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TRAGEDIA EN MEXICO

Una acumulación de gases combinada con la desidia de las autoridades locales, produce una matanza que debe alertar a todo el continente.

25 de mayo de 1992

EL MIERCOLES, SOLO UNA HORA ANTES, EL mayor Trinidad López Rivera, jefe de bomberos de Guadalajara capital del estado mexicano de Jalisco, había estado en el sector de Reforma, convocado por los vecinos ante el olor que se había apoderado de la vecindad. La noche anterior, técnicos de la petrolera nacional Pemex y de los bomberos habían estado examinando el área para determinar si existía peligro de explosión, pues el olor recordaba vagamente el de la gasolina o el que roseno. Ninguno fue capaz de prever lo que sucedería. A las 10:20 a.m. comenzó la tragedia. Catorce explosiones convirtieron al populoso barrio en escenario de un espectáculo dantesco, con las calles convertidas en fosas de varios metros de profundidad, los carros proyectados como juguetes sobre los escombros de las casas, varios buses retorcidos entre los escombros y los sobrevivientes deambulando entre los cadáveres, con las ropas hechas trizas.
Unas 40 manzanas quedaron destruidas. Al cierre de esta edición, el balance hablaba de 270 muertos, pero todo indicaba que esa cifra podría aumentar. El presidente Carlos Salinas de Gortari impuso un plazo hasta el fin de semana para determinar responsabilidades, que en principio se dirigían oficialmente hacia la fábrica de aceites comestibles La Central, que habría desechado cantidades industriales de gas hexano en el sistema de alcantarillas. La Central se defendió acusando a Pemex por supuestos escapes de estaciones gasolineras cercanas, mientras caían el alcalde de la ciudad y el jefe de bomberos.
Entre tanto, los observadores señalaban que sin importar de dónde provinieron los gases, la responsabilidad debería ser compartida con las autoridades por su inacción. El desastre de Guadalajara debería al menos servir de ejemplo para múltiples localidades de América Latina que corren riesgos semejantes todos los días.