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Nadie sabe si la "invasión a Cuba fue una conspiración diabólica o un sainete tragicómico.

17 de febrero de 1992

EL 28 DE DICIEMBRE, EN PLEno día de los Santos Inocentes, tres cubanos exiliados en Miami fueron capturados horas después de intentar una infiltración rocambolesca a Cuba. Y el 9 de enero tres soldados del Ministerio del Interior fueron asesinados por un grupo que intentaba robar una lancha para emigrar a Estados Unidos. Todo indica que se trata de una coincidencia. Para algunos analistas, esos hechos demuestran que la crisis por la que atraviesa el régimen cubano ya está dando frutos de violencia. Pero para otros, la verdad está oculta tras el manto de influencias y contrainfluencias que se teje en el Caribe.
El episodio de los guardias asesinados parece ser el más claro pero también el más inquietante. Esa noche cinco individuos intentaron robar una lancha de la base náutica de Tarara, un balneario situado en el este de La Habana. Según el testimonio de un cuarto sobreviviente, los individuos, al fracasar su intentona, asesinaron a los tres agentes maniatados. En un país en el que los hechos de sangre son muy escasos, la muerte de esos "combatientes" causó una conmoción aún mayor que la reciente noticia de la infiltración de los cubanos desde Miami.
Esta última "operación" podría ser, desde conspiración internacional hasta aventura tragicómica. Eduardo Díaz Betancourt, Daniel Santovenia Fernández y Pedro de la Caridad Alvarez Pedroso fueron apresados en la ensenada de El Júcaro, en el municipio matancero de Cárdenas, pocas horas después de haber desembarcado. Los expedicionarios llevaban abundante material de guerra y granadas con las que llevarían a cabo actos de sabotaje no especificados.
No se requiere ser estratega para entender que una operación de esa naturaleza estaba destinada al fracaso inmediato. En su meteórico proceso, los capturados refirieron una historia extraña. Los participantes iban a ser originalmente 22 hombres que se infiltrarían en tres ciudades. Pero el autodenominado Directorio Insurreccional Nacional (DIN) se dividió días antes de la partida por disputas sobre quién sería el líder. Los tres capturados siguieron la facción de Reinaldo Domínguez Díaz, quien creó entonces el "Movimiento 19 de abril" asociado con "Comandos L", de Tony Cuesta.
Este subgrupo, compuesto por seis hombres, iba a llevar a cabo el plan. Pero a última hora Domínguez se agachó con el pretexto de tener alta el azúcar de la sangre y estar a punto de una intervención quirúrgica. "Otros dijeron tener problemas con sus niños", declaró Díaz. Al final, sólo tres hombres comandados por éste se enrumbaron hacia Cuba.
Carecían de planes concretos. En el juicio los tres coincidieron en que habían sido engañados en Miami y que creían que la isla estaba al borde de la insurrección. Refirieron cómo habían cambiado su pensamiento luego de que sus captores les hicieran un recorrido por La Habana. "Ahora me doy cuenta de que el gobierno de Estados Unidos me usó", dijo Santovenia.
Cualquiera podría pensar en que una operación tan torpe y unas confesiones tan entusiastas podrían haber sido orquestadas por el propio régimen de Fidel Castro para galvanizar, de nuevo, a sus conciudadanos con la amenaza de una agresión de Estados Unidos. Hay quienes sospechan en Miami de la sinceridad de Díaz Betancourt, quien sólo había salido de Cuba en abril de 1991. Esas dudas no se compaginan con su sentencia a muerte.
Lo que para nadie es un misterio es que la comunidad cubana de Miami ha producido desde los años 60 un número indeterminado de grupos armados anticastristas, que en la mayoría de los casos lo único que tienen claro es su odio visceral a Fidel. Entre 1959 y 1980 esos grupos fueron alentados y asesorados por la CIA, que intentó no sólo la invasión de Playa Girón sino múltiples operaciones aisladas. Desde ese último año la participación activa de los norteamericanos quedó limitada al espionaje, pero los exiliados siguieron como rueda suelta.
Por eso, no es la primera vez que uno de esos grupos intenta acciones que terminan convirtiéndose en un impulso para su enemigo. Alfa 66, Comandos L, DIN, son apenas unos pocos de los múltiples movimientos" que se entrenan en la Florida bajo la vista gorda de Washington, que parece verles como una válvula para las tensiones del exilio.
Pero de ejecutarse la sentencia de Tribunal Provincial de La Habana, renacería el paredón para los infiltrados. Desde los primeros años 60, cuando se fusiló a decenas, la justicia cubana había derivado hacia imponer prisión. Por ejemplo, hoy purgan en La Habana 30 años los dos miembros del "Ejército Cubano de la Libertad", que ingresaron a la isla a mediados del año pasado. El propio Cuesta fue capturado en 1966, y tras 1 año de prisión regresó a Miami.
Pero esta vez las autoridades se enfrentan a una situación extrema, alimentada además por el asesinato de los guardas. Quienes en La Habana se muestran favorables al fusilamiento señalan que la clemencia es lo que ha permitido el florecimiento de tantos "Rambos caribeños". Por otra parte el ambiente está caldeado desde que Carlos Aldana, integrante del Buró Político del Partido Comunista, había lanzado el 27 de diciembre una diatriba contra los "grupúsculos contrarrevolucionarios" que critican desde dentro el sistema y algunos de cuyos dirigentes fueron mencionados por los infiltrados como contactos en el interior de la isla.
Todo ello indica que la "invasión" de los tres cubanos cayó como anillo al dedo. La crisis de la economía cubana toca fondo. El comercio con el desaparecido bloque del este representaba el 85 por ciento de su comercio exterior y generaba el 40 por ciento de su producto interno. El bloqueo patrocinado por Estados Unidos completa el panorama. Por eso, hoy más que nunca el régimen necesita no sólo un catalizador para el descontento, sino una imagen implacable contra la disidencia. Sin que se sepa, el resultado de la apelación al Consejo de Estado y de las críticas internacionales, todo indica que el paredón revivirá su vieja fama.-