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UNA EMBOSCADA DE FRANCOTIRADORES

La caída de Spadolini, tras 14 meses de gobierno abre el camino para el socialista Craxi.

20 de septiembre de 1982

Pletóricos de iniciativa y ambiciones, los socialistas italianos hicieron explotar a principios de agosto una nueva crisis de gobierno que amenazó con desembocar en un llamado a nuevas elecciones generales anticipadas para octubre próximo. En los 36 años de vida republicana, los gobiernos han durado menos de un año en promedio por lo que puede decirse que estos infartos forman parte del paisaje político peninsular. Pero esta vez la crisis presentó aspectos de drama institucional y se acuñó ante una coyuntura económica tenebrosa.
El arte italiano de aliviar los problemas demorándolos en el tiempo ha terminado por acumular un coctel político-social peligroso. La encrucijada está a la vuelta de la esquina y algunos sostienen, exagerando quizá, que se vive el clima agónico de la Cuarta República francesa.
No es para tanto, pero la encrucijada está a la vuelta de la esquina. La crisis política se dramatiza por los cuellos de botella que sofocan el aparato productivo y el elefantismo del sistema estatal. En treinta y cinco años de democracia republicana y neocapitalismo, Italia ha gozado del más brillante período de prosperidad y libertad de su historia. Pero la jaula se forjó sobre la base de un crecimiento sostenido y de un asistencialismo populista que, si bien creó un amplio consenso político, también fue agregando desequilibrio. Desde que en Occidente se instaló una crisis crónica a partir de finales de 1973, las tensiones se hicieron más agudas y han terminado por devenir un dilema en este verano de 1982.
MEDIDAS PARA UN SALDO ROJO
A fines de julio (el fenómeno es común en casi todo el mundo), las luces rojas, encendidas en casi todos los indicadores económicos, dictaron un paquete de medidas de austeridad sin precedentes que con gran fatiga logró concretar el primer ministro Giovanni Spadolini, primer "laico" (no democristiano) que tripula un gobierno italiano desde 1945. Spadolini, líder de los republicanos (3.5% de los votos), sobrevivió casi 14 meses como cabeza de una coalición de cinco fuerzas políticas (el pentapartido), dominada por el protagonismo de la democracia cristiana y el partido socialista.
DC y PSI viven un volátil período de colaboración conflictual. Las reuniones del gabinete italiano lucieron muchas veces en los últimos tiempos como el escenario de una riña de gallos, imagen que permite eludir con elegancia la más exacta y vulgar de aquellas casas "non sanctas". Los litigios tuvieron siempre al borde del abismo al gobierno Spadolini, mandando paradójicamente a las estrellas la popularidad del primer ministro.
La maniobra económica terminó por producir la ruptura. El programa de austeridad fue aprobado para rastrillar 850 mil millones de pesetas en nuevos impuestos y aumentos de tarifas, con el doble objetivo de reducir la demanda formidable de los consumos familiares y de reducir el déficit del presupuesto. No quedaba otro remedio: el pasivo del balance del Estado llega al 14% del producto nacional bruto, y puede devorarse el 20% en 1983 si no se levanta un dique de emergencia. El método de la finanza alegre que ha creado un mamut perverso útil para practicar el asistencialismo social y el clientelismo político, además de alimentar las exigencias de la infinidad de recesión económica y la bola de nieve que ha crecido sin cesar para financiar los desaguisados del pasado, ha terminado por extrangular al país.
El aparato productivo se encuentra prácticamente a nivel de crecimiento cero, mientras que las industrias reclaman una urgente detonación de recursos para modernizarse, so pena de caer en rápida decadencia. El desempleo supera el 10% y hace chirriar el déficit estatal debido al dinero necesario para pagar el seguro de desempleo. Los servicios asistenciales, unánimemente malos, generan un déficit que crece en forma geométrica y automática. La inflación ha descendido al 15-16%, pero el diferencial es enorme en comparación con las grandes sociedades industriales con las cuales compiten los productos industriales italianos en los mercados mundiales. Y no hay que olvidar que el sector externo representa el 50% del producto bruto de la nación. La crisis asedia la lira, las reservas caen contínuamente y el déficit de la balanza de pagos llegará este año, pese al extraordinario "boom" turístico, a 7.000 millones de dólares.
EMBOSCADA PARLAMENTARIA
El gobierno de Spadolini cayó en una emboscada parlamentaria cuando una combinación de francotiradores democristianos y socialdemócratas, más una ausencia masiva de diputados socialistas, determinó el rechazo de un decreto presentado por el ministro de finanzas, Rino Fórmica, jefe de la delegación del PSI en el gobierno. El decreto formaba parte del plan de austeridad y consistía en medidas para evitar la evasión fiscal de la industria petrolera y de comerciantes y profesionales, junto con la deuda de varios privilegios a las corporaciones privadas de cobradores de impuestos, una institución medieval que subsiste en algunas regiones italianas.
Los socialistas aprovecharon la ocasión para acusar a los democristianos con razón, de defender intereses del grupo y retirarse del gobierno.
En realidad, el PSI, estaba buscando una buena ocasión para promover las elecciones anticipadas. Todas las encuestas de opinión demuestran que los socialistas gozan de una creciente popularidad frente a la decadencia de los dos grandes partidos, la democracia cristiana y los comunistas. Bettino Craxi de 48 años, el líder del PSI, comprendió que es mejor cosechar ahora ese favor de la calle para después afrontar la impopularidad de las medidas draconianas que hay que aplicar en materia económica. Pero, abierta la crisis, los socialistas quedaron aislados frente a la negativa de los demás partidos de aceptar el camino de las elecciones anticipadas.
No les quedó más remedio que dar su aprobación, el 17 de agosto, a la formación de un nuevo gobierno de coalición similar al que hizo crisis a comienzos de mes. Craxi pidió a su partido definir "los nuevos acuerdos necesarios" para que los socialistas ingresen a la nueva coalición. El PSI también restablecerá la colaboración con Spadolini participando en la elaboración de un nuevo programa en materia económica y política exterior.
En realidad, los democristianos y los comunistas no tenían mucho que ganar con una verificación electoral en estos momentos, cuyo resultado más previsible sería la ampliación del llamado "polo laico-socialista" (socialistas, socialdemócratas, republicanos y liberales).
El partido comunista, principal fuerza opositora, debería luchar con uñas y dientes para mantener el 30% del electorado, bloqueando una tendencia declinante que se inició hace cuatro años. Lacerado por su ruptura con la Unión Soviética (existe una fracción prosoviética pequeña pero muy activa y con autoridad entre sectores obreros nostálgicos de los años de hierro), el PSI padece una grave crisis de identidad. La DC, a su vez, rechaza cualquier alianza con los comunistas. Este veto cruzado favoreció el poder contractual de los socialistas, que se proponen como la fuerza política que expresa los cambios sociales producidos en Italia en la última década. El obrerismo comunista vaga como alma en pena en una sociedad cuyos sectores más dinámicos se identifican con las industrias y los servicios de vanguardia, ansiosos de protagonizar el "resurgimiento" de la prosperidad con un golpe de modernización.