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Antes de ser papa, Francisco se destacó por su trabajo con los más pobres y los enfermos en Buenos Aires. Ese fue una de las razones por la que escogió su nombre en homenaje a San Francisco de Asís.

PERFIL

Un papa del nuevo mundo

Amigo de los pobres, pero acusado de colaborar con la dictadura. Crítico social, pero conservador doctrinario.

16 de marzo de 2013

Jorge Bergoglio, el bonaerense escogido para ocupar el trono de San Pedro está acostumbrado a ser el primero en todo.  No solo lo fue en sus estudios y en su carrera eclesiástica. Es el primer papa no europeo, el primero latinoamericano, el primero jesuita, el primero que eligió el nombre de Francisco. Seguramente también quiere ser el primer papa de una nueva era de la Iglesia, pues todo en su simbología tiene como objeto emitir un mensaje claro: como el santo de Asís, su tarea será reconstruir el edificio católico. 

El hasta ahora cardenal y arzobispo de Buenos Aires es porteño, del tradicional barrio de Flores, y como argentino que se precie, se define en primer lugar por la camiseta: Bergoglio es socio y fanático del club de fútbol San Lorenzo de Almagro, el equipo que tiene los colores azul y rojo de la virgen. 
Quienes lo conocen dicen  que es un hombre austero, un sacerdote comprometido con las causas sociales, de posiciones doctrinarias firmes y temple de acero, que llama permanentemente a la conciliación, pero que despierta duras polémicas. 

Su elección marca un hito para América Latina, hoy desprovista de líderes carismáticos, el continente que reúne a la mayor población católica del planeta, 501 millones de personas, el 42 por ciento del total, pero donde la Iglesia viene en franco retroceso.

Ascenso

Hijo de humildes inmigrantes italianos, Jorge Bergoglio empezó a trabajar a los 13 años en una fábrica de medias, estudió en un colegio industrial especializado en Química de la Alimentación, y luego entró en un laboratorio, donde su jefa fue Ester Balestrino de Careaga, una de las madres de Plaza de Mayo asesinadas durante la dictadura militar. Un 21 de septiembre, día de la primavera, cuando todos los jóvenes salen a celebrar, Bergoglio, de 17 años, se fue a confesar y allí descubrió su vocación, pero solo cuatro años después decidió ingresar al seminario de los jesuitas. A esa edad pasó tres días entre la vida y la muerte por una grave pulmonía que lo llevó a perder la parte superior del pulmón derecho. 

Se licenció en Teología y Filosofía en el Colegio Máximo de San Miguel y a los 33 años se ordenó sacerdote, fue profesor de literatura y psicología durante muchos años, en 1973 fue electo provincial de los jesuitas, cargo que mantuvo durante seis años, después fue rector del Colegio Máximo y de las Facultades de Filosofía y Teología. Fue designado obispo auxiliar de Buenos Aires en 1992, nombrado arzobispo en 1998, en 2001 llegó a cardenal. En 2004 fue elegido presidente de la Conferencia Episcopal, cargo para el cual fue reelecto en 2007, y en 2005, en el cónclave que eligió a Joseph Ratzinger, fue el segundo cardenal más votado.

Perfil bajo

Francesca Ambrogetti, periodista italiana coautora del libro El Jesuita, donde recoge una serie de entrevistas hechas a Bergoglio durante dos años, comentó a SEMANA su imagen del nuevo papa: “Lo que percibimos a lo largo de la charlas fueron muchas de sus cualidades. Es un hombre de una gran cultura académica, pero también popular: le gusta el tango, el cine, la música, es muy fanático de su equipo de fútbol, pero también es una persona de gran espiritualidad, que transmite mucha fe, pero lo que más destaco es la sensibilidad humana”.

Para Ambrogetti, la brillante  carrera de Bergoglio comenzó muy pronto,  porque fue el superior más joven de los jesuitas, y llegó a ser arzobispo de Buenos Aires, pero siempre con un perfil muy bajo, con humildad, sencillez, viaja en metro, no tiene auto, ningún bien material, y transmite un instantáneo contacto con la multitud. Es muy valiente a la hora de dar sus opiniones y muy conciliador, pero la sensación que transmite es de mucho coraje, es decir que en los principios fundamentales no va a ceder. 

Habla varios idiomas, es fanático de Jorge Luis Borges y de Dostoyevski, nunca acepta una invitación a almorzar ni a cenar, salvo en los barrios pobres, se acuesta temprano, se levanta a las cuatro de la mañana, duerme una siesta de 50 minutos,  trabaja todo el día y rechazó la residencia arzobispal para vivir, —hasta la semana pasada— en una modesta habitación en la curia al lado de la Catedral frente a la Plaza de Mayo. Como arzobispo usaba personalmente una máquina de escribir eléctrica porque no maneja la computadora, llevaba su propia agenda, hacía sus llamadas telefónicas, nunca se iba de vacaciones, viajaba a Roma en clase turista, y le gustaba recorrer la capital italiana y tomarse un ristretto apoyado en las barras de los cafés. 

La obra pastoral y social

Bergoglio encarna posiciones consideradas ortodoxas en lo doctrinario, en sintonía con Juan Pablo II y Benedicto XVI, pero a diferencia de Joseph Ratzinger, un intelectual de poco contacto con la vida cotidiana y social, el nuevo papa se ha caracterizado por labor pastoral y social. 
Uno de sus temas centrales es la pobreza. Para Bergoglio, “la injusta distribución de la riqueza persiste creando una situación de pecado social que clama al cielo y limita las posibilidades de una vida más plena para muchos de nuestros hermanos”.

Francisco ha apoyado personalmente la lucha contra la trata de personas, la drogadicción y la esclavitud laboral. Gustavo Vera, director de la Cooperativa La Alameda, una ONG que se dedica a la lucha contra la trata, dijo a SEMANA que “Bergoglio es una persona transparente y honesta que vive como piensa, que ha hecho de la lucha contra el trabajo esclavo y la trata una causa principal de lo que fue su actividad”. Vera señala que el papa ha trabajado mucho con los “curas villeros”, es decir, los sacerdotes que viven en los asentamientos y los barrios más pobres de la ciudad, que “ha respaldado a denunciantes de trata que han sido amenazadas de muerte, ha realizado misa con los cartoneros, ha apoyado conflictos obreros, siempre se ha vinculado a los sectores más pobres, dio una misa en el taller textil clandestino de la calle Luis Viale en el barrio de Caballito, donde murieron seis personas por un incendio, entre ellos cuatro menores, encerrados en el taller, recibió a los que denuncian el proxenetismo”.

En 2004, cuando la tragedia de Cromañón, en la cual 195 jóvenes perdieron la vida tras el incendio de la discoteca, Bergoglio recorrió los hospitales para estar con los heridos y los familiares. 
En la villa 21-24, en el barrio de Barracas, en la Parroquia Virgen de los Milagros de Caacupé, los vecinos recuerdan a Bergoglio  porque “se tomaba el colectivo 70, venía solo con una camisa negra y el cuello de cura, era como uno más entre todos”, según contó a esta revista el párroco Lorenzo de Vedia. 

La dictadura

Bergoglio se considera peronista, y según el periodista Alberto Amato de Clarín, “se interesó en la agrupación de derecha Guardia de Hierro, con la que mantuvo siempre vínculos al menos espirituales”, —organización que tomó su nombre de una similar rumana—,  que en los años setenta se presentaba como una alternativa de derecha a los Montoneros. 

Su actuación durante la dictadura militar (1976-1983) ha sido controvertida. En 2010, Bergoglio debió declarar como testigo ante la Justicia por el secuestro de los sacerdotes jesuitas Orlando Yorio y Francisco Jalics, quienes hacían trabajo social en una villa del barrio de Flores y fueron secuestrados y torturados en mayo de 1976, cuando él era provincial de la Compañía de Jesús. Bergoglio negó haberles quitado la protección de su orden, y aseguró que incluso vio dos veces al general Jorge Videla y dos veces al almirante Emilio Massera para pedir por los sacerdotes, que aparecieron cinco meses después. 

El periodista Horacio Verbitsky y organizaciones de derechos humanos también lo acusan de haber conocido del plan de apropiación de niños durante la dictadura. Pero Adolfo Pérez Esquivel, ganador del premio Nobel de la Paz en 1980, salió en su defensa y declaró que “hubo obispos que fueron cómplices de la dictadura, pero Bergoglio no”. “A Bergoglio se le cuestiona porque se dice que no hizo lo necesario para sacar de la prisión a dos sacerdotes, siendo el superior de la congregación de los jesuitas. Pero yo sé personalmente que muchos obispos pedían a la junta militar la liberación de prisioneros y sacerdotes y no se les concedía”, añadió. 

Polémico

Bergoglio no es hombre discreto cuando de discrepar se trata. Se opuso vehementemente a la Ley de Matrimonio Igualitario. “Es la pretensión destructiva del plan de Dios”, sentenció, aunque no dijo nada cuando el intendente de Buenos Aires, Mauricio Macri, autorizó la unión civil de personas del mismo sexo.  También se opuso a la despenalización del aborto, que se discutía en el Congreso argentino, siguiendo la posición oficial de la Iglesia.  

Desde la Presidencia de la Conferencia Episcopal el nuevo papa se presentó como un cultor del diálogo, en contra de la “crispación social” que adjudicaba a los gobiernos de Néstor Kirchner y Cristina Fernández. En su homilía de 2004, criticó “el exhibicionismo y los anuncios estridentes”, lo cual fue interpretado como una crítica a Kirchner, que, por primera vez en dos siglos, decidió trasladar el oficio a otras ciudades del interior y desde entonces, ni él ni su esposa volvieron a parte del Te Deum del 25 de mayo en la Catedral Metropolitana. 

Y como si eso fuera poco, en 2008, durante el conflicto por el campo, Bergoglio reclamó a la presidenta “un gesto de grandeza”, para resolver el conflicto, lo que profundizó la separación entre el gobierno de Fernández y el cardenal.

En su homilía del 25 de mayo de 2011, el entonces cardenal llamó a “reconstruir el vínculo social y desterrar las ambiciones desmedidas y los delirios de grandeza desafiantes” y pidió “humildad y sabiduría” a los gobernantes, señalando que  “hay carencia de propuestas y reivindicaciones rencorosas”.  Pedro Oeyen, párroco de San Isidro, que fue compañero de Bergoglio en el Colegio Máximo de San Miguel, dijo a SEMANA que esto no es nuevo. “No solo tuvo palabras duras con este gobierno, sino con el de Carlos Menem, el de Eduardo Duhalde y el de Fernando de la Rúa. Siempre mantuvo la misma actitud”. 

La misión

Desde Roma, el obispo argentino Marcelo Sánchez Sorondo, que ocupa un alto puesto en la Santa Sede, consideró que la elección de Bergoglio fue “una decisión muy audaz de los cardenales”, porque “la Iglesia, en vez de retraerse, hace un movimiento de avanzada hacia el futuro”. 

Para Pedro Oeyen, Bergoglio “va a completar el trabajo de limpieza que inició Benedicto XVI al enfrentar las luchas internas de la Iglesia, las mezquindades que existen en el corazón de los hombres”. Pero no cree que el nuevo papa se limite a esta tarea interna, “eso sería restringir su forma de pensar. Creo que su papado va a ser lo que dijo en el balcón del Vaticano: ‘Estamos juntos para la evangelización’. La Iglesia necesita una renovación en el mundo, abrirse a una cantidad de campos como el de los divorciados, el tema de la virginidad, comprender mejor el tema de la sexualidad, porque hay posturas muy anticuadas. Bergoglio es conservador en el sentido de que no va a decir cosas diferentes, pero las va a presentar de un modo nuevo, más adecuado al mundo de hoy”.  

Sin lugar a dudas, la elección del cardenal argentino tiene una lectura política. Extinguida la figura de Hugo Chávez, enterradas en la historia las de Fidel Castro y el Che Guevara, la Iglesia ha dado un audaz paso para elegir, en el continente más católico del mundo, a un papa que arrebate el discurso de los pobres y de la igualdad social a los dirigentes populistas o nacionalistas. 

Es que Francisco deberá enfrentar el retroceso del catolicismo en el continente, que según cifras del Consejo Episcopal Latinoamericano, perdió 20 por ciento de sus fieles en las últimas décadas, y en Argentina, donde el porcentaje de católicos cayó al 76,5 por ciento en 2008, cuando era del 90,5 por ciento en 1960, así como la creciente competencia de todo tipo de iglesias y de cultos que proliferan en los barrios populares de las ciudades. Francisco deberá hacer volver al rebaño a esos millones que se alejaron de la iglesia por sus posiciones conservadoras en cuanto al divorcio, la sexualidad, las uniones homosexuales, el avance social de las mujeres, el aborto, por el cuestionable papel de las jerarquías eclesiásticas durante los gobiernos militares, en el marco de una Iglesia corroída por los escándalos de pedofilia y corrupción.

Por eso, uno de los lemas que Francisco repite con más frecuencia es la necesidad de pasar de una Iglesia “reguladora de la fe”, a una “transmisora y facilitadora de la fe” y “salir al encuentro de la gente”.  Lo que parece claro es que, dados sus antecedentes y su personalidad, ese será el camino eclesial de los próximos años.