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Un respiro

La muerte de los hijos de Hussein eleva la moral de los norteamericanos. Pero los problemas siguen creciendo.

27 de julio de 2003

A falta de pan, buenas son tortas. Y en vista de que no ha sido posible dar con Saddam Hussein la caída de sus dos hijos mayores es un premio de consolación perfectamente aceptable para las fuerzas norteamericanas de ocupación en Irak. Sobre todo porque, aparte de ésta, prácticamente todas las noticias que reciben son malas. Los odiados Uday y Qusay perecieron el 22 de julio tras oponer feroz resistencia contra las tropas estadounidenses en una mansión de Mosul. Y el hecho no pudo llegar en mejor momento para el presidente George W. Bush. En las últimas semanas sus dolores de cabeza se han multiplicado. La Casa Blanca no ha podido echar suficiente tierra sobre el escándalo de las exageraciones o mentiras que se usaron para justificar el ataque contra Irak, y las famosas armas de destrucción masiva siguen sin aparecer. Y la ocupación de ese país se parece cada vez más a una guerra de guerrillas. Desde la caída de Bagdad ya han muerto 39 soldados estadounidenses en emboscadas que se suceden día a día, sin descanso aparente. Lo peor, la situación política está lejos de mejorar. Frederick Barton, uno de los cinco expertos en reconstrucción enviados a Irak por el Pentágono para emitir las recomendaciones pertinentes, dijo a SEMANA que "no existe una estrategia clara para desarrollar nuevas voces políticas en Irak", dijo. En efecto, el administrador encargado de Irak, Paul Bremer, es cada vez más impopular entre los iraquíes: la semana pasada 10.000 chiítas y sunitas iraquíes protestaron contra la imposición de un gobierno laico y escogido a dedo y la ONU pidió el fin de la ocupación de Irak. Pero el foco cambió con el operativo con el que 200 soldados acabaron con Qusay y Uday Hussein. Tras la identificación, los vecinos de la casa en que se encontraban acusaron a su dueño, su propio primo Nawaf Mohamed Al Zaidán de haberlos delatado para ganarse la recompensa de 30 millones de dólares. Qusay, el menor, era considerado el sucesor de Hussein. Tenía a su cargo la Guardia Republicana y los temidos servicios secretos . Fue quien dirigió la represión a los chiítas tras la Guerra del Golfo y, aunque tímido, era amante de las torturas. Uday tenía a su cargo el aparato de propaganda. Era propietario de publicaciones impresas y de la segunda cadena de televisión del país, presidente de la asociación de periodistas y del Comité Olímpico. Según los organismos de derechos humanos Uday les pegaba en la planta de los pies a los deportistas que no obtenían buenos resultados. También se afirma que era un famoso violador de menores y torturaba a las mujeres que se negaban a acostarse con él. Según el Pentágono, aunque la caída de ese par de 'joyitas' puede generar un aumento momentáneo de la violencia, al final tendrá el efecto de convencer a los rebeldes de que el régimen se fue para no volver. Bush dio una rueda de prensa en la que celebró el operativo y ya no se sintió en la obligación de contestar las preguntas sobre el supuesto uranio que Irak iba a comprar a Níger. Quizás aprovechando la cortina de humo generada por el operativo el asistente de Seguridad Nacional Stephen Hadley, fue el segundo mando medio en echarse la culpa por esa mentira en el discurso del Estado de la Unión. En todo caso la celebración por los hermanos no durará mucho y los adversarios de Bush en la campaña presidencial de 2004 no lo dejarán en paz. Mientras Hussein siga escondido y las armas no aparezcan, el tema de las fallas en la construcción de un gobierno legítimo y las mentiras con que se justificó la guerra volverán a la orden del día. La euforia por la caída de los Hussein es apenas un respiro que le dará un poco más de tiempo para encontrar al villano número uno.