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I S R A E L

Triángulo negro

Estados Unidos se debate entre la amistad con Israel y la necesidad de aplacar las iras árabes sobre los derechos de los palestinos a un Estado propio.

6 de agosto de 2001

Una de las primeras medidas que tomó el gobierno norteamericano tras los atentados del 11 de septiembre fue buscar la paz entre Israel y los palestinos. La razón era que Estados Unidos necesitaba el apoyo de sus aliados árabes en la lucha contra el terrorismo, en especial cuando a nivel popular crecía el rechazo a una guerra percibida como una confrontación contra el Islam. Pero a pesar de todos los esfuerzos diplomáticos, y de que en un principio las partes parecieron comprometerse, esa paz parece alejarse más que nunca.

El asesinato del ministro de Turismo, el ultraderechista Rehavam Zeeni agudizó el problema y llevó al primer ministro Ariel Sharon a endurecer su posición y a enviar tropas a las áreas de autonomía palestina, con saldo de varios muertos. Sharon se debatía ya en un problema complicado: el presidente George W. Bush, cambiando una política tradicional, había dicho que los palestinos merecían tener su Estado, lo cual resultaba una bomba para Tel Aviv. La muerte de Zeeni pareció darle la razón a Sharon, quien decidió tratar de recuperar el apoyo norteamericano con su propia fórmula. Sharon caracterizó a la autoridad palestina, encabezada por Yasser Arafat, como un gobierno que patrocina terroristas, como otro Talibán, y a grupos como la Jihad islámica y Hamas como otros al-Qaeda.

Sin embargo la reacción del gobierno de Bush le confirmó que los tiempos han cambiado. Esta vez el gobierno estadounidense, que solía apoyar este tipo de incursiones, la censuró radicalmente. Un vocero del Departamento de Estado la calificó de “inaceptable” y Bush pidió el retiro “inmediato” de las tropas israelíes.

Para los analistas es claro que la nueva aproximación norteamericana al conflicto árabe-israelí no obedece a un ideal de justicia sino a los nuevos intereses generados por la guerra contra el terrorismo. Michael Hudson, profesor de relaciones internacionales de la universidad de Georgetown, dijo a SEMANA que “la inclinación, a causa de intereses económicos de Estados Unidos en favor de Israel, por tantos años, es la que ha desencadenado la furia de los árabes.” Lo que ha sabido Osama Ben Laden es apropiarse de esta furia para levantar a los pueblos árabes contra Estados Unidos. En su famosa alocución del 7 de octubre el líder terrorista dijo que “Juro por Alá que ni Norteamérica ni su gente podrá soñar con tener seguridad hasta que se la demos a Palestina”. Pero para Estados Unidos este odio que su política proisraelí ha levantado en el mundo árabe, y que Ben Laden pretende representar pone en peligro la estabilidad de su alianza contra el terrorismo.

Sin embargo aún falta ver si la coyuntura traerá un verdadero cambio en la situación del conflicto árabe-israelí. El analista del Institute for Policy Studies Phyllis Bennis se mostró bastante pesimista a este respecto. Como dijo a SEMANA, “el cambio en la política hacia los palestinos es mínimo, no se ha hecho nada en concreto, es pura imagen. Washington se da cuenta de que a largo plazo debe reformular su política en Oriente Medio pero esto no es seguro ya que Israel rehusará a aceptar esas condiciones y sabe que los judíos tienen mucha influencia en el Congreso de Estados Unidos”.

Pero de por medio está la nueva campaña de Washington, que requiere todas sus capacidades diplomáticas y militares. El gobierno de Bush sabe que debe tratar de quitarle las banderas a Ben Laden. Y, por lo visto, Palestina está entre las principales. Lo que no se sabe es cómo realizará Estados Unidos el malabarismo de reconocerles a los palestinos su derecho sin comprometer la importante alianza de su principal amigo en el Oriente Medio, Israel.