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En un balneario de Túnez, a orillas del Mediterráneo, un extremista escondió en un parasol un fusil AK-47 con el que asesinó a decenas de turistas europeos. La policía tuvo que proteger a un sospechoso de haber participado en la masacre, pues una multitud trató de lincharlo. | Foto: A.F.P. / A.P. / REUTERS

VIOLENCIA

Terror yihadista y sin fronteras

Los ataques simultáneos en Francia, Túnez y Kuwait abren un nuevo capítulo en el terrorismo del Estado Islámico.

27 de junio de 2015

“Muyahidines de todo el mundo, vuélquense a hacer del Ramadán un mes de desastres para los infieles”, dijo el portavoz de Estado Islámico, Abu Mohammed al-Adnani, en un mensaje de audio difundido el martes. Aunque para la mayoría de los seguidores del islam el mes sagrado que comenzó el 18 de junio es una fiesta en la que se practica el ayuno y se socorre a los necesitados, en la concepción de ese grupo la fecha es sobre todo una ocasión para recrudecer su campaña de terror. “Musulmanes, prepárense para lanzarse a la yihad”, sentenció Al-Adnani.

Sus seguidores atendieron su llamado y su respuesta se sintió el viernes en diferentes puntos del planeta, con ataques simultáneos que cobraron decenas de víctimas en tres continentes.

En Francia, dos individuos se introdujeron en las instalaciones de Air Products, una multinacional estadounidense de productos químicos situada en los alrededores de Lyon, en el centro-este del país. Tras pasar sin contratiempos la caseta de vigilancia, arremetieron con su vehículo contra unas bombonas de gas. Y aunque la explosión hirió a varias personas, las autoridades creen que su objetivo era causar un estallido mucho mayor con la intención de dejar decenas de víctimas fatales. Su objetivo principal habría fallado porque sobrestimaron la explosividad de los productos almacenados en las bodegas de la empresa.

Su mensaje de terror, sin embargo, se hizo sentir en todo el mundo, pues decapitaron a un directivo de la empresa y cubrieron su cabeza de inscripciones en árabe. Luego, en una macabra puesta en escena, la dejaron colgada de la verja que rodea las instalaciones, junto con un cuchillo, y banderas e insignias islamistas. Tras una jornada de tensión, la Policía francesa abatió a un sospechoso y detuvo a otro, identificado como Yassin Sahli, uno de los empleados de la compañía. Junto con él, fueron puestos en detención preventiva algunos de sus familiares, pues se sospecha que le ayudaron a planear el atentado.

De cualquier modo, a las autoridades no les cabe duda sobre la naturaleza del asalto, el más violento desde la masacre en enero de 12 periodistas y caricaturistas de la revista satírica Charlie Hebdo. “Se trata de un ataque terrorista”, dijo el presidente, François Hollande, quien se encontraba en una reunión del Consejo Europeo en Bruselas, que canceló para volver a su país. El primer ministro, Manuel Valls, que hoy debía participar en varios eventos en Medellín, anuló a su vez su visita oficial a Colombia y Ecuador, y regresó de urgencia a París.

Al mismo tiempo, del otro lado del Mediterráneo, varios hombres armados con fusiles AK-47 abrieron fuego contra las personas que se encontraban en una playa de Susa, un exclusivo sector de veraneo en el litoral de Túnez. Sus víctimas fueron los turistas occidentales que pasaban vacaciones en dos hoteles cinco estrellas de la zona, uno de ellos de propiedad de la cadena española Riu. En el ataque perdieron la vida 37 personas, entre ellas varios belgas, británicos y alemanes, cuyos cuerpos quedaron tendidos entre parasoles y toallas playeras.

Para el único país en el que la Primavera Árabe no condujo al caos o a un régimen incluso más represivo que los derrocados, la masacre representa un mazazo económico. De hecho, el sector turístico –uno de los más importantes de ese país del Magreb– se estaba apenas recuperando de la matanza de 23 personas, entre ellas dos colombianos, hace menos de tres meses en el Museo del Bardo. El año pasado, Túnez recibió casi 6 millones y medio de turistas, casi el mismo número que antes de la caída del dictador Zine El Abidine Ben Ali.

También en Oriente Medio, pero en el continente asiático, un kamikaze hizo explotar el viernes su cinturón en la mezquita del imán Saqid, un templo chiita de la ciudad de Kuwait, la capital del país del mismo nombre. En el estallido, que Estado Islámico (EI) se atribuyó a través de su cuenta de Twitter, murieron 25 personas y otras 202 resultaron heridas. Se trata del primer atentado de esas proporciones que afecta a ese emirato a orillas del golfo Pérsico, que había permanecido al abrigo de la violencia sectaria que desde 2003 afecta a Irak, el país con el que comparte 254 kilómetros de frontera.

A su vez, la masacre del viernes representa la llegada a ese próspero país de una forma de violencia que desde hace algunos meses afecta a Arabia Saudita, que en 2015 se ha visto envuelto por una oleada de atentados suicidas. Esa serie de ataques comparte con la masacre kuwaití una característica clave: también en el reino saudí los extremistas de EI –de confesión sunita– han realizado grandes matanzas en centros religiosos chiitas, a quienes los terroristas consideran “renegados” de la verdadera fe. La gran diferencia consiste en que Kuwait es uno de los países más incluyentes de la región, pues si bien dos tercios de su población son sunitas, existen severas leyes antidiscriminación. Además, casi el 20 por ciento de sus congresistas son de confesión chiita.

No obstante, la convivencia podría verse afectada tras el atentado del viernes, que cierra una tensa semana entre las dos comunidades debido a la campaña de bombardeos aéreos en Yemen, en el extremo suroccidental de la península. Esa ofensiva, liderada por los saudíes y respaldada por el gobierno kuwaití, se ha presentado como un capítulo más de la lucha antiterrorista contra los insurgentes chiitas Houthis. Pero para muchos de sus correligionarios, la ofensiva también tiene como fin consolidar los intereses sunitas en la región, y reprimir a las minorías chiitas.

Si bien los atentados de Francia, Túnez y Kuwait son diferentes y sus motivaciones no son necesariamente las mismas, los tres comparten una característica común que magnifica su impacto. Como le dijo a SEMANA Yezid Sayigh, investigador del Carnegie Middle East Center, “este puede ser el comienzo de una larga campaña emprendida por miembros o simpatizantes de Isis, que han sido entrenados y luego enviados de vuelta a sus países. Y una vez en casa –sin recibir órdenes directas de la organización– por su propia iniciativa planean y ejecutan ataques, según sus habilidades, recursos y oportunidades”.

La comunidad internacional enfrenta a un enemigo cambiante, que puede sostener batallas clásicas en Irak y Siria y, a la vez, emprender una ofensiva contra blancos fáciles, pero con un gran impacto mediático. La pelea va para largo y todo indica que en los próximos meses se abrirán nuevos frentes.