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Triunfo agridulce

La histórica victoria de Tony Blair fue en realidad una derrota disfrazada. El ministro de Economía Gordon Brown, considerado su inmediato sucesor, fue el gran ganador.

9 de mayo de 2005

La oficina era bastante pequeña, apenas si había espacio para dos escritorios y sus respectivos archivadores; pero ni la falta de ventanas o de aire acondicionado parecía perturbar a sus ocupantes, un par de primíparos en Westminster. Muy pronto se hicieron conocer por su energía renovadora y sus colegas los apodaron ?los mellizos? o ?los hermanos de sangre?. Ambos bordeaban los 30 años, habían nacido en Escocia, provenían de familias de clase media y ya habían intentado acceder a la Cámara de los Comunes. Claro que sus temperamentos eran más bien diferentes: Gordon llamaba la atención por su inteligencia y conocimiento en materia económica, pero retraído, sumido en su trabajo y poco dado a compartir con los corrillos de Westminster. Tony, en cambio, era mucho más carismático, sociable y más desenvuelto en los círculos políticos; carecía, eso sí, de la solidez de su compañero de oficina. Veintidós años más tarde Westminster no los ha olvidado. Es más, el excepcional par sigue dando de qué hablar. Sobre su relación han corrido ríos de tinta, hasta el punto que la continuidad de su vecindad ?viven en casas contiguas? ha sido puesta en duda. Pero en las últimas tres semanas y media se les ha visto juntos casi a diario, compartiendo elogios, miradas y dándose un espaldarazo cuando el otro está en apuros. El trabajo en equipo ha sido premiado; la reelección del Partido Laborista británico por tercer período consecutivo. En las elecciones del pasado jueves 5 de mayo, la fórmula Tony Blair Gordon Brown logró que los laboristas siguieran en el poder, a pesar del desprestigio que la invasión a Irak le infringió al gobierno. El Primer Ministro y el ministro de Economía trabajaron para recordar a los británicos que desde que su partido llegó a Downing Street, el país ha gozado de baja inflación, bajas tasas de interés y bajo desempleo. Así como mayores inversiones en salud, educación y asistencia social. Pero a pesar de su maratónico esfuerzo, los laboristas pasaron raspando. Apenas lograron el 36 por ciento de los sufragios, uno de los porcentajes más bajos en la historia británica. Así que las mayorías abrumadoras también son cosa del pasado. En 1997 alcanzaron el 43,2 por ciento de los votos y en 2001, el 40,7 por ciento. En esas oportunidades sus mayorías fueron de 179 y 167 sillas, respectivamente. En estas elecciones, el actual gobierno apenas tendrá 66 sillas de diferencia. La reducida cifra representa un nuevo reto para Blair: la necesidad de negociar sus proyectos clave en la Cámara de los Comunes. A pesar de las mayorías en el papel, en los dos últimos años el Primer Ministro ha enfrentado rebeldías parlamentarias en temas como el estatuto antiterrorista, las sobretasas en las matrículas universitarias y el establecimiento de la autonomía hospitalaria, además de la aprobación del uso de la fuerza en Irak. En este contexto, el gran ganador es el Ministro de Economía, su gran amigo Gordon Brown. La bancada laborista está dividida entre los amigos de Blair, los amigos de Brown y los rebeldes, más cercanos al economista que al Primer Ministro. Así que Blair requiere de Brown para asegurar la aprobación de proyectos clave. Hace apenas un par de meses la continuidad de Brown en el nuevo gabinete estaba en entredicho pues sus relaciones con Blair se habían deteriorado. La razón de esas diferencias serían sus aspiraciones de convertirse en primer ministro. Durante más de 10 años, Gordon Brown y Tony Blair trabajaron en la modernización del partido para terminar los 18 años de hegemonía conservadora. Pero la muerte súbita del líder John Smith le abrió la posibilidad a uno de los dos de convertirse en el heredero. La prensa británica habla del ?acuerdo de Granita?, el restaurante en el norte de Londres donde acordaron que Blair sería el elegido, a condición de que a mediados del segundo término él renunciara para darle paso a Brown. Durante 2004, Gordon Brown esperó que Blair cumpliera su promesa. A pesar de que la imagen de Brown no se había desgastado por la guerra en Irak, Blair expresó su intención de encabezar el partido en la tercera contienda electoral y que serviría un período completo. Aunque las diferencias nunca se han hecho públicas ?ambos hombres niegan la existencia del acuerdo de Granita?, la publicación del libro La Gran Bretaña de Brown por el editor político de Sunday Telegraph, Robert Peston, enfureció al Primer Ministro. Sin embargo, la cercanía de las elecciones logró que los dos hombres dejaran sus diferencias atrás y montaran un frente común. La estabilidad económica fue presentada como el mayor patrimonio político de los laboristas, y se inició una nueva luna de miel entre los dos hombres. Brown fue calificado por Blair de ser el mejor ministro de Economía en la historia del Reino Unido. Brown, por su parte, defendió la integridad del Primer Ministro cuando éste fue confrontado por el cambio de opinión del Fiscal General sobre la legalidad de la invasión a Irak. El remezón ministerial que siguió las elecciones del jueves reflejó también esta nueva etapa de entendimiento. En el nuevo gabinete hay por primera vez un balance entre los allegados a Blair y Brown. Hasta el punto que algunos analistas lo han considerado un gabinete de transición. Durante la campaña, Blair anunció que renunciaría a su posición antes de finalizar el presente período. Ante los resultados, la pregunta ya no es si se irá, sino cuándo. Aunque Brown es más popular en las encuestas que Blair, la posibilidad de un gobierno suyo despierta recelo entre hombres de negocios como el magnate de telecomunicaciones Rupert Murdoch. La revista estadounidense Newsweek asegura que Murdoch le pidió al Primer Ministro que se quedara la mayor parte de presente período. A pesar de su credibilidad en materia económica, Brown ha sido más cercano a la doctrina socialista que Blair. Y es que él ha visto la pobreza más de cerca. En su posición de hijo de pastor presbiteriano en Kirkcaldy, un pueblo en la costa este de Escocia, Brown fue testigo de las difíciles condiciones de vida de los feligreses de su padre. Tras el cierre de las minas de carbón y la caída de la industria textil, la mayor parte del pueblo quedó viviendo de la limosna. Tony Blair, en cambio, creció en un pueblo adinerado del norte de Inglaterra y sólo regresó a Edimburgo para asistir a una escuela privada de secundaria. La justicia social se convirtió en la obsesión de Brown. En los primeros años de su carrera política, él sostuvo que la única manera de lograrla era a través del movimiento sindical y de la propiedad pública de los bienes de producción. Sin embargo, el éxito de las políticas thatcheristas lo llevarían a aceptar que es posible alcanzar una mayor equidad social dentro del marco de un mayor crecimiento económico. Claro que Brown pone de presente que el Estado debe velar porque haya igualdad de oportunidades para todos los individuos. En los primeros años del Nuevo Laborismo compartió la estrategia de Tony Blair de crear políticas que riñeran con las ideas laboristas tradicionales y que captaran la atención de los medios de comunicación y de las clases medias. Sin embargo, en el largo plazo, la aplicación continua de dichas estrategias minó la credibilidad del gobierno entre los simpatizantes tradicionales del partido y del público en general. Por ejemplo, a diferencia de Blair, Brown no cree que los servicios públicos deban ser dejados a las fuerzas del mercado; por esa razón estuvo en desacuerdo con la propuesta de autonomía hospitalaria, que pone a competir a los centros asistenciales entre sí. Brown será, para todos los analistas, el próximo primer ministro de Gran Bretaña en un plazo más o menos corto. Y nadie duda de que sus políticas estarán a la izquierda de su amigo Tony Blair, como alguna vez estuvo su escritorio en la pequeña oficina que compartieron en sus comienzos.