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El gobierno del presidente Bashar al-Assad negó haber utilizado armas químicas en el ataque que se produjo en Ghuta, en los suburbios de Damasco. Pero el régimen tiene más de 1.000 toneladas de tóxicos almacenados en sus arsenales. | Foto: AFP

SIRIA

Siria vive un infierno químico

Con el bombardeo tóxico que mató a centenares de niños el miércoles, el país árabe tocó fondo ante la pasividad de la comunidad internacional.

24 de agosto de 2013

Horror. No se puede describir con otra palabra las imágenes de cadáveres alineados, de niños agonizantes en medio de violentas convulsiones, de adultos sofocando con la boca abierta llena de espuma y la mirada desorbitada. Las víctimas no tenían sangre, ni heridas, ni quemaduras. Todos los síntomas indican que el miércoles pasado en los suburbios de Damasco cientos de personas murieron de la peor manera, intoxicados por un poderoso químico. 

En uno de los cientos de videos enviados desde Siria, se vio a Younma, una niña de menos de diez años, gritar histérica desde una camilla “estoy viva, estoy viva”. No se sabe cómo ni por qué llegó al hospital. Solo era una testigo más de lo  frágil que se volvió la vida en Siria, donde la humanidad tocó fondo sin que el mundo haga mayor cosa.  

Un poco después de las dos de la mañana, los misiles empezaron a caer sobre Ghuta, al noreste de la capital, un bastión de la oposición al presidente Bashar al-Assad desde hace meses. A las cinco los megáfonos de las mezquitas ya advertían que un bombardeo tóxico se había abatido sobre la barriada y exhortaban a la población a cerrar puertas y ventanas.

Según le dijo un sirio al semanario alemán Der Spiegel, “las calles estaban llenas de humo, la gente encendió fogatas por todas partes con la esperanza de neutralizar los gases”. Otras personas aseguraron que olía a azufre y un testigo le contó a la agencia Reuters que llegó a una casa donde todas las personas yacían en sus camas, “parecían dormidas pero en realidad estaban muertas”.
 
Los hospitales rápidamente quedaron saturados, sin suficiente hidrocortisona  y atropina para bloquear los efectos tóxicos. Los Comités de Coordinación Local rebeldes afirmaron que “el número de mártires alcanzó los 1338”. Otras versiones más cautas hablan de 800 a 1.000 víctimas. De confirmarse estas cifras, sería el peor ataque con gases desde que Saddam Hussein asesinó a 5.000 kurdos iraquíes en Halabja en 1988 (ver recuadro).

El régimen se apresuró a negar cualquier responsabilidad, mientras culpaba a los medios “involucrados en el derramamiento de sangre de los sirios y el apoyo al terrorismo”. A solo 15 minutos de Ghuta, un equipo de inspectores de la ONU se preparaba para investigar ataques químicos en tres incidentes anteriores. Pero, a pesar de ser los únicos expertos independientes en Siria, tienen las manos atadas por su mandato, que después de negociaciones sin fin con el régimen, quedó delimitado  a lugares fijados con meses de antelación. Como el resto del mundo, tuvieron que ver las pruebas en videos.

Como le dijo a SEMANA Eliot Higgins, experto en la guerra en Siria y autor del blog de referencia Brown Moses, “tan solo basándose en los síntomas, en el número de víctimas y en los reportes de los médicos, que se enfermaban e incluso morían al atender a las víctimas, es muy difícil no concluir que fue un ataque químico. 

¿Con qué? Ese es el problema, es muy difícil saberlo sin investigar allá y, a menos que el equipo de la ONU tenga acceso, es casi imposible que lo sepamos”. Las Naciones Unidas le pidieron al gobierno acceder a la tragedia y por ahora algunos médicos locales recogieron pruebas. Pero sin la presencia de la ONU, las pruebas no son válidas.

No es la primera vez que en Siria estallan armas prohibidas. A comienzos de mayo SEMANA visitó el barrio de Sheik Masoud, en Alepo, golpeado por un bombardeo similar. Según la población, cuando un proyectil cayó, las mujeres y los niños que salieron a ver qué había pasado fueron los primeros en morir. Y quienes llegaron a ayudar terminaron contaminados.

“¿Qué clase de gas es? No se puede decir. Nuestra obligación es diagnosticar lo que tiene el paciente y curarlo. ¿Quién lo hizo? Tampoco lo sabemos. Lo único cierto es que los pacientes llegaron con convulsiones, muchos echaban espuma blanca por la boca y tenían problemas de visión”, le dijo en ese momento a esta revista el doctor Kawa Hassa, el director del hospital que atendió a las víctimas.
 
El fotógrafo colombiano Mauricio Morales, quien volvió de Siria hace unos meses, le contó por su parte a SEMANA que “este ataque era de esperarse. Allá los rebeldes en los frentes tienen máscaras de gas, eso es básico. La gente sabe que si la artillería pega y después sale un humo distinto, puede ser algo químico”. Eso sí, como cualquiera que conoce la complicada situación Siria, no se atrevió a decir quién pudo haber lanzado el bombardeo.

Y es que en un país donde la demencia y la violencia son los únicos al mando, cualquier cosa es posible y para ambos bandos todo vale con tal de derrotar al otro. Claro, el culpable ideal es Bashar Al-Assad. En junio, Francia, Reino Unido y después Estados Unidos afirmaron que el régimen empleó gases letales. 

Su ejército, según servicios secretos occidentales, oculta un arsenal de unas 1.000 toneladas de agentes químicos, sobre todo gases sarín, mostaza y VX. Pero es difícil entender por qué el régimen habría tomado el riesgo de usarlo justo cuando una misión de la ONU visita el país.

Tal vez Al-Assad se dio cuenta de que, tan solo diez días después de la masacre de 600 egipcios en El Cairo y la débil reacción de las grandes potencias, puede hacerlo sin esperar grandes consecuencias. 

La otra tesis, igual de delirante, es que algún grupo extremista anti-Assad haya perpetrado la masacre contra su propia gente en un maquiavélico cálculo geopolítico para obligar a la comunidad internacional a intervenir. Aunque tal vez sea una simple coincidencia, hace un año exacto el presidente Barack Obama advirtió que si el régimen llegaba a usar su arsenal químico, cruzaría “una línea roja” que significaría “una reacción inmediata”. 

Teniendo en cuenta que la situación militar ha tomado un giro en su contra, alguna facción rebelde, en su desesperación, habrían considerado aceptable sacrificar 1.000 mártires para ganar una guerra que ya dejó 100.000 muertos y 2 millones de refugiados. 

Pero sería inocente pensar que las famosas “líneas rojas” son algo más que discursos para la opinión pública, porque no hay nada más lejano que una intervención armada occidental. 

Como escribió hace poco el general estadounidense Martin Dempsey, jefe del Estado Mayor Conjunto, “en Siria no se trata de escoger entre uno de los dos bandos, sino entre uno de los muchos bandos. El que escojamos tiene que estar listo para promover sus intereses y los nuestros cuando la balanza se incline a su favor. Por ahora, no es así”. 

Lo trágico es que mientras más tiempo pase, más difícil va a ser intervenir. Porque si el horror de la semana pasada no es suficiente, ya nadie sabe qué más necesita el mundo para reaccionar. 


La guerra tóxica
  • Hay cuatro tipos de agentes químicos letales: los que bloquean el sistema nervioso, los vesicantes que queman la piel y los órganos, los pulmonares que dañan el sistema respiratorio y los sanguíneos, que bloquean la circulación.
  • Los gases tóxicos aparecieron por primera vez en la Primera Guerra Mundial. Primero el Tratado de Versalles en 1919 y después el Protocolo de Ginebra en 1925 prohibieron el uso de armas químicas.
  • En los años veinte España usó bombas de gas en la guerra del Rif en Marruecos. 
  • En 1935 la Italia fascista usó gas mostaza en Etiopía.
  • Japón utilizó gas mostaza cuando invadió China en 1937.
  • En los años sesenta Egipto usó bombas químicas en la guerra civil de Yemen.
  • Irak usó gas mostaza en la guerra Irán-Irak. En 1988, en la aldea iraquí de Halabja, un bombardeo químico mató a 5.000 kurdos.
  • En 1995 los terroristas japoneses Aum Shinrikyo usaron gas sarín en Tokio. 
  • En 2002, después de que un comando checheno se tomó un teatro, las fuerzas rusas bombearon un agente químico desconocido en la ventilación.