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En dos meses de enfrentamientos entre el gobierno y los manifestantes nunca se habían visto combates tan violentos como los del miércoles pasado. Por lo menos cinco personas murieron y cientos terminaron heridas en Kiev. | Foto: A.F.P.

UCRANIA

La batalla de Kiev

Para los manifestantes ya no se trata de acercarse a Europa, sino de lograr su independencia definitiva de Moscú.

25 de enero de 2014

Cada 22 de enero Ucrania celebra la unidad nacional, pero este año era absurdo festejar. Ese día, después de dos meses de enfrentamientos feroces entre opositores proeuropeos y el gobierno de Viktor Yanukovich, el país se vio más dividido que nunca. Por un lado, cientos de miles de manifestantes, armados de pesados escudos, cascos y garrotes. Del otro la Berkut, la brutal Policía antimotines, entre los que se escondieron francotiradores y hombres con cuchillos. Mientras la nieve caía, el centro de Kiev se cubrió de barricadas de llantas encendidas y de gases lacrimógenos, al tiempo que resonaban los estallidos de las granadas aturdidoras y las bombas molotov. Al final del día los dos bandos mantuvieron sus posiciones, pero el saldo era trágico: cinco indignados muertos, cientos de heridos y cada vez más odio. Como le dijo un proeuropeo al periódico Den (El Día), “la guerra por fin empezó”.

Desde el 21 de noviembre las tensiones en Ucrania son insoportables. Ese día miles de personas protestaron contra la decisión de Yanukovich de no firmar un acuerdo de asociación con la Unión Europea (UE). Lo mejor que se le ocurrió al régimen fue enviar sus tropas antimotines a reprimir. Eso solo sirvió para que cientos de miles de personas ocuparan de manera permanente la céntrica plaza Maidan (de la Independencia), rebautizada Euromaidan, la alcaldía de Kiev y varias avenidas aledañas. El poder ha hecho todo lo posible para aplastar el movimiento pero hasta ahora no lo ha logrado. La semana pasada, en un acto desesperado, el Parlamento aprobó una ley que prohíbe las manifestaciones.

No sirvió de nada y solo alimentó la violencia, pues para los manifestantes se trata ni más ni menos que de una lucha por el futuro del país. En realidad hay dos Ucranias. En el este, el 35 por ciento de la población habla ruso y ha dependido del Kremlin durante una gran parte de su historia. El resto del país se comunica en ucraniano y se siente más europeo. Para sus habitantes, el acuerdo con la UE es un paso simbólico para liberarse de las garras de Moscú y lograr por fin una verdadera independencia. Rusia tiene grandes intereses económicos en Ucrania y aún posee, como herencia de la Unión Soviética, la estratégica base naval de Sebastopol en el Mar Negro. El presidente Vladimir Putin sueña con reconstruir el antiguo Imperio ruso y cree que Ucrania tiene que volver a su redil.

Yanukovich, un antiguo burócrata comunista, es para parte de los ucranianos el hombre de Moscú. Su familia es de origen ruso, habla ucraniano con acento y sus ministros son casi todos de regiones rusófonas. En diciembre, en medio de la contestación, firmó un acuerdo con Putin, que le acordó un préstamo de 15.000 millones de dólares y prometió un descuento del 30 por ciento en el precio del gas. A la sombra de su poder, su hijo Oleksandr se volvió en pocos años uno de los industriales más ricos de Ucrania.

Yanukovich tiene en su contra a un movimiento cada vez más organizado y determinado. En Euromaidan se realizan conciertos, colectas, se sirve comida y té caliente para resistir las temperaturas, que llegan a diez grados centígrados bajo cero. Ahí se reúnen estudiantes, obreros, curas ortodoxos, líderes cívicos y políticos de oposición para planear la siguiente movida. También hay militantes ultranacionalistas que enseñan tácticas de autodefensa y disciplinados grupos de combatientes que se organizan en comandos para atacar a la Policía.

Por eso muchos temen que en Ucrania pase lo peor y que la situación pronto se vuelva incontrolable. Aunque el jueves pasado se reunieron varios líderes de la oposición con miembros del gobierno para buscar una solución política, las manifestaciones se extendieron a ciudades de provincia y en el centro de Kiev nuevos edificios públicos fueron ocupados. Lo grave es que la división étnica y geopolítica es lo suficientemente fuerte para crear una fractura profunda. Con la ambición de lograr una independencia definitiva, la batalla de Kiev promete seguir.