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UNAS SON DE CAL

El aparente fracaso de la perestroika y el glasnost amenaza la permanencia de Gorbachov.

6 de marzo de 1989

Cuando Mikhail Gorbachov llegó al poder hace cuatro años, los observadores occidentales anunciaron con bombo y platillos la llegada de una nueva generación a la cúpula del Kremlin y el comienzo de un nuevo rumbo en la dirección de la segunda potencia mundial. Pero ni los pronósticos más audaces alcanzaron entonces a prever el alcance de las reformas que el "joven" Gorbachov propiciaría en la vida de la Unión Soviética.

Sin embargo, tras estos años en que perestroika (reestructuración) y glasnost (transparencia) remplazaron a nyet (no) como las expresiones rusas más conocidas en Occidente, la luna de miel de Gorbachov parece haber terminado.

Primero, está el resultado de la perestroika. Pocos observadores occidentales han comprendido hasta qué punto es traumático el cambio de una economía centralizada, cuya planeación, precios y distribución se hacian según los mandatos de un ente burocrático rígido, por un sistema cifrado en la gestión autónoma de las industrias y en algo parecido a una economía de mercado. A cambio de quE la economía esté ya funcionando sobre una base de "autofinanciación", como estaba previsto, la inflación ha crecido, según cifras reconocidas oficialmente, en un 10% mien tras el déficit presupuestal llega al 11% Las drásticas reducciones en el presupuesto militar y en el pie de fuerza en Europa oriental, no serían más que respuestas al problema económico de país.

El otro problema de la perestroik se traduce en el agro. El plan para convertir a los campesinos soviéticos en sus propios patrones e incrementar la producción, mediante el arrendamiento a 50 años de sus tierras--lo que equivale a una privatización--, tampoco ha dado resultado. Tras años de granjas colectivas, puede decirse que en la Unión Soviética no quedan ya agricultores en el sentido occidental de la palabra. Solamente el 2% de los trabajadores del agro aceptó la oferta, que cambia su seguridad tradicional por la esperanza de mejorar su nivel de vida.

Pero si la parte económica no le sonríe, el glasnost o transparencia ha puesto de presente muchas de las taras de la sociedad soviética, que permanecían hasta ahora en penumbras.
La más importante es la existencia de gravísimos conflictos raciales en Armenia, Azerbeiyán, Kazakstán y Ucrania, para no mencionar las repúblicas bálticas. Los medios de comunicación tienen ahora una inusitada libertad para informar, no sólo sobre esos topicos, sino sobre las largas colas que se hacen en Moscú ante los escasos abastecimientos, o para debatir ampliamente el hecho de que el 20% de los ciudadanos soviéticos vive al menos en el límite estadístico de la pobreza.

Por eso, algunos hablan de dos imágenes de Gorbachov, la amable y abierta que proyecta en Occidente y la atribulada por los múltiples problemas, que es la que conocen los rusos.
Pocos observadores se atreven, sin embargo, a hacer previsiones sobre la posible caida de Gorbachov, pero algunos apuntan hacia un descontento creciente en los altos mandos, mientras el depuesto número dos, Yigor Yeltsin, hace una campaña de estilo occidental para alcanzar un puesto en la Asamblea que se elegirá por primera vez en mayo. Si esto representa una amenaza para la permanencia de Gorbachov, está aún por verse.
Pero lo que sí es seguro es que, según lo reconoció personalmente, los problemas de la Unión Soviética eran mucho más profundos que lo que se imaginó al asumir el mando del país más grande del planeta. -