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Las paradojas de la estrategia electoral de Donald Trump

Contra todos los pronósticos, el magnate es hoy el líder de las encuestas del Partido Republicano. Sin embargo, sus posibilidades de conseguir la nominación son remotas.

22 de agosto de 2015

La lista de personas que Donald Trump ha ofendido aumenta cada vez que abre la boca. Tras referirse a los mexicanos como “violadores”, el magnate ha seguido insultando a periodistas, actores, empresarios, presentadores de noticias y, por supuesto, a los políticos de todos los orígenes y tendencias. Sin embargo, desde hace un mes lidera las encuestas por la nominación del Partido Republicano. Según el portal Real Clear Politics, que promedia las principales encuestas electorales de Estados Unidos, es el preferido del 22 por ciento de los republicanos, seguido por Jeb Bush, cuya intención de voto duplica.

De hecho, después del debate de Fox del 6 de agosto, Trump dejó al descubierto que es el candidato que acapara todos los reflectores. Y su éxito se debe a una particular mezcla de oportunismo, dinero y demagogia. Por un lado, se ha sintonizado con las bases del Partido Republicano. “Desde hace varios años los sectores más conservadores de los republicanos están profundamente frustrados. Aunque su partido ha ganado las elecciones de mitaca de 2010 y 2014, se sienten con las manos vacías. Dado el avance de políticas progresistas como el Obamacare, el matrimonio homosexual y la regularización de los inmigrantes, han concluido que el ala tradicional de su partido no los representa y carece de los valores conservadores que quieren ver en Washington. Por eso les resulta tan atractivo un candidato sin pelos en la lengua como Trump”, le dijo a SEMANA James E. Campbell, profesor de Ciencias Políticas y autor del libro The Republican Wave of 2014: The Continuity of the 2012 and 2014 Elections.

Por el otro, por ser una figura mediática desde hace más de 30 años y haber protagonizado durante varias temporadas el reality show El aprendiz, el magnate cuenta con un nivel de reconocimiento con el que solo sueña el resto de los candidatos, que con pocas excepciones son solo conocidos en sus estados. A su vez, su fama se debe a su riqueza y a su emporio empresarial, que exhibe sin tapujos. Y en un país en el que ser un ‘ganador’ puede eclipsar cualquier defecto, muchos creen que en esas características está la clave para gobernar. O, como reza el lema de campaña de Trump, “Hacer que Estados Unidos sea poderoso otra vez” (en inglés, Make America great again). Como le dijo a esta revista Michael Smith, profesor de Ciencias Políticas de la Universidad Emporia de Kansas, “muchos votantes han asumido que como tiene dinero, entonces es buen administrador, y de ahí deducen que podría hacer un buen trabajo gestionando el presupuesto federal”.

Por ahora, Trump está en el cielo electoral y no ha desaprovechado su cuarto de hora para consolidar su fama y acaparar la agenda mediática del verano. Y aunque las elecciones de su país no se han caracterizado por el intercambio ideológico, sino más bien por las exageraciones retóricas y los ataques personales entre los candidatos, el magnate ha marcado la competencia con su estilo fanfarrón, despreocupado y abiertamente demagógico. En un discurso ante una escandalosa multitud en New Hampshire –un estado clave en las primarias– afirmó que será un presidente más inteligente que cualquiera de los otros aspirantes en términos de defensa, manejo económico, política social, etcétera. “¡Haremos espectaculares acuerdos comerciales, rescataremos el Seguro Social sin recortes e idearemos un plan de atención a la salud que será fenomenal, fenomenal!” aseguró en un largo discurso sin guion ni interrupciones, pero también sin explicar cómo espera alcanzar esos objetivos. De hecho, la clave de su diatriba no se encuentra en lo que dice, sino en cómo lo dice.

No todo lo que brilla…


Sin embargo, aunque el éxito de Trump tomó a todo el mundo por sorpresa y su primacía en las encuestas ha durado mucho más de lo que los especialistas han vaticinado, es claro que en el camino del magnate hay más obstáculos que ventajas. Por un lado, existen indicios de que su popularidad ha alcanzado su techo entre los votantes ultraconservadores, el único grupo al que le ha apuntado en su campaña. Pues a estas alturas está claro que son mínimas sus posibilidades de crecer entre otros sectores de su propio partido, que no comparten su odio hacia los inmigrantes ni su estilo ostentoso y confrontador. Y a lo anterior se suma una baja popularidad entre los activistas y las elites republicanas, que suelen tener un gran peso en las nominaciones y que por lo general buscan candidatos consensuales con buenas posibilidades de competir por el voto indeciso en las elecciones generales.

Por el otro, falta casi medio año para las elecciones republicanas y a estas alturas de la contienda las primarias de ese partido están literalmente atestadas de candidatos con un bajo nivel de reconocimiento. “El resto de los candidatos hasta ahora está reuniendo el dinero y el reconocimiento de los que Trump ya goza. A medida que su presencia mediática y su presupuesto electoral alcancen un nivel similar, veremos erosionarse la popularidad de Trump. En ese sentido, la popularidad de la que actualmente goza el magnate habla más de la poca atención que los votantes le prestan a las campañas durante esta fase temprana, que sobre las intenciones del votante republicano promedio”, dijo a esta revista Matt Grossman, profesor de Ciencias Políticas de la Universidad de Michigan.

Y si sus posibilidades de alcanzar la nominación de su partido no son buenas, las de alcanzar la Presidencia son remotas. Por un lado, es tal el rechazo que su figura y su discurso producen en amplias capas de la sociedad, que de llegar a competir en unas elecciones generales muchos electores votarían por ‘cualquiera menos Trump’. Por el otro, si cumple su amenaza de formar su propio partido para lanzarse como independiente, su candidatura le quitaría una buena porción de votos al representante republicano. “En ese caso, le estaría sirviendo las elecciones al candidato demócrata, que probablemente será Hillary Clinton”, dijo Campbell. De hecho, si ese escenario se materializa, muchos conservadores temen que sencillamente se reedite la derrota de George H. Bush en 1992, cuando no fue reelegido debido a la competencia de Ross Perot, otro magnate ultraconservador con políticas demagogas, que logró nada menos que el 19 por ciento de los votos en las elecciones generales de ese año.

Sin embargo, independientemente de lo que pase con su candidatura, con lo hecho hasta ahora Trump ha marcado a los otros republicanos –como Rick Santorum, Ben Carson y el mismo Jeb Bush–, que ante el éxito de su discurso han adoptado una postura mucho más reaccionaria, en particular hacia los latinos. Y teniendo en cuenta el creciente peso electoral de ese grupo, la huella de Trump en este verano boreal podría resumirse en convertir a su partido en una marca tóxica para esos votantes.