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TARJETA ROJA

Cargos de corrupción en el PC búlgaro amenazan poner en la cárcel a la vieja guardia.

15 de enero de 1990

Los bulgaros llegaron tarde a la Perestroika. Y de acuerdo con los acontecimientos sucedidos en los últimos cuatro meses, la conclusión es la de que cuanto más se demoren los procesos de renovación y de apertura, mucho más caro les saldrá a las decadentes cúpulas comunistas de cada país.
Las noticias sobre las expulsiones de los partidos comunistas, las aperturas de investigaciones e incluso los encarcelamientos de la gerontocracia de Checoeslovaquia y de Alemania Democrática demuestran que si estos le hubieran cogido la flota a Gorbachov, como lo hicieron los húngaros y los polacos, estarían hoy montados en el carro de la historia y no aplastados por este, como parece que van a terminar. La dirigencia comunista de Bulgaria no se ha escapado a este proceso y todo indica que va a terminar en la cárcel más rápido de lo que se imagina el propio pueblo bulgaro.
El tránsito acelerado hacia la democratización del país propicio la semana pasada que el pleno del Comite Central decidiera la expulsión de Todor Zhivkov, ex secretario general del Partido Comunista bulgaro y antiguo jefe del Estado. Junto a Zhivkov fueron apartados del PCB el ex ministro del Interior, Milko Valev, y uno de los hijos del antiguo líder, Vladimir Zhivkov, quien está actualmente vinculado a una investigación por presunta malversación de fondos del Estado y a quien la oposición califica de "delincuente".
La "rumorología" popular presenta a Todor Zhivkov como un individuo dado al lujo y a la ostentación y se dice que posee numerosas quintas, residencias particulares y que llevaba un tren de vida que no correspondía con los principios del socialismo.
Los motivos de estas destituciones fueron explicados en un comunicado en el que se señalaban las "violaciones graves de los principios del partido y de la moral, las deformaciones profundas en el PCB y en la sociedad, así como los errores capitales en el desarrollo socioeconómico del país", los cuales han provocado una profunda crisis política y económica.
Pero ninguna de las acusaciones ni calificativos a los que se han hecho merecedores Zhivkov y su familia se diferencian de las que han recibido sus homólogos en los demás países del ya casi desaparecido Bloque Socialista. Hasta el punto de que los periodistas europeos han pensado hacer un formato en el que, para dar las noticias, solamente haya que colocar el nombre del país, el del dirigente de la ortodoxia comunista y la fecha.
Sobre todo porque las manifestaciones populares de cada uno de estos países parecen calcadas. Incluyen en sus reivindicaciones consignas como "cambio de nombre del Partido Comunista", "reforma de la Constitucion para que el PC no mantenga el monopolio del poder", "elecciones libres y sufragio universal", "liberación de presos políticos" e "investigación sobre la corrupción de la cupula comunista".
Las respuestas a las presiones populares tampoco se pueden diferenciar mucho. Por esta razón, no resultó raro que la semana pasada el Partido Comunista de Bulgaria (PCB) renunciara formalmente a desempeñar por ley el papel dirigente de la sociedad. Era la respuesta a una de las principales peticiones que la oposición hizo en una manifestación que celebro el pasado 10 de diciembre en Sofía, en la que reunió a cerca de 70.000 personas. Además, nombró una comisión especial del partido y del Estado para verificar si las acusaciones de "corrupción", formuladas repetidamente por el pueblo contra Todor Zhivkov y otros miembros del partido, son justas.
El hecho es que las organizaciones como el Club de Defensores de la Glasnost y la Perestroika y la Federación de Fuerzas Democráticas han logrado que el Partido Comunista se arrincone de tal forma que, al igual que en los otros países, han comenzado a aparecer las fuerzas que prefieren estar del lado de los renovadores, antes de que una investigación los coloque como lo pidió uno de los líderes opositores, Nikolai Vassilev, "en un nuevo juicio de Nuremberg para sentar al totalitarismo internacional en el banquillo".
El propio Peter Mladenov, jefe del Partido Comunista, culpó a su predecesor, Todor Zhivkov, y a sus colaboradores de conducir al país a la actual crísís. Tal vez por eso el poeta Nikolai Kolev, uno de los jefes del apoyo a la perestroika, afirma que "unicamente han cedido ante nuestras reivindicaciones para ganar tiempo, pero no renunciaran a la idea de retener el poder".
Y es que es muy probable que, así como ha ocurrido en Alemania del este y en Checoeslovaquia, las expulsiones y las medidas de los líderes que se han encargado de realizar la transición no sean más que el resultado del ferviente deseo de no aparecer asociados al regimen anterior. Inclusive, hay quienes temen que algunas medidas, como la del adelanto de las elecciones, que estaban programadas para 1992, y que se realizarán a principios del año entrante, sean una táctica de los comunistas para no darle tiempo a la oposición de organizarse.
Quizás en lo que se pueda encontrar una diferencia entre el proceso bulgaro y el de los demás países, es en el modo de manifestarse la oposición. Ante la sordera de la dirigencia comunista y la resistencia durante varios meses a adelantar cualquier proceso de apertura, el pueblo de Bulgaria decidió utilizar la máxima popular de que para un buen entendedor pocas palabras bastan. En un inusual estilo de movilizaciones marcharon durante la semana pasada en silencio y con antorchas encendidas. Pero la vieja ortodoxia comunista sabe que ese silencio con que hablan las masas es suficientemente elocuente.