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Los tres viajes de Trump

Como si viviera en una realidad paralela, Trump ignoró durante su primera gira oficial el Rusiagate y los otros escándalos que amenazan con hundir su Presidencia. Pero en Estados Unidos sus problemas no dejan de crecer.

27 de mayo de 2017

La gira oficial de Trump de nueve días por cinco países de Europa y Oriente Medio fue en realidad tres viajes. En el primero visitó Arabia Saudita, Israel y el Vaticano: las sedes del islam, el judaísmo y el cristianismo. En el segundo se encontró en Bélgica y en la isla de Sicilia con algunos líderes mundiales durante las cumbres de la Otan y del G7. Y en el tercero se alejó de los escándalos que lo acechan en Washington. Este último era de lejos el más importante, y del que salió peor librado.

Según la Casa Blanca, la visita a Oriente Medio tenía dos objetivos. Uno era formar una gran coalición antiterrorista entre Israel y Arabia Saudita y otros países sunitas para contener a Irán, al que Trump acusó de “alimentar las llamas de los conflictos sectarios y del terror”. Y el otro, relanzar el proceso de paz entre israelíes y palestinos. Por eso, el magnate se reunió tanto con el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, como con el presidente palestino, Mahmud Abás. Como una de las señales de que el proceso venía viento en popa, Trump citó el compromiso de ambos mandatarios de “trabajar para conseguir ese fin”.

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Sin embargo, pese a sus palabras optimistas, Trump simplificó hasta la vulgaridad dos situaciones complejas. Por un lado, evitó referirse a la dramática situación de los derechos humanos en Arabia Saudita (que practica una de las formas más severas e intolerantes del islam); ‘olvidó’ que Irán acababa de reelegir a su presidente, el moderado Hasán Rohaní; y sobre todo ignoró que ese país es uno de los principales miembros de la coalición contra Estado Islámico, que es de lejos la principal amenaza terrorista de la actualidad (ver artículo). Y por el otro, la falta de un plan para alcanzar la paz entre los palestinos y los israelíes dejó a muchos con la sensación de que lo único que había logrado era un compromiso verbal de Netanyahu y Abás. En buena medida, las únicas herramientas que el mandatario consiguió con miras a ese objetivo fue un regalo que el papa Francisco le dio el miércoles en El Vaticano. “Es una medalla de un artista romano. Es el olivo, símbolo de la paz”, le dijo el pontífice, quien lo recibió con visible frialdad.

Sin embargo, la acogida en el Vaticano fue cordial si se la compara con la que le dieron a Trump en Bruselas, donde unas 10.000 personas rechazaron su veto migratorio antimusulmán, el muro que quiere construir en la frontera con México y los insultos durante la campaña presidencial, cuando dijo que ese país era “un antro”. Y si en las calles de la capital belga la situación fue tensa, en la nueva sede de la Otan las reuniones que Trump mantuvo con los líderes de esa organización tampoco fueron fluidas. Por un lado, las recriminaciones del magnate sobre los aportes de cada país a esa entidad cayeron mal entre varios de los miembros, pues ya existe un compromiso de cara a 2024 para cumplir la meta del 2 por ciento. Y por el otro, las relaciones personales entre Trump y otros mandatarios fueron tirantes, como lo evidenció el empujón que el magnate le metió al ex primer ministro de Montenegro Milo Dukanovic, el incómodo apretón de manos con el presidente francés, Emmanuel Macron, y las explicaciones que le tuvo que dar a la británica Theresa May, por las filtraciones sobre el atentado de Mánchester.

Pese a los desencuentros, sin embargo, es probable que Trump recuerde su primera gira oficial como un viaje de placer. Y esto más que nada por el contraste entre estos días sin preguntas incómodas con la evolución de los escándalos que han marcado a su administración. Pues aunque el equipo de comunicaciones de la Casa Blanca mantuvo un férreo control de la información (no hubo ruedas de prensa convencionales) y el presidente fue inusualmente cauto en sus comentarios, no pasó un solo día sin que hubiera malas noticias para Trump.

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El jueves, mientras el primer mandatario estadounidense estaba reunido en Bruselas con los líderes de la Otan, The New York Times publicó un informe según el cual el Kremlin debatió durante la campaña cómo influir a las personas cercanas a Trump antes de los comicios. Según las tres fuentes de inteligencia citadas por el diario neoyorquino, los rusos se concentraron en Paul Manafort, quien era su jefe de campaña, y Michael Flynn, a quien el magnate llegó a nombrar consejero de Seguridad Nacional. Hoy ambos están haciendo todo lo posible por no ir a prisión. De hecho, el propio Flynn le propuso en marzo al Senado declarar a cambio de inmunidad, pero los congresistas se negaron. Después de un mes de tira y afloje, este invocó el lunes la Quinta Enmienda para no entregar documentos sobre la trama rusa que el Congreso le exigió suministrar la semana pasada.

Sin embargo, Flynn y Manafort no fueron los únicos asesores de Trump cuyos líos con la Justicia se agravaron esta semana. La cadena CNN reveló el jueves que el fiscal general, Jeff Sessions, le ocultó al Departamento de Estado las reuniones que tuvo el año pasado con el embajador ruso y otros funcionarios de ese país. En febrero, Sessions tuvo que recusarse de la investigación sobre la trama rusa cuando se supo que tampoco le había comunicado al Senado esos contactos, y según el periódico Politico ya desde diciembre tenía planeado buscar una excusa para echar al director del FBI, James Comey, a quien Trump destituyó a principios de mayo por sus investigaciones sobre “esa cosa rusa”.

Como si lo anterior fuera poco, el lunes The Washington Post publicó un artículo basado en fuentes de inteligencia, según el cual Trump ejerció en marzo presiones inapropiadas sobre los directores de la Comunidad de Inteligencia, Dan Coats, y de la Agencia Nacional de Seguridad, Michael S. Rogers, para que negaran en público cualquier relación entre su campaña y el Kremlin. Ambos decidieron no hacerlo y existen fuertes indicios de que dejaron memorandos sobre esas conversaciones con el presidente.

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Pero ahí no acabaron los dolores de cabeza para Trump. El martes, en una declaración ante el Congreso, el exdirector de la CIA John Brennan no solo confirmó que hubo “interacciones” entre Rusia y la campaña de Trump, sino que esos contactos seguían una “pauta”. Y en una revelación aún más explosiva, afirmó que los rusos no solo buscaron perjudicar a Hillary Clinton, sino que activamente favorecieron los intereses de Trump. Advirtió, además, que la campaña del Kremlin para desestabilizar a Estados Unidos tenía en la mira a los líderes de opinión de ese país con el fin de interferir en las elecciones de 2018. Es decir, que la amenaza del Rusiagate sigue viva.

Respecto a sus políticas gubernamentales, la cosa tampoco pintó bien para Trump, que sufrió a su vez dos serios reveses. El primero fue el amplio rechazo que recibió el martes su nuevo presupuesto para 2018, que el propio senador republicano John McCain declaró “muerto al nacer” y que muchos especialistas criticaron por tener graves errores de cálculo, basarse en expectativas demasiado optimistas de crecimiento económico y recortar programas clave de la diplomacia norteamericana. Y el segundo, la decisión de un tribunal de Virginia de mantener el jueves el bloqueo del nuevo veto antimigratorio diseñado por la Casa Blanca con el mismo argumento de varias cortes que rechazaron el primero: este no tiene que ver con la seguridad nacional, sino que es una herramienta discriminatoria contra los musulmanes.

A Trump le espera un duro regreso por una razón que resumió Abraham Lincoln: “Se puede engañar a todos durante algún tiempo y se puede engañar a algunos todo el tiempo. Pero no se puede engañar a todos todo el tiempo”.