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SI A LA VIDA

El electorado blanco se pronuncia contra el racismo en un referéndum de importancia histórica.

20 de abril de 1992

EL PRESIDENTE DE SUDAFRIca Frederick de Klerk ganó la semana pasada su paso a la historia. En un referéndum celebrado el martes, la población blanca respaldó en forma abrumadora las reformas iniciadas por él desde hace dos años. La discusión ya no es si los negros llegarán al gobierno, sino cuándo. El panorama sin embargo es oscuro no sólo por las diferencias económicas entre las razas, que no se borrarán de un momento a otro, sino por la oposición de grupos blancos de extrema derecha, dispuestos a una guerra civil antes que ser gobernados por una raza que creen inferior.

De Klerk pertenece al mismo Partido Nacional que en 1948, al separarse el país de la Comunidad Británica, estableció la legalidad del aparheid, una práctica ancestral que consideraba a los negros ciudadanos desegunda restringidos en su movilización a las áreas no reservadas a los blancos. El apartheid abarcaba desde el derecho de residencia hasta la educación. El 80 por ciento de las tierras cultivables estaban reservadas a los blancos, que son sólo el 10 por ciento de la población.

Pero De Klerk hace parte de una generación que entendió que el país no podía seguir entre la espada de la lucha de liberación de los negros y la pared de las sanciones económicas internacionales contra el apartheid. El presidente inició el desmonte de ese orden de cosas el 2 de febrero de 1990, cuando legalizó el Congreso Nacional Africano y otros grupos antisegregacionistas. Poco tiempo más tarde liberó a varios presos políticos, entre ellos al entonces vicepresidente del CNA Nelson Mandela.

En 1991, De Klerk derogó leyes como la que ordenaba la clasificación racial al nacer de todos los ciudadanos y la que establecía dónde podían vivir y poseer tierras los negros. Hoy en día la población de color puede usar el transporte público, las piscinas y playas, vivir en barrios de blancos y hasta mandar a sus hijos a cualquier colegio Pero era claro que si el derecho al voto igual, los militantes negros no cejarían en su lucha.
En Diciembre el presidente inició conversaciones con 19 partidos a través de la Convención para una Sudáfrica Democrática (ODESA) con el fin de acordar la reforma de la Constitución. Las últimas propuestas concuerdan en que el nuevo texto sea redactado por todos los partidos que demuestren una base electoral mínima del cinco por ciento de las elecciones generales, lo que garantizaría la representación de los blancos. Pero hay sectores de la población blanca que no están dispuestos a aceptar las reformas, sobre todo la que vive en zonas rurales del Transvaal, es decir la población descendiente de los bóers (colonos holandeses) que al final del siglo pasado libraron una sangrienta guerra contra los ingleses. Como telón de fondo está la violencia protagonizada por pandillas del CNA enfrentadas al Partido de la Libertad Inkhata, de origen zulú y ultraconservador, cuyo líder Mangosuthu Buthelezi comparte con la derecha blanca la aspiración de constituir naciones estado sobre bases étnicas.

En medio de la incertidumbre, al comienzo del año crecía la idea de que la población blanca se estaba inclinando hacia la derecha. El punto culminante llegó en las elecciones regionales de Potchefstroom del 20 de febrero. El partido de gobiemo sufrió entonces una aplastante derrota ante el Partido Conservador en el "termómetro electoral" del país. Ese día su lider Andries Treurnicht anunció su desafio de obtener el poder para devolver las cosas al estado anterior al gobierno del "traidor" De Klerk. Pero éste demostró su capacidad de maniobra al convocar un referéridum para que los blancos (únicos con derecho a votar) decidieran si apoyaban o no las reformas.

El país esperaba nervioso mientras se cruzaban las amenazas. Advirtiendo que sería "la última vez que Sudáfrica es sometida a la indignidad de un referendo racial o étnico "Mandela dijo que "si los blancos cometen un error y votan por la represión, va a haber turbulencia y caos". Desde el otro extremo, Treurnicht sostenía que "nunca se presentará la dominación pacífica de un gobierno negro y comunista sobre la nación blanca si perdemos, iniciaremos la lucha para asegurarnos que, como nación blanca que somos, no seamos gobernados por terroristas ". Y el jefe del neonazi Movimiento de Resistencia Nacional Afrikaans, Eugene TerreBlanche dijo que "veo una guerra civil en mi futuro".

Explotar el temor de la población blanca por el estallido de la violencia ha sido siempre el tema de las campañas políticas en Sudáfrica. Pero esta vez prevaleció el pragmatismo con el apoyo del sector privado, pues los grandes conglomerados industriales con los ojos en el levantamiento de las sanciones comerciales y la integración del país al concierto internacional apoyaron vigorosamente el Si. El éxito de De Klerk comenzó a evidenciarse cuando los votantes congéstionaron desde temprano los lugares de votación. En los últimos días se hablaba de la apatía de la población potencial del Sí, la liberal urbana y anglohablante, que parecia tener una motivación comparativamente más baja. Pero al final la participación de más del 85 por ciento del electorado no tuvo precedentes. De ellos el 68 por ciento (1.992.186) votó por la positiva, contra 875.619 que se inclinaron por el no.

Una victoria tan contundente le da a De Klerk un cheque en blanco para continuar los diálogos y para cumplir su promesa al CNA de que la aprobación de la Carta no deba pasar por un nuevo referéndum. El aplauso de la comunidad internacional parece asegurar que el levantamiento de las sanciones que quedan es cuestión de tiempo, y que el país podrá integrarse al mundo civilizado. Pero las aguas que vienen son aún más tormentosas. Si todo marcha se establecerá un gobierno de transición controlado por el propio De Klerk, y las primeras elecciones generales serán en 1993.

La comparación de De Klerk con Mijail Gorbachov es inevitable. El presidente sudafricano se cubrió de gloria personal, mientras muchos conciudadanos suyos le acusan de traicionar a su país. En medio del triunfo podría haber cerrado su carrera política. Su país podría salir adelante o destruirse. El veredicto de la historia está por verse, pero nadie le quitará haber terminado un sistema lesivo de la dignidad humana.