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SI POR ACA LLUEVE...

La ferocidad de los terroristas peruanos de Sendero Luminoso no se detiene ni siquiera tras las rejas.

21 de julio de 1986

Por Perú no escampa. Mientras en Colombia se hablaba de los "fuegos artificiales" del terrorismo criollo y se repudiaba el atentado terrorista del M-19 contra el ministro de Gobierno por los mismos días en que se desempolvaba el fogonazo más costoso que ha protagonizado este grupo (más de un centenar de muertos en la toma del Palacio de Justicia), al otro lado de nuestras fronteras del sur se dejaron escuchar los estallidos de los terroríficos fuegos "luminosos" que dejaban varios centenares de muertos. El miércoles 18 de junio, en una acción coordinada en tres cárceles, las masculinas de San Pedro en Lurigancho y San Juan Bautista, en la isla de El Frontón; y la de mujeres, Santa Bárbara en El Callao, el sanguinario grupo terrorista Sendero Luminoso organizó los más violentos motínes que se conozcan en la historia de las cárceles latinoamericanas bajo un gobierno democrático.
Sendero Luminoso, cuyos integrantes comenzaron a llegar a las cárceles hace dos años tras los combates en la provincia de Ayacucho, se había apoderado prácticamente de las prisiones y las había convertido en verdaderas fortalezas. Paulatinamente introdujo un poderoso armamento, construyó túneles, convirtió en trincheras el sistema de alcantarillado y levantó barricadas. Estos dos años de "trabajo" le otorgaron al grupo terrorista un poder real en las prisiones, tanto como el que consiguió el M-19 en la cárcel de La Picota, en Bogotá, a raíz de la masiva captura de sospechosos de haber tomado parte en el robo de armamento del Cantón Norte en 1979.
El adueñamiento de las tres cárceles por parte de los senderistas llegó a convertirlas en sólidos bastiones. Por esta razón, el miércoles 18, cuando se produjo el amotinamiento múltiple, el Ejército del Perú debió emplearse a fondo para sacar de sus posiciones estratégicas a los presos y, en esa exigencia bélica, intervino hasta la Fuerza Aérea con helicópteros artillados para abrir boquetes que permitieran la entrada de infantes de la marina. El combate aéreo fue acompañado del uso de cohetes antitanques y del ingreso de personal armado que, tras 24 horas de combate, logró dominar la revuelta. Aunque el gobierno peruano ha manifestado que el amotinamiento senderista fue hecho con el propósito de sabotear el congreso de la Internacional Socialista, al que asistirían los principales líderes de la socialdemocracia europea, los organizadores de la revuelta hicieron llegar un memorial petitorio en el que exigían la renuncia del presidente Alan García, del ministro del Interior y el cierre de la cárcel de Cantogrande, la cual había sido inaugurada recientemente y estaba destinada a ser el próximo hábitat de los detenidos acusados de terrorismo, debido a su alta seguridad. Pero lo que más temían los senderistas no era tanto a ser trasladados a una cárcel más segura, sino a la posibilidad de perder el control que desde hace algunos años ejercen en las cárceles atacadas, a las que, según Fernando Caviedes, de la Comisión de Paz, habían convertido en "escuelas de terrorismo y adoctrinamiento ideológico y práctico".
Los resultados de la ola terrorista desatada por el grupo del ex profesor universitario, Abimael Guzmán, llamado por los senderistas "camarada Gonzalo" o "presidente Gonzalo", fueron cerca de 400 muertos, según las últimas informaciones (aunque el gobierno ha reconocido oficialmente 154); la muerte del segundo a bordo en el grupo subversivo, Antonio Díaz Martínez y cerca de dos mil detenidos sospechosos. Además, el fracaso parcial del congreso de la Internacional Socialista debido a que los premieres de Italia, Bettino Craxi, y de Noruega, Gro Harlem Brundtland, decidieron no asistir.
Por otro lado quedan por venir los resultados previsibles, porque si por acá llueve, en Perú no faltará quien inicie un juicio de responsabilidades al gobierno de García. Los ingredientes a la colombiana están dados: boquetes abiertos a punta de cohetes, rehenes desaparecidos, centenares de muertos, prestigio internacional del Presidente en declive, Comisión de Paz semifracasada y terroristas dispuestos a todo. Y seguramente no faltará en Perú quien diga que allí estuvo metido el narcotráfico.