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VECINOS Y ENEMIGOS

Enfrentamiento entre Honduras y Nicaragua aumenta la temperatura de la ya caldeada región centroamericana

12 de enero de 1987

Determinar quién lanzó la primera piedra, parece que resultaría casi tan difícil como establecer qué fue primero, si el huevo o la gallina. Los hondurenos dicen que fueron los sandinistas que penetraron en su territorio y atacaron un puesto de vigilancia en Las Mieles, una pequeña localidad al este del país. Los sandinistas aseguran que no, que se trata una vez más de una campaña para tratar de desprestigiar el gobierno nicaraguense y que fueron los hondureños los que, en aviones norteamericanos, bombardearon Wiwili, una aldea 150 kilómetros al nordeste de Managua y a sólo 25 kilómetros de la frontera con Honduras. Los norteamericanos tratan de no decir nada explícitamente, pero envían helicópteros a transportar los soldados hondureños a la zona del conflicto. De todos modos, unos y otros protagonizaron la semana pasada un enfrentamiento entre tropas nicaraguenses y hondureñas que agravó la ya de por sí tensa situación centroamericana.
A diferencia de los enfrentamientos ocurridos en marzo en la misma zona, cuando se produjo una movilización similar al parecer provocada más por los Estados Unidos en busca de la aprobación de ayuda a los "contras que por hechos reales (ver SEMANA N° 204), esta vez hubo bombardeos y combates en tierra durante casi una semana, ya no sólo entre sandinistas y "contras" ubicados en territorio hondureño, sino entre tropas nicaraguenses y hondureñas. Y hubo bajas de uno y otro lado, aunque no se sabe exactamente cuántas.
Los hondureños acusaron a Nicaragua ante la OEA y la ONU por su agresión y acto seguido el presidente José Azcona pidió ayuda a los Estados Unidos, que movilizaron inmediatamente helicópteros desde su base de Palmarola, a 40 kilómetros de Tegucigalpa, en una operación dirigida en persona por el general John Galvin, jefe del Comando Sur del Ejército de los Estados Unidos. Los nicaraguenses por su parte, pidieron una sesión extraordinaria del Consejo de Seguridad y propusieron que una misión de las Naciones Unidas integrada por miembros de los países de Contadora visite la zona en conflicto (Ver recuadro).
Muchos, incluidos los sandinistas, aseguran que se trata de una movida más de la administración Reagan que busca desviar hacia Centroamérica la atención del mundo concentrada ahora en el "Contra-Irangate" y de paso, tratar de recuperar el apoyo de la opinión para su causa antisandinista, haciendo ver el gobierno de Ortega como un agresor y enemigo peligroso para los demás países centroamericanos. No tendría nada raro que así fuera, pero aun así, detrás de ello podría estarse gestando un conflicto de dimensiones incalculables.

Verdades a medias
Para Honduras, el gobierno sandinista no es ciertamente santo de su devoción. Por eso ha sido aliado de los Estados Unidos en su empeño por derrocarlo y como tal ha servido durante cinco años de refugio a los "contras", que han ubicado gran parte de sus centros de operación en la frontera con Nicaragua.
Este hecho ha mantenido una tensión permanente entre los dos países, atizada frecuentemente por una especie de guerra de relaciones públicas en que se dicen verdades a medias.
Según versiones de prensa aparecidas después de una reunión del presidente Azcona, su ministro de Relaciones Exteriores y los oficiales de más alto rango del Ejército con el embajador de los Estados Unidos en Tegucigalpa, Everett E. Broggs, confirmadas más tarde oficialmente, Honduras está buscando que los "contras" abandonen su territorio antes de abril y se trasladen al lado nicaraguense de la frontera. Tras los problemas surgidos en la Casa Blanca con el traspaso del dinero de la venta de armas a Irán hacia los "contras", los hondureños piensan que la administración Reagan tendrá cada vez menos capacidad de maniobra para apoyar a los antisandinistas y no podrá, por tanto, servirles de garante por mucho tiempo más. Sin el apoyo de los norteamericanos, los "contras" instalados en Honduras verían reducidas prácticamente a cero sus posibilidades de triunfo y podrían por tanto convertirse en una pesada carga para el gobierno de Azcona.
En círculos oficiales de Washington se dijo al respecto que los Estados Unidos estarían tratando de convencer a Honduras de que ellos también están interesados en que los "contras" combatan en territorio nicaraguense, pero que hay que darles tiempo para que con los 100 millones de dólares que les fueron entregados este año puedan reabastecer a sus hombres y penetrar en territorio nicaraguense.
Los costos internos que el servir de base para los antisandinistas esta representando tanto para Honduras como para Costa Rica y El Salvador están empezando a ser sopesados por los gobiernos de estos países que aunque son conscientes de que el conflicto los afecta, piensan en últimas tal como lo expresara un alto oficial del ejército hondureño, que "nosotros no tenemos por qué pagar los platos rotos". La petición formal de presidente Azcona a los Estados Unidos de retirar los "contras" de su territorio, la reiterada negativa de Costa Rica a servir de base para entrenamientos militares y el descubrimiento reciente de todas las operaciones que se originaban en la base de llopango en El Salvador, han dejado a los "contras" prácticamente sin terreno donde operar, por fuera de la misma Nicaragua.
Las posibilidades de que logren trasladar su lucha a territorio nicaraguense tampoco son muchas. Si no han logrado hacerlo en cinco años resulta poco probable que lo hagan ahora, sin plata de los norteamericanos y sin territorio donde combatir.
El presidente Daniel Ortega, en un discurso pronunciado en Managua durante la celebración del Día Internacional de los Derechos Humanos, se mostró de acuerdo en que los antisandinistas deben abandonar el territorio hondureño, pero no para internarse en Nicaragua. "No cederemos una pulgada de nuestra integridad territorial a las fuerzas contrarevolucionarias", dijo, al tiempo que afirmó que Azcona "tiene en sus manos las llaves de la paz, si con un poco de valentia y dignidad decide sacar a los invasores para que el territorio fronterizo deje de ser zona en conflicto".
El Presidente hondureño, por su parte, advirtió a Ortega que su país responderá con toda su fuerza a cualquier nuevo intento de tropas sandinistas de cruzar la frontera y rechazó la propuesta de Nicaragua de enviar una comisión de las Naciones Unidas al área, diciendo que "nosotros aceptamos que haya vigilancia en la zona, pero no vamos a caer en la trampa sandinista que lo que pretende es que venga una fuerza a cuidarle sus espaldas para quedarse tranquilos implantando el totalitarismo en Nicaragua".
Las acciones que parecían haber cesado al terminar la semana no dejan sin embargo, de ser preocupantes. Interpretadas por algunos comentaristas como una especie de táctica de uno y otro bando para sopesar la fuerza del vecino, su tolerancia y qué tan lejos es capaz de ir en un momento dado, podrían constituir la antesala de la temida generalización del conflicto en Centroamérica.--

Con el garrote listo
Febril, realmente inquieta, la representante sandinista Nora Astorga propuso ante el Consejo de Seguridad de la ONU, que una comisión del máximo organismo internacional viajara a la frontera caliente entre su país y Honduras, para ver "de qué lado están los muertos y los hoyos de las bombas".
El embajador hondureño se había defendido minutos antes de las acusaciones de Nicaragua, señalando que su país había combatido a los efectivos del Ejército Popular Sandinista (EPS) porque habían violado su territorio.
Un veterano de la diplomacia abierta y también de la secreta, el general Vernon Walters, presidía la agitada sesión y no pudo contenerse: rompiendo la imparcialidad presidencial hizo uso de la palabra para respaldar al representante hondureño.
Más tarde, en algunas delegaciones latinoamericanas de los grupos de Contadora y apoyo, menudeaban los comentarios y los pronosticos más sombríos, no sólo sobre la sesión que acababan de presenciar, sino sobre la grave crisis que la había determinado.
Es que lo sucedido entre Nicaragua Honduras en estos primeros días de diciembre, respalda las presunciones más inquietantes.
El primero de diciembre unos mil quinientos "contras" de los tres mil que ya están agrupados y forzados esta vez a pasar la raya y romper con una imagen de temor e ineficiencia lanzaron un ataque contra los sandinistas en la zona fronteriza de El Paraíso.
Dos días después, según denuncia del presidente nicaraguense Daniel Ortega, los efectivos del Ejército Popular Sandinista que los enfrentaban, fueron atacados con cañones "Howitzer" de 150 mm. de fabricación estadounidense. "Curiosamente", agregó Ortega, armas de ese tipo habían sido transportadas el domingo 30 de noviembre por efectivos estadounidenses de la Guardia Naciona de La Florida a 15 kilómetros de distancia de la frontera con Nicaragua. El 7 de diciembre aviones de la Fuerza Aérea hondureña bombardeaban la localidades nicaraguenses de Las Congojas y Wiwili, dejando un saldo de siete soldados sandinistas muertos y doce civiles heridos, entre ellos dos niñas de corta edad. Sugestivamente en ninguna de las localidades bombardeadas hay concentración militar sandinista. Ni siquiera antiaéreos.
El 8 de diciembre, a pedido del gobierno hondureño y con autorización especial del presidente Reagan, 14 helicópteros de Estados Unidos transportaban tropas hondureñas hacia la zona de combate. La operación era supervisada en persona nada menos que por el jefe del Comando Sur de Estados Unidos, general John Galvin.
Y todo esto en un marco de enfrentamientos directos entre efectivos del EPS y de las Fuerzas Armadas hondureñas, lo que acentúa las posibilidades de que estalle una guerra convencional entre los dos países y Estados Unidos intervenga a pedido de Tegucigalpa.
Aunque a fines de semana la tensión había disminuido y reportes procedentes de Washington indicaban que había un acuerdo entre Estados Unidos y Honduras para "retirar" a los "contras" de territorio hondureño, diplomáticos y observadores coincidían en especular con una posibilidad temible: que lejos de haberse desalentado por el escándalo de las ventas secretas de armas a Irán (que ya todo el mundo llama en Washington, el "contragate") el presidente Reagan podría intentar una temida "fuga hacia adelante". Un involucramiento decisivo de Estados Unidos en el conflicto centroamericano del cual no haya retorno.

Miguel Bonasso, corresponsal
de SEMANA en México.