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En medio de manifestaciones de júbilo Hungría deja de ser un país comunista.

27 de noviembre de 1989

"La República Húngara va a ser un Estado independiente, democrático y legal en el que los valores de la democracia burguesa y el socialismo democrático sean expresados por igual". Con esas palabras el presidente del Parlamento de Hungría, Matyas Szuros, proclamó a los cuatro vientos el comienzo de una nueva era en la historia de su país y, de paso, de Europa Oriental.
Habían pasado exactamente 33 años desde que el primer ministro, Imre Nagy, se dirigiera desde el mismo balcón del Parlamento a una multitud reunida en la plaza para respaldar el alzamiento popular que pretendía en 1956 sacar al país de la órbita soviética. En esa oportunidad lo único que esperaba a los húngaros era la violenta represión de los tanques del Kremlin, que costó la vida a 25 mil personas, y a Nagy la condena a la horca por "traición". Pero ahora esa derrota histórica ha dado paso a la esperanza. Sin disparar un solo tiro y en medio del repicar de las campanas y la celebración de cientos de actos públicos, Hungría dejó formalmente de ser un país comunista.
Los actos tuvieron la solemnidad y la carga emocional de los episodios de trascendencia histórica. En la noche, una multitud de más de cien mil personas se volvió a reunir en la Plaza con antorchas encendidas para escuchar los emotivos discursos de los veteranos del alzamiento de 1956 para desahogar tantos años de represión con gritos de "¡Fuera los rusos!", combinados en ocasiones por clamores de "¡Gorby, Gorby!".
Esas reacciones aparentemente contradictorias reflejaban el sentimiento de los húngaros hacia el presidente soviético, Mijail Gorbachov, cuyas políticas de apertura son consideradas la base para el nuevo orden político de Hungría. Precisamente uno de los oradores de la Plaza del Parlamento, Gyula Obersovsky, quien fuera editor del primer periódico del levantamiento -y cuya sentencia de muerte fuera conmutada a última hora- reconoció la importancia que ha adquirido el lider soviético cuando dijo: "Estoy en apoyo de Gorbachov y me preocupa su posición. Nuestra libertad es una ilusión hasta que Moscú también sea libre".
Lo que hoy parece un sueño realizado, hace tan sólo unos cuantos meses no era más que una ilusión sin esperanzas. Hace apenas un año, la policía disolvió violentamente una manifestación pacífica que intentaba conmemorar el aniversario de la insurrección de 1956, que era recordado oficialmente como una expresión "contrarrevolucionaria". Pero desde entonces, las cosas han cambiado enormemente. Primero, se reconsideró el apelativo oficial para los sucesos de 1956, que pasaron a considerarse un "levantamiento popular". Segundo, el cadáver de Imre Nagy, que había permanecido en una fosa común tras ser enterrado boca abajo sin ceremonia alguna, fue exhumado y recibió funerales de Estado en junio de este año. Y la tumba en que yacen 260 húngaros ejecutados por su participación en la reyuelta, marcada con el número 301 del cementerio de Rakoskeresztiri se convirtió en un campo de honor al que acuden en peregrinación miles de conciudadanos, muchos de los cuales usan brazalete rojo, blanco y verde, los colores de la bandera húngara.
El alejamiento de Hungría del bloque comunista se veía venir y lo único que los observadores internacionales se preguntaban era cuándo se iba a presentar el paso concreto. No era para menos, si se tiene en cuenta que el propio Matyas Szuros había asombrado a más de uno en su reciente visita a Estados Unidos en el mes de septiembre. Allí Szuros aprovechó cuanta oportunidad tuvo para afirmar que el deseo de su país era dejar el pacto de Varsovia y declarar la neutralidad del país. Ese extremo, sin embargo, no está contemplado en los planes a corto plazo, pero es reconocido en medios gubernamentales húngaros como "un objetivo final".
Entre tanto, en las palabras del viceministro de Relaciones Exteriores Ferec Somogyi, la política húngara es mantenerse como miembro y hacer "todo lo posible para reformar la organización del Pacto de Varsovia".
Cuáles son las reformas que los dirigentes húngaros quisieran ver introducidas en el Pacto mencionado, es algo que aún no está claro, pero se presume que se trataría de darle mayor énfasis a los aspectos políticos de esa alianza, antes que a los militares.
Lo que sí es claro es que los soviéticos no están dispuestos a ejercer presión alguna en contra de la ola independentista húngara. No sólo lo reconoció el primer ministro húngaro, Miklos Nemeth, en su alocución televisada del domingo cuando dijo que "esta vez nuestras manos no están atadas", sino el propio canciller soviético, Eduard Shevardnadze, quien en un discurso crucial ante la legislatura soviética declaró que su gobierno "no se molestaba por el crecimiento de movimientos políticos rivales del comunismo en los países de Europa Oriental", e incluso que simpatizaba con el clamor de sus aliados por ampliar sus contactos con Occidente, en una clara alusión al proceso húngaro.
Es que precisamente lo que los dirigentes húngaros quisieran es obtener un apoyo amplio de los países occidentales, sin el cual no creen posible salir del atolladero económico y social en que se encuentra su país. Sin embargo, lo que hace particularmente significativo al caso húngaro es que sus circunstancias no son tan extremas como las que viven, por ejemplo, los ciudadanos de Polonia o de la URSS. Los problemas económicos de Hungría no parecen exasperantes, al menos de acuerdo con los estándares comunistas. El crédito del país se mantiene en buen pie y a pesar de millones de visitas permitidas a Occidente desde que se levantaron las restricciones -incluída su porción de la Cortina de Hierro- son relativamente pocos los húngaros que prefieren permanecer en el exterior. Lo que los observadores occidentales anotan es que los húngaros siempre se han percibido a si mismos tan europeos como sus vecinos austríacos o alemanes. Según esa tesis, los húngaros siempre consideraron sus atrasos como consecuencia directa del comunismo.
Ahora, sin embargo, viene lo más difícil: la consolidación de una democracia efectivamente operativa, algo que nunca, en ninguna fase de la historia ni en ninguna parte del mundo, ha sido una tarea fácil.