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El presidente Nicolás Maduro ahora presenta una faceta pacifista, pero la oposición exige actos concretos. Entre tanto, las protestas permanecen, como en Táchira. | Foto: AFP

VENEZUELA

Venezuela en un panorama desolador

La realidad del vecino país continúa desatada y la comunidad internacional sigue mirando los toros desde la barrera.

1 de marzo de 2014

Ya no es nuevo advertir que las protestas siguen en Caracas y otras ciudades. El espíritu de las revueltas también se mide con otras señas: la polarización política ya es evidente hasta en las cárceles. “Los custodios pretendían darles una golpiza y los presos de la cárcel de Coro resguardaron la vida de nuestros estudiantes y gritaron consignas”, contó Gaby Arellano, una de las estudiantes que se ha mantenido al frente de las manifestaciones que empezaron en el fronterizo estado Táchira y se han expandido por el resto del país. Más célebres por su crueldad que por cualquier otra noticia, los presos esta vez se manifestaron a favor de los estudiantes, y no se trata del único episodio que muestra los arrebatos de la polarización venezolana: como si se tratara de pequeñas naciones separatistas, las urbanizaciones de Caracas llevan días aisladas con barricadas, llamadas en el argot venezolano ‘guarimbas’.

El lunes, por ejemplo, el este de Caracas amaneció sitiado por ‘guarimbas’ instaladas por vecinos. Con neveras o colchones viejos, fogatas, llantas y hasta alcantarillas levantadas, muchas calles de las zonas de clase media quedaron libres de carros. Acusado por el presidente Nicolás Maduro de promover esa clase de protestas, el general retirado Ángel Vivas les sacó un fusil R-15 a los funcionarios de la Dirección General de Contrainteligencia Militar que intentaron arrestarlo en su casa del sureste de Caracas. “No me voy a entregar”, gritó frente a una masa de vecinos que lo respalda. “Si tengo que defenderme lo haré”. En esa y otras urbanizaciones de Caracas hay pequeños retratos de una guerra, pero el caos no es ajeno al resto del país. Los titulares son elocuentes: “Confirman un fallecido durante saqueos en Maracay”; “ ‘Gandola’ (camión) con vacas se volcó en Morón y vecinos descuartizaron los animales”; “Muere motorizado al chocar con guaya colocada en barricada”…  ¿Hacia dónde va Venezuela? Francisco Coello, sociólogo y profesor de la Universidad Católica Andrés Bello, advierte que hay una lluvia de estímulos, informaciones e imágenes que saturan cualquier análisis. “El tema es que el ‘blackout’ informativo está dejando en manos del rumor lo que está pasando en el país”, explica.

A esta hora es impredecible escribir lo que pasará, pero independientemente del debate sobre la vulnerabilidad del gobierno y las instituciones, Coello señala que ya Caracas no es el centro de las protestas. “Mérida, Zulia, Anzoátegui y Táchira también han estado protestando y eso es una señal de que el malestar es en todo el país”, comenta.

La escasez de alimentos, el desabastecimiento y, sobre todo, los altos índices de criminalidad, tienen desesperados a los venezolanos. La inflación de alimentos cerró el año pasado con más de 70 por ciento y si esa cifra no lo dice todo, el analista político Carlos Raúl Hernández señala que la gente que destajó un camión de reses en una carretera muestra la foto del hambre. Desde Caracas, Hernández lamenta los muertos y las violaciones a los derechos humanos que han cometido los organismos  oficiales, pero tampoco está seguro de la respuesta de quienes han venido construyendo una alternativa: “La oposición tiene que hacer un balance porque después de haber fijado la estrategia del desgaste del gobierno, hubo algunos miembros de la Mesa de la Unidad Democrática que decidieron acortar la ruta”.

Los opositores, por su parte, se desesperan por lo que ven como indiferencia internacional. Si bien el gobierno colombiano y el de Chile, Costa Rica y Panamá han emitido alertas, otra vez priva la chequera del petróleo sobre los derechos humanos. “Hay una situación muy grave con los presidentes latinoamericanos y sobre todos los de izquierda, porque se han convertido en unos corredores de las empresas multinacionales de sus países”, opina Hernández. “En Brasil primero piensan en Odebretcht y las obras que esa constructora levanta en Venezuela, y lo mismo ocurre con Uruguay y hasta la propia Colombia”.