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Desde el jueves las calles de El Cairo se convirtieron en un campo de batalla, cuando los seguidores de Mubarak atacaron con piedras y palos a los manifestantes.

ORIENTE MEDIO

Sin retorno

La pregunta en Egipto ya no es si el gobierno de Mubarak caerá, sino cuándo. Lo único seguro es que ni ese país ni el resto del mundo árabe volverán a ser los mismos.

5 de febrero de 2011

Pase lo que pase con el octogenario presidente Hosni Mubarak, ya sea que gobierne hasta la llegada de las elecciones en septiembre, como ha afirmado, o que se retire ya para dar paso a un gobierno de transición, como le exigen sus opositores y las potencias occidentales, Egipto y el mundo árabe nunca serán los mismos. Han entrado en un punto de no retorno, pues ha caído el gran muro de silencio, miedo y despotismo que ha reinado por décadas.

El derrumbe que se desencadenó en enero en Túnez, donde las protestas tumbaron al presidente Zine al-Abidine Ben Ali, siguió en Egipto y amenaza con expandirse a otros países de la región, como Siria, Yemen, Jordania y Argelia (ver recuadro), donde los gobernantes se han apresurado a anunciar reformas para prevenir que las demostraciones reivindicativas que ya empiezan a surgir en sus capitales no tomen fuerza. "Esta es una revuelta contra líderes árabes específicos y élites gobernantes que, a través de su estructura de poder, han deshumanizado, pauperizado, victimizado y marginalizado a la mayoría de los árabes", explicó a SEMANA el analista libanés Rami Khouri, quien aseguró que lo que se ha visto en las últimas semanas en Oriente Medio también ha sido una revuelta contra las potencias occidentales que siempre han ejercido influencia en la región. "Crearon los Estados árabes modernos y los fortificaron para que protegieran su propia seguridad", dijo Khouri.

Ahora los países occidentales se preguntan qué pasará con esos aliados tradicionales; al fin y al cabo, también les sirvieron de barrera contra el radicalismo islámico.

Pero tanto fue el cántaro al agua que terminó por romperlo. Curiosamente, al menos desde el fin de la Guerra Fría, Washington y los países europeos temieron que el desafío a sus regímenes "moderados" llegaría de los islamistas. Pero no fue así. Quienes se levantaron fueron los jóvenes, integrantes de una generación cansada de vivir sin oportunidades, que, según los analistas, no va a dar marcha atrás. Miles de ellos, educados en las tecnologías como Twitter y Facebook, lograron movilizar a un inmenso grupo de la sociedad, especialmente perteneciente a las clases más pobres, que ya no tiene nada que perder. En Egipto, al fin y al cabo, los más necesitados han visto cómo una pequeña minoría cercana al gobierno se ha hecho cada vez más rica. Esto sucede cuando el 40 por ciento de la población vive con dos dólares por día, el 85 por ciento de los menores de 30 años no tiene empleo, un factor que se repite en la región, y los precios de los alimentos han crecido en casi un 30 por ciento en todo Oriente Medio, hasta el punto que mucha gente ya no tiene para comer.
 
A esto se suma que Egipto no solo es el país más poblado del mundo árabe, con 84 millones de habitantes, sino el de mayor influencia social y cultural. Es fácil que se convierta en paradigma, tanto para lo bueno, si se consolida la democracia, como para lo malo, si el caos da lugar a una dictadura religiosa. Como dijo a SEMANA Eugene Rogan, experto de la Universidad de Oxford y autor de Los árabes. Del imperio otomano a la actualidad, "los efectos sobre el resto del mundo árabe son enormes. Y de los otros países, que también tienen altos índices de violencia , cualquiera de ellos podría caer".

Mouna Khalil, de 32 años, es una de esas jóvenes egipcias que nada tiene que perder. "No nos moveremos mientras no se vaya Mubarak", aseguró a SEMANA el jueves en la plaza Tahrir, centro de las protestas en El Cairo. Con un velo azul en la cabeza, trabaja en la tienda de su familia en un barrio, pero desde hace una semana asiste todos los días, junto a su esposo y su hija, a las concentraciones. "Yo no me iré de aquí mientras no se vaya él", repite una vez más.

Mientras que su sueño se hace realidad, ella pasa los días ayudando a atender a los heridos. A alrededor de Mouna, que se encontraba arrodillada en el piso tratando de poner una venda en la cabeza de uno de los manifestantes, se vivía ese día una batalla que empezó cuando el miércoles los aliados de Mubarak, muchos policías de civil, atacaron a los manifestantes.

Esto sucedió un día después de que cientos de miles de personas -se habla incluso de más de un millón- realizaron una marcha pacífica. "Kefafa, Kefafa (suficiente, suficiente)", gritaba la multitud. Y es que por un momento aquel martes el panorama fue esperanzador. Mubarak, que días atrás había dado un paso conciliador al destituir a su gabinete y nombrar vicepresidente a su allegado Omar Suleiman, anunció al final del día que hablaría por televisión. Habían triunfado, pensaron.

Pero no, el gobernante apareció para anunciar que no se presentaría a las elecciones de septiembre. "Moriré en suelo egipcio", dijo.

Aliado clave

Ese día quedó claro que había fracasado la intermediación estadounidense, que se había iniciado esa mañana con la llegada a El Cairo del ex embajador Frank Wisner, enviado personal del presidente Barack Obama, quien habló telefónicamente con Mubarak. Egipto, al fin y al cabo, es para Washington una pieza clave para la seguridad regional, especialmente desde que Turquía se ha venido distanciando en los últimos meses.

Esa alianza no es nueva. Egipto fue el primer país árabe que estableció relaciones con Israel, el gran amigo de Estados Unidos en el área, desde 1978, y, desde entonces, Washington le ha entregado más de 600.000 millones de dólares como recompensa. Según documentos revelados por WikiLeaks, Egipto ha sido un gran aliado en temas como la confrontación con Irán -país al que tanto temen Israel y Estados Unidos-, la mediación en el siempre fallido proceso de paz entre Israel y Palestina y la construcción del gobierno iraquí.

Pero además, "Israel y Egipto no solo comparten intereses de seguridad, sino que son grandes aliados económicos", como explicó a SEMANA el director del Centro de Estudios sobre Oriente Medio, el general Hisham Jaber. Dijo que ese país compra a Egipto casi el 40 por ciento de su gas y entre ambos tienen grandes empresas. "Israel perdió a Turquía y le dolería mucho perder a Mubarak", sostiene Jaber.

Sin embargo, habría un punto positivo en todo esto. La ola de cambio en Oriente Medio y la caída de Mubarak podrían presionar a Israel para que se decida de una vez por todas a firmar un acuerdo de paz con los palestinos. "Hay muchas voces en ese país que aseguran que si no lo hace ahora, podrán pagar las consecuencias en un futuro", dijo Jaber.

Egipto, además, es el responsable del Canal del Suez, por donde diariamente pasan más de dos millones de barriles de petróleo y el 14 por ciento del gas líquido mundial. A esto se suma que cerca del 4,5 por ciento global del petróleo se transporta del Mar Rojo al Mediterráneo por el oleoducto Sumed. Si se cierran, las pérdidas para la economía mundial serían multimillonarias.

Según se conoció el viernes, cuando cientos de miles de personas se reunieron de nuevo en la plaza de Tahrir, llamada 'Libertad', para pedir su renuncia una vez más, Estados Unidos sigue presionando para que se vaya, e incluso se dijo que la Casa Blanca busca fórmulas para que su salida sea lo menos traumática posible.

Oleada de terror

El jueves, Mubarak le explicaría a la periodista de ABC Christiane Amanpour que quería irse, que estaba cansado después de 62 años de servicio público, pero que temía que se desatara el caos si él renunciaba. "Usted no entiende la cultura egipcia y lo que ocurriría si dimito ahora", dijo Mubarak que le explicó a Obama cuando este le pidió abandonar el cargo cuanto antes.

Pero las respuestas del presidente egipcio dejan una duda en el ambiente: ¿qué entiende por caos? Porque al mandar a la calle a sus aliados para atacar a los opositores, el resultado fue acercar al país a ese estado.

"Utilizan la táctica del miedo; tenemos los carnés de los policías", aseguró a los medios el premio Nobel de la Paz y exdirector de la Organización de la Energía Atómica, Mohamed al Baradei, uno de los dos líderes que los opositores han designado como voceros. Ayman Nour, un reconocido político que fue encarcelado por el régimen entre 2005 y 2009, es el otro. Ninguno, sin embargo, ha logrado llenar el vacío de liderazgo de la oposición.

La decisión de Mubarak de mandar a su gente a la calle causó la muerte de ocho personas y dejó heridas a más de 800. Desde que comenzaron los desórdenes, el 25 de enero, van más de 300 muertos, según la oficina del alto comisionado para los Derechos Humanos de las Naciones Unidas.

Otro objetivo del gobierno han sido los medios de comunicación. No contento con intentar bloquear las redes sociales y los celulares, siguió contra la cadena qatarí Al Jazeera, que se ha convertido en la voz de las protestas del mundo árabe: ordenó cerrar sus oficinas en El Cairo y arrestó, por horas, a varios reporteros. Lo mismo ha pasado con decenas de periodistas extranjeros que han sido detenidos o atacados en los últimos días.

"Queremos un país libre, un cambio verdadero", asegura Mouna mientras señala a los cientos de jóvenes que a esa hora de la tarde tiran piedras a los seguidores de Mubarak. "Ellos son los que lo harán posible", dice esta mujer. Dina Hussein, una estudiante de Ciencias Políticas de 29 años, reitera que las manifestaciones fueron impulsadas por dos movimientos de jóvenes que movilizaron a la población por Internet. Las mujeres, como sucedió en Túnez, han sido grandes protagonistas. "No queremos a Estados Unidos, es muy hipócrita", explica Dina. Dice que los norteamericanos, hasta ahora, no han tomado una posición seria a pesar de son los únicos que pueden presionar a Mubarak para que abandone el poder.

Sin estrategia

Lo cierto es que a estas alturas nadie sabe bien cuál es la estrategia estadounidense. El gobierno de Obama transita por una línea delgada entre promover la democracia y el riesgo de perder un aliado crucial. Para Shirley Telhami, investigadora del Saban Center for Middle East Policy de la Brookings Institution, Washington "puede explotar la incertidumbre para poner en acción un plan comprensivo que le ayude a reenfocar la atención regional hacia consolidar instituciones democráticas en la región". Otra opción sería quedarse quieto y esperar. "El problema es que la inacción puede ser vista como apoyo a Israel y enfurecer tanto a los manifestantes como al mundo árabe en general", concluyó Telhami.

Y es que Estados Unidos tampoco puede disponer, así como así, de un aliado tan incondicional como Mubarak, pues el mensaje para sus demás aliados poco respetables sería demoledor.

Una de las preocupaciones mayores es que esta situación emerja con el poder la Hermandad Musulmana, una agrupación social islámica creada en 1928, que se proyecta como la principal fuerza opositora y ejerce influencia en la varios países de la región.

La fortaleza de la Hermandad reside precisamente en su carácter religioso. "Si la gente se reúne en un café y habla de cosas que al régimen no le gustan, cierra el café y los arresta -aseguró un periodista egipcio que pide no dar su nombre-. Pero no puede cerrar las mezquitas, así que la Hermandad sobrevivió", concluyó.

Muchos analistas aseguran que Estados Unidos se equivoca al temer lo que puedan hacer los Hermanos Musulmanes, que el jueves aseguraron que no harían parte de ninguna negociación mientras Mubarak y el régimen no se fueran. Lo mejor, aseguran los expertos, es que Egipto encuentre su camino así este tenga relación con los islamistas, como ha hecho Turquía, que hoy tiene un gobierno islámico moderado.

Richard Bulliet, profesor de Historia de la Universidad de Columbia, cree que los partidos islámicos están destinados a desempeñar un papel significativo en la transición hacia la democracia en el mundo árabe. "Merecen una oportunidad para mostrar cómo pueden participar, o gobernar, en un sistema pluralista electoral", aseguró Bulliet.

Mohsen Elsaide, de 54 años, dueño de una tienda de lácteos y miembro de la Hermandad Musulmana, dijo algo en ese mismo sentido el jueves: en la plaza de Tahrir "Aquí no hay distinciones entre musulmanes o no. Somos todos un mismo pueblo, queremos vivir en armonía".

Aunque el viernes en la tarde las cosas parecían aquietarse, los pronósticos no son buenos. "Los días más sangrientos están por llegar", aseguró a SEMANA Michael Hudson, director del Instituto de Oriente Medio en la Universidad Nacional de Singapur. Piensa que mientras Mubarak, Suleiman y todo el establecimiento egipcio continúen luchando por quedarse, los riesgos serán enormes. "El papel del Ejército será crucial. Incluso si aceptan sacar a Mubarak, nadie sabe si estarán dispuestos a abandonar su histórica influencia", señalo Hudson.

Como Hudson, muchos analistas pensaban, al finalizar la semana, que Mubarak estaba perdido y que el vicepresidente Suleiman es la figura a la que hay que mirar en adelante. "A no ser que se comporte de una manera más reformista, lo normal sería que trate de acabar con las protestas, recupere la estabilidad económica, pida ayuda urgente a Arabia Saudita y Estados Unidos y divida las fuerzas de oposición, que todavía no tienen un líder fuerte", dijo Hudson. Y eso sería la receta para el desastre.

Mientras la situación política se define en Egipto y los ojos se dirigen hacia la actitud que tomará el Ejército, cuya postura final será crucial, el mundo no pierde de vista lo que pasa en una región que atraviesa un momento de trascendencia histórica. Un muro ha caído en Oriente Medio y, en adelante, para bien o para mal, nada será igual.