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TODOS CONTRA VIOLETA

Si bien sobrevivió a la huelga general, las debilidades del gobierno de Violeta de Chamorro saltan a la vista.

13 de agosto de 1990


Fueron casi diez días de zozobra, en los que la posibilidad de que renaciera la guerra civil se convirtió en una realidad palpable. Las escenas de días anteriores, en las que el comandante Franklin entregaba sus armas a la presidenta Violeta de Chamorro, parecían convertidas en sueño efímero, en flor de un día. Ahora, la visión de los muchachos empuñando poderosas armas automáticas, era como la confirmación de que los problemas de Nicaragua no han cesado, apenas entraron en hibernación. Al final, cuando todo se resolvió al levantarse la huelga, cundió entre los habitantes de Nicaragua y entre los observadores internacionales la sensación de que la tragedia de Nicaragua no ha terminado aún.

Ordenada por los poderosos sindicatos sandinistas que disponen de una fuerza de más de 100 mil trabajadores, la mayoría en el sector público, la huelga había comenzado el lunes 2 de julio en algunos ministerios. Durante los primeros días, el movimiento se desarrolló en medio de acciones clásicas, como tomas de oficinas y publicación de comunicados, pero en una calma 'chicha' que algunos viejos ciudadanos identificaban con la que precede a la tormenta. Y al final de la semana, ese presentimiento probó ser acertado. Animado por lo que parecía una escasa respuesta de la población, el gobierno resolvió romper las conversaciones el viernes siguiente. Las demandas, por otra parte, parecían salirse del ámbito de lo puramente económico para entrar en el terreno político. Al fin y al cabo, la huelga de mayo pasado ya había terminado con una importante elevación de salarios para los mismos empleados. Las otras pretensiones incluían la suspensión del plan de ajuste económico, y de un gran número de medidas que, en el sentir de los sindicalistas, significaban la pérdida de algunas conquistas logradas en los años de gobierno sandinista
La ruptura desató los enfrentamientos. A partir del lunes siguiente, una semana después de iniciado el movimiento, los huelguistas se quitaron su sombrero laboral y se anudaron los pañuelos rojinegros del Frente Sandinista de Liberación Nacional.

Fue entonces cuando, en opinión de algunos, la situación tuvo un cambio cualitativo, además de numérico. Todo indica que la masa de la población sandinista se lanzó a las calles, lo que motivó, por lógica consecuencia, la aparición de brigadas improvisadas de simpatizantes del gobierno. Grupos armados de rompehuelgas o esquiroles se enfrentaron con los huelguistas, y el martes ya se hablaba de cuatro muertos sólo en la capital. El lunes, los sandinistas comenzaron a construir barricadas que recordaban los días de la revolución contra Somoza, empleando para ello los famosos ladrillos de pavimentar que producía en esa época una fábrica de propiedad del dictador. En el curso del día, los huelguistas ampliaron su bloqueo de los servicios vitales de la ciudad, al cortar los teléfonos, el fluido eléctrico y las principales vías de acceso de la capital, así como las operaciones del aeropuerto internacional y las fronteras terrestres.

El periódico progubernamental. La Prensa, de propiedad de la señora de Chamorro, fue rodeado por los manifestantes para evitar que los trabajadores entraran a laborar. Al llegar la noche, tanto Managua y León, como las principales ciudades secundarias, se encontraban virtualmente paralizadas.
Pero no fue sino la noche del miércoles, cuando, la situación comenzó a parecerse peligrosamente a una guerra civil declarada, con frecuentes escaramuzas entre partidarios del gobierno y sandinistas, ambos lados equipados con armas pesadas. La presencia allí de antiguos contras y exmiembros del ejército sandinista completaba un cuadro desconsolador.

En medio de lo que parecía un callejón sin salida, el ex presidente Daniel Ortega Saavedra acusaba al gobierno de ser el responsable de la gravedad de los hechos y de promover la actuación armada de los esquiroles. "Este conflicto no puede resolverse por la fuerza, "dijo. "Cualquier intento de hacerlo conduciría al país al caos ". Pero desde el otro extremo, el vicepresidente Virgilio Godoy, conocido por sus posiciones de extrema derecha, culpaba a los sandinistas de querer cogobernar el país, y anunciaba la creación de un comité de salvación nacional.

Eso significaba, ni más ni menos, que la señora de Chamorro se encontraba entre dos fuegos: el de los sandinistas, que parecían dispuestos a todo para defender los logros de su revolución, y el de su propio vicepresidente, quien no ha ocultado su desaprobación por lo que considera una excesiva tibieza de Violeta para enfrentar a sus adversarios. Como telón de fondo, Bernard Aronson, subsecretario nortearnericano de estado para asuntos de Latinoamérica, acusaba a los primeros de querer voltear el resultado de las elecciones de febrero y así recuperar el poder por la fuerza.

Para Godoy, la ocasión de ponerse delante de Chamorro en la solución del problema, parecía ideal. Contra la opinión de su vicepresidente, doña Violeta ha asumido una actitud claramente conciliatoria con los sandinistas, tal vez por la conciencia de que, derrotados y todo, ellos constituyen la primera fuerza política del país. Eso no se expresaba solamente en la permanencia del general Humberto Ortega en la comandancia del ejército, sino en una serie de concesiones destinadas a evitar a cualquier precio una confrontación política con sus adversarios. La amenaza de Godoy se concretaba en la formación de grupos de defensa de la Unión Nacional de Oposición (nombre de la coalición que llevó a Chamorro al poder), pero se enfrentó con la firme actitud de la presidenta.

Sin embargo, las dificultades económicas parecieron confabularse contra la posición del gobierno. La inflación sigue galopante, y el ministro de economía anunció la vigesimaprimera devaluación desde la asunción del poder en febrero. A partir de la semana pasada el córdoba llegó de una cotización de 287 mil a 401 mil por dólar norteamericano. La gasolina, entre tanto, tuvo un aumento de 712 mil córdobas por galón, a 749 mil. Por eso, hacer mayores concesiones a los sandinistas parecía un imposible económico.

El miércoles, sorpresivamente, los sandinistas llamaron al cese de las hostilidades entre sus militantes y los de la UNO, al emplazar al gobierno a nuevas negociaciones. La respuesta de la señora de Chamorro no se hizo esperar. Cualquier oportunidad de sacar al país del atolladero era bienvenida, sobre todo ante la escasa confiabilidad del ejército. Aunque ella no había querido enfrentar directamente a los huelguistas con la fuerza pública -que en las contadas ocasiones en que actuó demostró una prudencia inusitada-, todo indica que en su gobierno existe la clara conciencia de que las Fuerzas Armadas, si bien tampoco quieren aparecer como desobedientes, no están dispuestas a disparar contra el pueblo. No podría ser de otra manera si se tiene en cuenta que sus integrantes son sandinistas en su abrumadora mayoría.

Por todo ello, resulta claro que el gobierno de Managua pasó la semana pasada por su prueba de fuego, pero también dio pruebas de su debilidad inherente. Las negociaciones terminaron con una clara victoria sandinista. El acuerdo incluyó un aumento del 43% en los salarios, la estabilidad laboral, el compromiso de no tomar represalias contra los huelguistas, el pago de indemnizaciones para los despedidos y la promesa de encontrar una solución financiera a los problemas de las empresas estatales, que estaban a punto de despedir grandes cantidades de empleados. Las objeciones al plan económico del gobierno quedaron sujetas a un amplio diálogo nacional.

El resultado del episodio dejó en los observadores internacionales una sensación agridulce. Unos alabaron el compromiso de doña Violeta con la reconciliación nacional, más otros la criticaron por una excesiva debilidad. Pero unos y otros parecieron converger en que los sandinistas no querían llegar hasta el final. Para muchos, las protestas iban dirigidas solamente a establecer una medida del poder real de los sandinistas. "Lo que quieren, en pocas palabras, dijo un diplomático acreditado en Managua, es obtener algún tipo de pacto social que les permita participar en la toma de decisiones, sin el desgaste de un golpe de estado." Eso parece factible, pero la actitud de los extremistas del lado contrario, podría llevar al país a una nueva escalada de violencia, pero esta vez, nadie garantiza que no se saldría de las manos.-