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Antes de sentarse a conversar con Putin, Erdogan tuvo que pedir perdón por el derribo de un avión que habìa entrado al espacio aéreo turco. Entre las razones que le hicieron cambiar de parecer se encuentran las sanciones económicas que Rusia le impuso.

CUMBRE

La peligrosa llave entre Putin y el presidente de Turquía

Dos personajes autoritarios y nacionalistas, Recep Tayyip Erdogan y Vladimir Putin, son ahora los ‘nuevos mejores amigos’ de la región. Su acercamiento trae malas noticias para Estados Unidos, la Unión Europea y la Otan.

13 de agosto de 2016

El martes, en la suntuo-sa sala griega del palacio de Constantino ocurrió una escena curiosa. Ese día, el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, le dijo en tres ocasiones “mi querido amigo” a su anfitrión, el ruso Vladimir Putin. Habló, además, de “una visión común” y del mutuo “potencial para cooperar”, y le agradeció, mirándolo directamente a los ojos, la cálida acogida que les brindó a él y a su comitiva en ese palacio imperial de las afueras de San Petersburgo.

La diplomacia es el arte de gestos amables y de las palabras delicadas. Pero los términos empleados por Erdogan y el escenario que Putin escogió para recibirlo contrastan con la tensión que sus países vivieron en noviembre del año pasado, cuando dos aviones de combate F-16 turcos derribaron un Su-24 ruso que había entrado brevemente a su espacio aéreo. Mientras que Erdogan se negó una y otra vez a disculparse por la muerte del piloto ruso y exigió respeto por el “derecho de Turquía a proteger sus fronteras”, Putin habló de “una puñalada en la espalda”, se refirió al apoyo que Ankara les brinda a los “terroristas” y dijo que el ataque tendría “consecuencias significativas”.

No era una amenaza. Como el propio mandatario ruso dijo en la conferencia, en lo corrido del año el intercambio comercial entre los dos países se redujo a la mitad, tras una caída similar a finales de 2015. Y aunque calificó esa tendencia de “deprimente”, lo cierto es que Turquía se llevó la peor parte, pues Moscú comenzó a exigirles visa a los ciudadanos turcos, pidió a los rusos no ir a sus centros vacacionales, encontró de la noche a la mañana decenas de problemas a sus productos agrícolas, condicionó el suministro de gas natural y puso restricciones a sus constructoras para operar en Rusia. En ese sentido, es comprensible que algunas de las conclusiones adoptadas tras el encuentro sean levantar las sanciones económicas y reanudar grandes proyectos de infraestructura, como la construcción de una central nuclear y de un gasoducto en territorio turco. El “eje de la amistad ha resurgido”, dijo el propio Erdogan pocas horas después de la reunión.

Sin embargo, el impacto económico del encontronazo del año pasado no fue la única razón por la que Ankara se acercó a Moscú, y tampoco la explicación de la cálida bienvenida que Putin le brindó a Erdogan. Como dijo a SEMANA Jana Jabbour, investigadora de la Universidad Sciences Po de París, “pese a las tensiones y desacuerdos, en las relaciones turco-rusas siempre ha primado el pragmatismo, por lo que el encuentro entre Erdogan y Putin era predecible. Sin embargo, las muestras de afecto personal del primero y la cordialidad del segundo solo se pueden entender a la luz de un contexto internacional más amplio”.

De hecho, cuando se miran de cerca las aspiraciones geopolíticas de ambos líderes y se analizan las fuerzas que hay en juego en el escenario regional, es claro que hay más semejanzas que diferencias. En primer lugar, Rusia y Turquía, bajo el mando de Putin y de Erdogan, buscan estatus, poder y reconocimiento mundial como potencias relevantes. Y en pos de ese objetivo, ambos han tenido encontronazos con Occidente.

Por un lado, desde 2014 Estados Unidos y la Unión Europea (UE) mantienen en Ucrania un fuerte pulso político con el Kremlin, que ha intervenido militarmente en ese país alegando que busca proteger a las poblaciones rusas que viven allí, aunque sus verdaderas intenciones sean mantenerlo en su órbita geopolítica. Esa situación ha llevado a una guerra indirecta (proxy war) entre Washington y Moscú en el oriente del país, que ha dejado más de 50.000 muertos entre civiles y militares. Aunque el conflicto ha estado congelado durante la mayor parte del año, con frecuencia se producen escaramuzas y acusaciones que pueden reactivar el conflicto. El último de esos eventos sucedió el martes, cuando Putin acusó a las autoridades ucranianas de organizar atentados “terroristas” en Crimea –la península que su Ejército ocupó a mediados de 2014– en vez de buscar la paz. El gran temor de Occidente es que Moscú repita el mismo patrón intervencionista en otros lugares de la ex-Unión Soviética, como los países bálticos o Polonia, a los que la Otan tendría que respaldar militarmente.

Por el otro, en los últimos años las relaciones entre Occidente y el gobierno de Erdogan se han deteriorado a gran velocidad. Aunque durante la década pasada este presidió un gobierno reformista y fue el mayor aliado de la UE en Oriente Medio, la creciente islamización de su discurso, el hostigamiento a los medios de comunicación y el culto a la personalidad en torno a su figura han envenenado las relaciones entre Ankara y Bruselas. De hecho, ambas partes han conservado una fachada diplomática de normalidad por la guerra de Siria y los millones de refugiados que hay en Turquía esperando llegar a Europa.

Sin embargo, ese precario equilibrio se resquebrajó tras el intento de golpe de Estado del 15 de julio, pues, según Ankara, ni Estados Unidos ni la UE respaldaron con firmeza la democracia turca sino que, por el contrario, la debilitaron al denunciar la represión que el gobierno desencadenó contra sus opositores políticos y los medios de comunicación adversos. A su vez, Erdogan recibió como un desplante la negativa de Washington de extraditar a Fethullah Gülen, un clérigo al que Erdogan acusa de estar detrás de la intentona golpista.

Todo lo anterior condujo a acercar a su gobierno al de Moscú. “Por un lado, Erdogan se siente aislado en la escena internacional y piensa que sus aliados tradicionales lo han traicionado. Por el otro, Putin quiere debilitar a la UE y a la Otan. Para ambos, el golpe de hace un mes fue una oportunidad dorada para alinear sus intereses”, dijo Jabbour. Como el propio Erdogan recordó durante la rueda de prensa del martes, Putin fue el primero en llamarlo tras los hechos del 15 de julio para ofrecerle su respaldo. Así abrió el canal para la normalización de las relaciones bilaterales, y también para mandarle un mensaje a las potencias de Occidente, según el cual es posible contrarrestar su hegemonía económica y militar con nuevos bloques transnacionales.

Sin embargo, ahí no terminan las consecuencias del encuentro, pues Turquía es un miembro clave de la Otan y su acercamiento en tiempos de crisis al mayor enemigo de esa organización significa dos cosas. Como dijo en diálogo con esta revista Hasan Ozertem, director del Centro de Estudios para la Seguridad y la Energía, “aunque la nueva ‘amistad’ turco-rusa puede reducir los riesgos y evitar que un nuevo evento como el derribo del Su-24 conduzca a una confrontación abierta entre potencias, también es claro que dentro de los objetivos de Rusia está socavar la Otan, por lo que no se puede descartar que use a Turquía como un caballo de Troya dentro de esa organización”.

El gran pendiente de la reconciliación entre Rusia y Turquía es la guerra de Siria, en la que Ankara ha apoyado a grupos rebeldes antigubernamentales (incluyendo algunos islamistas) y Moscú se la ha jugado por el contrario por defender a Al Asad. Sin embargo, ya hay señales de que Turquía se está alineando con Moscú, como las declaraciones a mediados de julio del primer ministro turco, Binali Yildrim, según las cuales su país podría normalizar sus relaciones con el régimen de Damasco, o las del canciller, Mevlut Cavusoglu, que el miércoles dijo que su país y Rusia tienen “puntos de vista similares” sobre la necesidad de un cese al fuego y de ayuda humanitaria. Aunque algunos aspectos del acercamiento de Putin y Erdogan tengan aún que consolidarse y pueda sufrir cambios importantes, lo cierto es que a ambos líderes los mueve la más antigua de las estrategias de los conflictos, según la cual ‘el enemigo de mi enemigo es mi amigo’.