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TRES SON COMPAÑIA

Como el presidente George Bush no pudo aprovechar su oportunidad en los debates televisados, el próximo presidente de Estados Unidos podría llamarse Clinton.

23 de noviembre de 1992


EL PRESIDENTE NORTEAMERICANO GEORGE Bush llegó al primero de los tres debates presidenciales con la conciencia de que si no lograba un triunfo por knock-out, las posibilidades de ser reelegido comenzarían a alejarse definitivamente. Su contendor el demócrata Bill Clinton sólo necesitaba mantenerse en su cómodo primer puesto en las encuestas, y para ello lo único que requería era proyectar confianza y no cometer ningún error mayúsculo. El tercero en discordia, el multimillonario independiente Ross Perot, aspiraba a estar presente en un evento histórico para dejar "en el acta" sus fórmulas simplistas pero atractivas para enderezar al país. Al final, los dos últimos obtuvieron lo que querían y el presidente Bush perdió la que podría ser su última oportunidad de remontar la ventaja de Clinton.
El descalabro de Bush comenzó con su insistencia en que Perot estuviera presente, pues estaba convencido de que la postura relativamente conservadora del independiente convertiría los debates en una pelea de dos contra uno. Pero a la hora de la verdad el multimillonario se convirtió en un aliado de Clinton que incluso le defendió de los ataques de Bush contra el pasado del demócrata y en especial en cuanto a su actitud contra la guerra de Vietnam.
En términos generales, Bush resultó más convincente que sus oponentes, pareció ser un buen comunicador y tuvo la mejor presencia ante las cámaras. Pero ninguno de sus argumentoc logró superar el peso de una presidencia percibida como desastrosa.
En cuanto a la economía, el presidente se mantuvo en el argumento de que a pesar de los problemas, Estados Unidos seguía siendo un país envidiado por la mayoría de naciones del planeta. En plena temporada de debates se supo que el actual jefe de la Casa Blanca, James Baker, envió una carta circular a los miembros del gabinete y a todos los funcionarios de primer nivel, en la que les pedía la renuncia con fecha 3 de noviembre. Esa actitud estaba destinada a demostrar que la segunda administración de Bush sería radicalmente distinta de la primera, pero lo único que consiguió fue producir la sensación agridulce de querer el cambio a costa de sus colaboradores más fieles.
El otro tema que Bush machacó fue el del carácter. Bush quiso ganar puntos con el expediente de señalar no sólo las debilidades de Clinton en su juventud, sino las contradicciones cometidas a lo largo de la campaña. Su insistencia se hizo evidente en el debate del viernes, cuando presentaba un nuevo plan de seguros de automóviles y de pronto abandonó el tema: "El carácter cuenta", dijo a Clinton y añadió: "Un patrón de mentiras no es adecuado para la Casa Blanca, usted no puede separar el carácter del presidente del carácter de la presidencia, es así de simple".
Pero las encuestas señalaron que Clinton y Perot tenían razón en dejar de lado el tema emocional, porque el país está desesperado por el tema económico. A eso se agrega que el tipo de liderazgo por el que aboga Bush podría estar definitivamente pasado de moda. Bush parece fuera de contacto con la realidad de que un carácter como el de Clinton es más realista en los años que corren. Bush llegó a la edad adulta en una época de valores absolutos, mientras Clinton lo hizo en una de ambiguedad, como integrante de una generación que tuvo experiencias vitales mucho más complicadas, sexo, drogas, violencia y mucho más vigentes hoy en día.
Eso se combina con la insistencia del presidente en poner en primer plano el triunfo de Estados Unidos en la guerra fría. Paradójicamente, ese éxito tan cacareado ya no impresiona a nadie. No sólo los norteamericanos tienen conciencia de que el papel de Bush fue simplemente el de dejar que las cosas pasaran en Europa Oriental y la Unión Soviética sin cometer grandes errores. También pesa el hecho de que ya no es aplicable el viejo argumento republicano de que es necesario alguien fuerte en la Casa Blanca para enfrentarse al Imperio del Mal. Habiendo acabado los republicanos con ese "coco", ahora presencian cómo su electorado prefiere a alguien menos cataclísmico y más centrado en los problemas de cada día.
Ese candidato podría ser Bill Clinton, quien sin embargo no se ha dejado tomar ventaja del optimismo que parece apoderarse de sus filas. Todo indica que los debates incentivaron la inscripción, y que el abstencionismo será menor que en años anteriores. Los nuevos votos podrían ser para Clinton, y éste no quiere regalarlos.
Al final de la semana pasada, los comentaristas reseñaban un repunte en el entusiasmo de Bush, quien de campaña por North Carolina seguía machacando lo del carácter y atacando a las encuestas. ¿La mejoría del moribundo?