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TERRORISMO: LA NUEVA PESTE NEGRA

El terrorismo es la continuación de la política por otros medios.

29 de julio de 1985

Hace unos años, la Asamblea de la ONU se enredó durante semanas en discusiones estériles sobre cómo combatir el terrorismo. Y ni siquiera pudo llegar a una definición exacta del fenómeno, con lo cual terminó por abandonar el tema. Es que no es fácil. Todo depende del punto de vista.
Así, el Presidente de los Estados Unidos, país que es en estos días blanco de diversos brotes terroristas desde el Líbano hasta El Salvador, acaba de definir enfáticamente el terrorismo como "un crimen bárbaro contra la sociedad civilizada". Los terroristas, locales o internacionales, serían entonces meros delincuentes comunes. Pero también es posible mantener una opinión muy distinta. Hace veinticinco años el FLN argelino ponía bombas ocultas en canastos del mercado en su lucha por la independencia de Argelia. Y cuando le reprochaban sus métodos terroristas, un comandante del FLN se mostraba dispuesto a cambiarlos por otros a la menor oportunidad: "Si nos dan los aviones con que los franceses bombardean nuestras aldeas para que nosotros podamos bombardear París, les damos todos nuestros canastos de la compra". Desde este ángulo, los terroristas son combatientes de una guerra justa. Para entenderlo mejor, el caso israelí es un excelente ejemplo. Ahora, en su calidad de víctimas del terrorismo palestino y chiíta, los israelíes comparten la opinión del presidente Reagan. Pero hace cuarenta años fueron los precursores del punto de vista argelino: la expulsión de los británicos de Palestina, paso indispensable para la constitución del Estado de Israel, se logró en gran medida mediante atentados terroristas contra-hoteles y cuarteles británicos.
El terrorismo sería entonces simplemente la continuación de la guerra por otros medios. Y, en consecuencia, de la política. Pero esto tampoco simplifica las cosas, porque las guerras (y las políticas) de los terroristas son muchas y muy variadas. Se las puede mirar una por una localmente: la de los chiitas en el Líbano contra sus compatriotas sunnitas y cristianos, contra Israel, y de rebote contra su aliado, los Estados Unidos; la de los sikhs de la India contra la mayoría hindú; la de los católicos irlandeses del IRA contra los protestantes y contra la secular ocupación británica; la de la ETA vasca contra el Estado español; la de los independentislas corsos contra Francia; la de los refugiados armenios en París contra Turquía; etcétera. Todas ellas, guerras terroristas de minorias nacionales o religiosas. Pero también se las puede ver como guerras ideológicas, de derecha o de izquierda: en Italia, por ejemplo, operan simultáneamente el terrorismo "negro", neofacista, de la Rosa de los Vientos, y el "rojo", ultraizquierdista, de las Brigadas Rojas. Lo cual acaba creando, inevitablemente, considerable confusión. Por ejemplo: el terrorista turco Ali Agca, de la organización de extrema derecha Lobos Grises, ¿intentó asesinar al Papa por cuenta de la KGB soviética a través de los búlgaros o por cuenta de la logia masónica de ultraderecha Propaganda Dos? Es difícil saberlo.
Tambien se complican las cosas con la proliferación de los terrorismos de Estado. Masivos, como el que practicaron las juntas militares argentinas. Puntuales, como las voladuras de enemigos políticos del gobierno chileno de Pinochet: Letelier en Washington o el general Prats en Buenos Aires. Multinaciona!es, como los campos de entrenamiento de terroristas europeos que tiene Libia, o los manuales del terrorista "contra" que edita la CIA. Y a eso hay que añadir además los terrorismos gremiales, por llamarlos así, como el que practica la mafia contra los jueces en países tan distintos como Italia y Colombia.
Y hay, para terminar, una manera globalizante de ver todo el asunto, o, mejor, dos maneras: como un vasto complot de la Unión Soviética para desestabilizar las democracias occidentales, una especie de Tercera Guerra Mundial no declarada, clandestina y fragmentaria; o como una respuesta común de pueblos y minorias oprimidas a un enemigo común, el "imperialismo norteamericano".
Ilustrando esto último, declaraba en Beirut uno de los secuestradores del avión de la TWA: "La razón de las tribulaciones del mundo es América. Vayan a donde quieran y pregunten qué pasa, por qué hay hambre, por qué hay guerra. Todo el mundo responderá: América es la razón". Y estas dos globalizaciones tienen sin duda un fondo de verdad, porque, efectivamente, el resultado final de todas las complejas carambolas de los múltiples terrorismos acaba favoreciendo a una u otra de las dos superpotencias que se disputan el dominio del mundo.
La respuesta a los actos terroristas presenta una gama igualmente amplia: desde mayores controles de seguridad en los aeropuertos hasta la declaratoria en regla de una guerra abierta. Los controles se practican con especial rigidez en los países comunistas, y eso explica la relativa rareza del terrorismo en ellos: alguna bomba ocasional en el metro de Moscú, o una escalada terrorista casi secreta como la que en los años cincuenta diezmó en Ucrania a los propagandistas antirreligiosos del Estado. Pero el control es mucho más difícil en sociedades más abiertas, como las occidentales, en donde por añadidura la prensa es.libre: y no hay que olvidar que el objetivo principal del terrorismo es de propaganda.
De los controles, forma pasiva de defensa, se puede pasar a la forma activa que son las represalias. El contraterrorismo, por ejemplo. Lo practica abiertamente Israel -y con él exterminó al grupo palestino Septiembre Negro, que había asesinado a los atletas, israelíes, en los Juegos de Munich. Lo utiliza clandestinamente el Gobierno español contra ETA en el país vasco francés. Lo ha ensayado la CIA contra los chiítas en el Líbano con catastróficos resultados: en marzo pasado, un equipo contratado por la CIA usó un carro-bomba en Beirut para volar al jefe chiíta Mohammed Hussein Fadlallah en represalias por el ataque suicida que mató a 241 marines. El carro-bomba estalló volando un edificio y matando a noventa transeúntes, pero el jefe chiita salió ileso. Al contraterrorismo no le faltan predicadores: Manuel Fraga, líder de la derecha española, sostiene que si a él le dan el poder y le dejan las manos libres acaba con el terrorismo de ETA en seis meses. Pero eso está por verse.
Un paso más adelante están los bombardeos de represalias indiscriminadas a las comunidades que albergan terroristas. Los ha ensayado Israel en el sur del Líbano contra los palestinos, provocando de rebote la violencia chiita. Y el gobierno de Reagan los utilizó contra los barrios chiítas de Beirut a raíz del atentado a los marines, con lo cual, según algunos analistas, exacerbó a los radicales llevándolos a golpes contra blancos civiles, como el avión de la TWA. Otros, sin embargo, piensan que esa es la respuesta adecuada, sólo que en mayor escala: según ellos hay que atacar al Irán y destruir si es preciso la ciudad santa de Qom, donde vive el ayatollah Jomeini, padre espiritual del terrorismo chiíta. Una escalada de este tipo, naturalmente, puede ir a parar en una conflagración de proporciones mundiales.
Queda, finalmente, la respuesta política. Cesará el terrorismo cuando desaparezcan sus causas históricas profundas: la marginación de los chiítas libaneses, de los católicos irlandeses, etc., etc. En Argelia cesaron los atentados en los mercados cuando se fueron los franceses. Sólo que entonces empezó el terrorismo pied-noir de la OAS en la misma Francia....

SI POR ALLA LLUEVE...
En sus varias décadas de existencia, la guerrilla colombiana ha utilizado toda suerte de métodos y tácticas, desde el secuestro hasta el asalto a cuarteles de la policía, pasando por la toma de sucursales de la Caja Agraria y por el "ajusticiamiento" de "sapos". Pero el terrorismo propiamente dicho sólo se había presentado de modo marginal y esporádico, quizás por lo arraigada que estaba en los distintos grupos guerrilleros la admonición de Lenin (contra los anarquistas) de que las acciones "cortadas de la lucha de masas" no llevan a los revolucionarios a ninguna parte.
En las últimas semanas eso ha cambiado, sin embargo, hasta el punto de que el ministro de Justicia Enrique Parejo y el director de la Policía general Delgado Mallarino no vacilan en hablar de una "oleada terrorista" y el Consejo de Ministros decidió a principios de la semana pasada la creación de una "jurisdicción especial contra el terrorismo" dotada de quince jueces de instrucción específicamente dedicados a ello. No se trata esta vez de confusión con otro tipo de actividades subversivas, sino del terrorismo tal como está tipificado por el artículo 187 del Código Penal: "El empleo de medios de destrucción colectiva, contra las personas o los bienes, para crear un ambiente de zozobra o perturbar el orden público". Pues es esa la actividad que distintos grupos guerrilleros han desplegado en las últimas semanas -y más exactamente a partir del fracasado paro nacional del 20 de junio. Voladura de torres de alta tensión- once en Antioquia, Valle y Cundinamarca, de tramos de oleoducto en Coveñas y en Bucaramanga, de puentes en Arauca y atentados dinamiteros contra vehículos de la policía que han causado 28 muertos y 45 heridos. El mismo día del paro fueron detenidas dieciseis personas acusadas de intentar o llevar a cabo actos terroristas. Y se decomisaron millares de volantes con instrucciones para fabricar bombas molotov y artefactos similares que hubieran podido perfectamente ser copiados del célebre "manual del pequeño terrorista" editado por la CIA para los "contras" de Nicaragua. Porque en el tema del terrorismo nadie sabe nunca para quien trabaja.
Desde el día del paro ha habido más detenciones por el mismo motivo y se han incautado casi a diario elementos para acciones terroristas -explosivos, mechas, bombas llamadas "de ponque" o "de sombrero vietnamita"-, incluyendo, en un sólo golpe, nada menos que media tonelada de dinamita en Medellín. Como señala el general Delgado Mallarino, "el sabotaje y el terrorismo no son nuevos en nuestro medio, pero a partir del 20 de junio se han incrementado los atentados en forma preocupante". Y añade que "los responsables de esta orgía de sangre son elementos anarquistas que no buscan ninguna finalidad política concreta, sino únicamente sembrar la zozobra y el caos".
Lenin hubiera opinado lo mismo.