear la carretera principal de acceso a Lima y el ataque de la Plaza Túpac Amaru.
Precisamente los hechos de esa plaza y la perspectiva del paro, cuyo resultado aún no se conocía al cierre de esta edición, hicieron que el gobierno reforzara su control militar de Lima y El Callao. Pero la amenaza de Sendero tuvo una consecuencia política inédita. A sólo nueve días de las elecciones, una manifestación promovida por el grupo Izquierda Unida logró reunir a tirios y troyanos del espectro político local y a representantes gremiales, oficialistas y sindicales. Sólo una bandera de esa dimensión -la de reaccionar contra la violencia senderista- logró poner hombro a hombro al escritor derechista Mario Vargas Llosa, candidato conservador a las presidenciales, y al líder izquierdista Henry Pease, quienes marcharon bajo un lema que decía: "No matarás ni con hambre ni con balas".