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TIEMBLA EL KREMLIN

Huelgas de mineros y conflictos raciales amenazan la estabilidad del gobierno de Gorbachov.

21 de agosto de 1989


La emergencia en la Unión Soviética es cada vez mayor y el grito de alarma lanzado hace pocos días por Mijail Gorbachov está adquiriendo carácter dramático. "La situación es grave", dijo el pasado 19 de julio dirigiéndose a la tribuna del Soviet Supremo. Entre tanto, en las minas del Kuzbass la huelga indefinida de los mineros continuaba contra viento y marea y el costo para el país pasaba de un millón de toneladas de carbón desde que se inició el pasado 12 de julio. En la región de Donbass las minas cerradas ya no eran 20 sino 58 y la protesta amenazaba contagiarse a los ferrocarriles, por donde pasa el 52 por ciento de las mercancías de todo el país, con lo que el colapso económico y político sería de dimensiones incalculables.

"Podríamos encontrarnos en la necesidad de buscar nuevos métodos para impedir que la situación se nos salga de las manos", dijo el secretario del Partido Comunista soviético y presidente del país, con tono duro y pesimista, ante el fantasma del final de ese sueño de libertad, reformas y democracia cultivado en estos cuatro años de perestroika. La temible amenaza es, a la vez, un instrumento de presión no sólo usado con los mineros, que ven con muy buenos ojos las reformas, sino con la inmóvil clase política que paraliza las reformas.

"Espero que los obreros escuchen y comprendan el sentido de esta alarma", dijo el líder soviético.

Al término de los ochos días que han revolucionado el país por las huelgas en Siberia y Ucrania, así como por lo violentos enfrentamientos étnico-religiosos en el Estado de Georgia, Gorbachov se ha visto obligado a romper con toda anbiguedad. Ante la protesta de los 110 mil mineros que desde hace años trabajan y viven en pésimas condiciones de vida, el jefe del Kremlin ha decidido aceptar la propuesta de los economistas más radicales de la perestroika. Por eso anunció que la URSS comprará al exterior 10 mil millones de rublos (casi 16 mil millones de dólares) en bienes de consumo y alimentarios, aun sabiendo que es tan sólo una medida para taponar las graves deficiencias en el mercado soviético. Gorbachov sabe que por cada dólar invertido en bienes de importación, este se traduce al cambio real en el mercado interno en alrededor de 20 rublos sacados a una población que pide carne, jamones, jabones y hasta jeringas desechables.

En el primer acuerdo firmado la noche del 20 de julio, entre los mineros del Kuzbass y el enviado especial de Gorbachov, el gobierno aceptó realizar un plan extraordinario de intervención para la región carbonífera. Enviará este año 6 mil 500 toneladas de alimentos, 5 mil de mantequilla, 100 de café, 10 mil de azúcar, mil de té y 5 millones de paquetes de leche condensada. Gracias a la huelga, los mineros tendrán 20 millones de rublos en zapatos, muebles por 5 millones de rublos, miles de lavadoras, televisores y, finalmente, jabón, kilos y kilos de jabón, un producto escaso en la Unión Soviética. A pesar de los últimos acuerdos del Kuzbass, la sublevación se extiende a otras provincias: en Vorkuta, en la República Autónoma de Komi, al extremo norte del país, los mineros han cruzado los brazos. En la Rusia europea, en el distrito de Rostov sobre el Don, están en huelga los mineros de tres grandes complejos auríferos; en Karaganda, en el Kazhakistán y por último en Ucrania, 11 minas están cerradas, cuyos trabajadores piden más o menos las mismas cosas de los mineros del Kuzbass.

No es exagerado afirmar que está temblando en toda la Unión Soviética. Las explosiones nacionalistas, como las últimas entre georgianos de fe católica y abjasianos de fe musulmana, que ocuparon las primeras páginas de los diarios europeos durante la última semana, así como la beligerancia de una clase obrera que va más rápido que la misma perestroika, serán difíciles de pacificar en pocos días. Por otro lado, el mismo Gorbachov dijo en su discurso el pasado martes, que el "partido está en estado de sitio", y que existe una "resistencia feroz a la perestroika de parte de las fuerzas más dogmáticas y conservadoras que ven en la democratización la renuncia a los principios socialistas", fuerzas que "esperan usar la represión para resolver los problemas políticos y así recuperar la pérdida de autoridad a través de ella". No se trata, según dijo Gorbachov, de "crisis del partido", sino de "crisis" de sus "funciones tradicionales y de sus métodos de comandar".

Pero no todo es tan negativo en el panorama soviético. Los mineros del Kuzbass y del Donbass y sus indiscutibles exigencias, le han dado la posibilidad al líder soviético de forzar los equilibrios internos del partido. Gorbachov ha dicho "no" a la propuesta de anticipar el congreso extraordinario del partido.

En este momento delicadísimo para la Unión Soviética, paradójicamente la misma "revolución desde abajo" de los mineros en nombre de la perestroika, puede transformarse, de un momento a otro, en un golpe fatal para Mijail Gorbachov.--