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Tras el terremoto, muchos barrios quedaron como si los hubieran bombardeado | Foto: Jairo Tarazona / SEMANA

INTERNACIONAL

Los desgarradores relatos de las víctimas de Ecuador

El terremoto dejó sin vivienda y sin familia a miles de ecuatorianos. Semana.com habló con varios afectados. El panorama es desolador.

20 de abril de 2016

En las calles de Manta, Pedernales, Porto Viejo, Muisnes, Jama, Calceta, Chone, Bahía de Caraquez,  Guayaquil, Esmeraldas y otras poblaciones costeras afectadas por el sismo del pasado sábado, de magnitud 7,8, centenares de familias siguen durmiendo en los portales afuera de sus casas por temor a que se  repita el movimiento telúrico o porque sus casas quedaron destruidas.

A medida que pasan las horas y los días, con la remoción de escombros aumenta el número de fallecidos, que puede sobrepasar los 1.200. Muchos barrios han quedado como si los hubieran bombardeado, miles de construcciones están agrietadas, sus techos están por el suelo, las paredes desmoronadas y los cables de la luz tirados en las calles.

El mayor caos es la repartición de las ayudas, especialmente de alimentos y agua. En los sectores alejados se quejan por la desorganización y la falta de apoyo.

La electricidad apenas está llegando a Manta, el mayor puerto atunero del continente americano, la ciudad más industrial y de mayor actividad económica de la Provincia de Manabí y a donde llegan todo el año gran cantidad de turistas extranjeros y del interior del país.

Más de una docena de hoteles de la localidad de Tarqui se vinieron abajo y es la zona donde mayor número de muertos se registró. Por eso una de las mayores preocupaciones es que el turismo disminuya y mucha gente quede sin empleo.

Organismos de socorro y de rescate de varios países trabajan incesantemente en localizar y sacar con vida a quienes todavía permanecen bajo las ruinas. De esto es testigo Cecilia Correa, quien mira impávida cómo dos retroexcavadoras limpian los escombros del edificio donde vivía junto con otras 20 personas, en una zona céntrica de Tarqui. En el sitio murieron cuatro personas y hay una desaparecida, posiblemente bajo las ruinas.

“Imagínese tener todo un día y al otro no tener nada, todo nos cambia en un minuto,  yo perdí dos familiares, si hubieran sobrevivido no importarían las pérdidas materiales”, comenta resignada.             

A unos cuantos metros, Tatiana Mieles supervisa el trabajo de tres hombres que recogen y ordenan tarros de aceite y otros combustibles del negocio familiar que quedó en ruinas. “Era una lubricadora popular y de lavado de carros de unos 50 años, el fruto y el esfuerzo del trabajo de mi padre, pero gracias a Dios somos de familia trabajadora y volveremos a levantarlo”, dice la mujer.                         

Son las 11 de la noche, Carlos Panta está recostado en una columna de su casa en el barrio 8 de abril de Manta, desde el sábado no duerme dentro de su hogar. Su esposa, hijos y suegra están recostados en una colchoneta. “Nosotros estamos durmiendo en el portal por precaución por cualquier cosa y salir a la calle”.                 

De otro lado está Fredy Reyes. Él vive  en una edificación de tres pisos donde habitan varias familias que tienen miedo. “No hemos dormido, por el susto y el frío, sólo tenemos los alimentos y el agua que nos regalan. No hay comida caliente, fresca, sólo de paquete, galletas y atún con agua. Dormimos con un ojo abierto y otro cerrado”, señala con resignación el hombre.

Mientras tanto, en un viejo colchón doña Mirta descansa con sus nietas, dice que no pueden dejar sola  la residencia porque también los ladrones están aprovechando para saquear las viviendas abandonadas. “Tenemos que cuidar lo poco que nos queda, lo que nos dejó el terremoto”.                   

Pero otra tragedia viven los que se quedaron sin techo. En la calle 108 varios edificios colapsaron. Ramón Bastidas mira con desconsuelo su casa, que se desplomó; él alcanzó a salir cuando se produjo el sismo, pero no ha vuelto a ingresar para recuperar sus bienes por temor a quedar aplastado si viene otra réplica. “Desde el sábado tengo la misma ropa, todo está adentro, hay que demoler la casa y no sé dónde voy a vivir".                         

Zoila Lukas vive en el sector de Río Cenepa, en Tarqui, cocina debajo de una carpa y con una estufa de gas prestada fríe pescado y plátano para su familia. “Nos tocó salir de la casa y estamos en este lote desocupado mientras tanto porque no tenemos a dónde ir. Hay muchos mosquitos y por la noche hace frío”. Su hija de 14 años no podrá volver al colegio del barrio, por cuanto se vino abajo y su reconstrucción tardará muchos meses, tal vez todo el año. 

Al igual que ellos, miles de afectados ven con pesimismo el futuro, no saben qué pasará con sus vidas y hacia dónde serán trasladados ahora cuando se quedaron sin hogar. Hasta ahora muy pocos han atendido el llamado del presidente Correa de ir a los albergues, creen que su situación empeorará.       

Los precios de los alimentos y de los víveres que se venden en los pocos supermercados abiertos se han encarecido. “Por una garrafa de agua cobran hasta cinco dólares, se están aprovechando de la situación”, dice una señora que hace fila para recibir un paquete con ayudas en el sector de Mi Playita, donde miles hacen colas inmensas durante varias horas con la esperanza de recibir lo que están repartiendo las entidades encargadas y organismos de socorro.                     

Jesús Mero vive en el callejón El Salitre, frente al Hotel Bulevard, que está en mal estado. Agradece a Dios que está con vida junto con su familia. “Lo que es material lo perdimos todo, quedamos totalmente en la calle, no pudimos rescatar casi nada. Lo único que pedimos es que distribuyan las ayudas casa por casa, porque hay mucha gente avivata que coge muchas cosas y que no necesitan”, acota en tono de queja.               

Emma Rosana Romero acompaña a su hijo David García, de 18 años, en el aeropuerto militar de Manta. Están listos para abordar un avión de la Fuerza Aérea Ecuatoriana rumbo a Quito, donde será intervenido de un trauma cráneo-encefálico, como consecuencia de las heridas que sufrió al caerle un muro. “Me quedé sin mi casa –-dice llorando–, soy muy pobre, nunca me he montado en un avión, es la primera vez y no conozco Quito, ni a nadie allá, ¡cómo nos cambia la vida en un minuto!”, señala con tristeza.                                         

Aunque algunos expertos calculan que la reconstrucción de las poblaciones costeras dañadas por el terremoto costará más de 30.00 millones de dólares y será demorada. José Paladines, un reconocido empresario atunero de Manta, está convencido de que saldrán adelante porque es una región pujante de gente emprendedora y trabajadora, en una provincia que tiene a la vista y a su disposición la riqueza del mar.