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ANIVERSARIO

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Cumple 30 años la revolución islámica del ayatolah Jomeini, mientras Irán se dispone a decidir su futuro.

7 de febrero de 2009

El primero de febrero de 1979 el mundo entero era testigo de cómo un anciano de mirada profunda, barba blanca, turbante y túnica se bajaba de un avión de Air France en el aeropuerto de Teherán, recibido por millones de personas. La llegada del ayatolah Ruhollah Jomeini a Irán, uno de los primeros grandes cubrimientos noticiosos en directo en el nivel mundial, era visto como el triunfo de un movimiento gigante de jóvenes y viejos, comunistas, socialistas o apolíticos, religiosos o laicos, ricos y pobres. Todos ellos luchaban por derrocar al todopoderoso Reza Pahlevi, el sha de Persia, quien durante años había perseguido y torturado a la oposición, hasta convertir al país persa en un Estado de terror.

Era toda una ironía desde el punto de vista de las grandes potencias mundiales que consideraban a Irán un aliado que vivía bajo los cánones de Occidente, compraba millones de dólares en tecnología y donde el lujo y la sofisticación eran constantes. No en vano Farah Diva, la esposa del sha, era considerada una de las mujeres más hermosas y elegantes del mundo, y sus extravagancias y las de su familia eran recogidas diariamente por la prensa mundial.

Jomeini, por su parte, había sido expulsado de Irán en 1964 y se había convertido en uno de los líderes del movimiento revolucionario a través de los discursos que circulaban clandestinamente en Teherán. La religión es la vertiente común de la sociedad iraní, y el discurso de este ayatolah que criticaba la influencia de las potencias occidentales y los abusos del sha se convirtió en el centro de quienes luchaban por un país diferente. Así que cuando Reza Pahlevi huyó del país, presionado por los disturbios, en enero de 1979, el movimiento trajo de regreso a Jomeini. El gobierno títere liderado por Mehdí Baktiar, fue derrocado el 12 de febrero de 1979, 12 días después de la llegada de Jomeini. Había triunfado la revolución islámica de Irán.

"Lo que la nación quiere es una república islámica, no sólo una república, no una república democrática, no una república islámica democrática. No usen la palabra democrática, eso es occidental. Respetamos la civilización occidental pero no la seguiremos", dijo Jomeini en un discurso días después del triunfo en Qum, ciudad estandarte de los clérigos chiítas, ubicada a tres horas de Teherán.

Estas palabras significaron el principio del fin para muchos que nunca pensaron que iban a vivir en un régimen islámico. Jomeini se convirtió en el líder espiritual de la revolución, y encarnó el poder a través de la figura del Velayat-al faqih, o gobierno del más sabio. El descontento de parte de la población (intelectuales, activistas sociales, estudiantes universitarios, feministas) fue de tal magnitud que de nuevo empezaron las protestas: muchas personas murieron, muchos se exiliaron y otros fueron a dar a la cárcel como lo explica la artista iraní Majane Satrapi en el libro (y película) Persepolis, una gran introducción al desencanto que se vivió en un sector de la sociedad iraní tras el triunfo revolucionario.

La revolución también aisló a Irán del resto del mundo, incluidos muchos países del mundo islámico que temieron que se extendiera por ellos. Sin embargo, el punto de quiebre fue la toma de la embajada norteamericana en Teherán el 4 de noviembre de ese mismo año. Ese día un grupo de estudiantes de la "línea del Imán" la ocupó y allí estuvieron durante 444 días. Este evento terminó de romper las relaciones con Estados Unidos, que más adelante apoyaría a Saddam Hussein, junto a otros países occidentales, en la guerra entre Irak e Irán que duró ocho años y que dejó a la sociedad iraní hundida en la depresión y la desesperanza.

Centenares de miles de jóvenes murieron y los que guardaban la esperanza de que algún día podrían cambiar el régimen llegaron a una conclusión: nunca más harían una revolución que causara la muerte de personas. "¿Para qué? , ¿para terminar en lo mismo?", repiten cuando se les pregunta por una nueva revolución.

Después de 30 años la mayoría de los habitantes ha aprendido a vivir en una sociedad islámica y no pretende cambiar el sistema, sino buscar cambios en su estructura. Los estudiantes luchan por tener más libertades tanto en lo personal como en lo intelectual; las mujeres luchan por los mismos derechos que los hombres (las mujeres pueden estudiar, trabajar y conducir pero ante la ley su vida vale la mitad que la de un hombre con todo lo que eso significa); los trabajadores luchan por tener mejores condiciones laborales y así sucesivamente.

Esta necesidad de cambio quedó demostrada en1997, cuando el líder reformista Mohamad Jatami fue elegido Presidente. "El gobierno no puede interferir en la vida de los ciudadanos", les dijo una y otra vez.

Pero el sistema de gobierno iraní, según lo diseñó Jomeini, le da poco margen de maniobra al Presidente, pues quedó dividido en dos cabezas: el líder de la revolución, escogido de por vida por un consejo de clérigos; y un presidente elegido por voto popular con ciertos poderes en el campo económico y de las relaciones internacionales pero cuyas decisiones siempre están supeditadas al líder. Tras la muerte de Jomeini en 1989 fue elegido como líder de la revolución Ali Jamenei, quien venía de ser presidente.

"Tal vez no hay un líder en el mundo más importante en asuntos internacionales pero menos conocido que el ayatolah Ali Jamenei", dice Karim Sadjadpour, uno de los académicos estadounidenses más expertos en Irán y quien hace unos meses escribió "Leyendo a Jamenei: una mirada mundial al líder iraní más influyente". La importancia del líder explica por qué ni el actual presidente Mahmoud Ahmadinejad, ni Jatami en su momento, tienen el poder que se cree. "Ni un dictador ni un demócrata -pero con rasgos de los dos- Jamenei es el individuo más poderoso en un régimen dividido y autocrático. Aunque él no toma decisiones por su cuenta, ninguna decisión importante puede ser tomada sin su consentimiento", añade.

Por consiguiente el programa nuclear que tanto atemoriza a Occidente, como la política exterior, pasan por sus manos. Y por lo mismo no han faltado voces del gobierno estadounidense que aseguran que si se quiere cambiar las relaciones, se tiene que hacer con líder espiritual y no Ahmadinejad, cuyo limitado poder se ve afectado además por las dificultades económicas. Irán fuera de tener problemas por las sanciones a las que está sometido por su programa nuclear (que según Teherán tiene fines pacíficos), también acarrea otros problemas debido a una estructura económica basada en subsidios y a una pobre infraestructura industrial y energética, entre otros.

Esta debilidad de Ahmadinejad le ha dado fuerzas a Jatami para competir de nuevo por la presidencia en las elecciones de junio próximo. Es así como estos dos políticos, el conservador que quiere defender al pie de la letra el legado de Jomeini, y el reformista que cree en la revolución pero sostiene que la sociedad debe tener más libertades, se enfrentarán por un cargo que aunque no es tan importante, sí dejará claro hacia dónde quiere dirigirse la sociedad iraní 30 años después de la revolución.

Es claro que no luchan por cambiar el régimen, pero eso no implica que no quieran tener mejor relación con Occidente y más libertad en su vida privada. "Queremos ser amigos del mundo, queremos tener relaciones con Estados Unidos pero no queremos que nos impongan nada, mucho menos que abandonemos nuestro programa nuclear. ¿Por qué otros países tienen derecho y nosotros no?", se pregunta un músico iraní. Y como él muchas personas repiten lo mismo.