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VEREDICTO: RESPONSABLE

La investigación sobre el affaire Iran contras concluye que Reagan es responsable por acción u omisión.

21 de diciembre de 1987

Hacia rato que la salida de un libro no producía tanta expectativa en Washington. Aún para una ciudad que está acostumbrada a la noticia y a la conmoción, el tumulto del miércoles pasado en la oficina de prensa del Capitolio era un claro indicador de que algo grande estaba pasando.
Y no era para menos. Acorralados por decenas de periodistas de los diferentes medios, los ujieres del Congreso norteamericano estaban tratando de distribuir en forma ordenada, un volumen de 690 páginas en el cual se consignan la historia y las conclusiones de un panel de senadores y representantes que durante varios meses trató de desenredar la madeja del escándalo Irán-Contras, armado por el presidente Ronald Reagan y sus asesores.
La expectativa era explicable. Desde la época de Richard Nixon, en pleno Watergate, no se había conformado una comisión de este tamaño para investigar las posibles equivocaciones del Presidente de los Estados Unidos. El resultado, sin embargo, acabó siendo menos dramático. Mientras que en el caso de Nixon las investigaciones condujeron a la eventual renuncia del mandatario, en el de Reagan hubo un fuerte jalón de orejas, pero nada más.
Básicamente, se estaba buscando que el reporte congresional dilucidara las dudas sobre el papel específico del Presidente en la publicitada operación. Como se recordará, todo sucedió cuando durante 1985 varios funcionarios del gobierno, preocupados por la suerte de los rehenes norteamericanos en Líbano, se ingeniaron un esquema para venderle armas a Irán y al mismo tiempo entregar las utilidades de la operación a los Contras nicaraguenses, violando varias prohibiciones expresas del Congreso norteamericano.
Los "cerebros" de semejante armazón fueron identificados como el coronel Oliver North, funcionario del Consejo de Seguridad Nacional, y el contra almirante John Poindexter, asesor de Reagan en esa materia, quienes con la colaboración de varios ex funcionarios de la Agencia Central de Inteligencia y posiblemente del propio jefe de la CIA, el fallecido William Casey, pusieron en operación lo que se conoció como "la empresa". Esta, poseía sus propios aviones, pilotos, campo de aterrizaje, barco, una red de comunicaciones y varias cuentas secretas en bancos a través del mundo. En total, el comité congresional encontró que la empresa movió unos 48 millones de dólares, de los cuales una tercera parte se le entregó a los contras y una proporción similar se encaminó a las operaciones con Irán. Adicionalmente, 6.6 millones de dólares en comisiones y "utilidades" les correspondieron a los directivos de tan curiosa firma: el general retirado Richard Secord, su socio Albert Hakim y el ex agente de la CIA, Thomas Clines.
Y eso fue lo que el comité encontró a pesar de contar con información limitada. Entre sus conclusiones, el reporte sostiene que el presidente Reagan desvió a la opinión hace un año cuando estalló el escándalo, lo cual fue aprovechado por Poindexter y compañía para destruir muchos documentos comprometedores. Aunque jamás se sabrá si eso fue coordinado con Reagan (todo parece indicar que el Presidente fue engañado), la confusión inicial le permitió a la gente de la empresa eliminar sus libros. Entre otras dudas que quedaron flotando están la de si la cuantía de los fondos manejados fue superior y si hubo un nexo entre los narcotraficantes colombianos que habrían utilizado las instalaciones de la empresa para llevar cocaína a los Estados Unidos y, a cambio, financiar a los contras.
No obstante, eso no oculta la gravedad de las cosas. El comité deja en claro que Reagan es el responsable en último término, ya sea por acción u omisión. Entre otras cosas, el Presidente falló en llevar a cabo la responsabilidad constitucional que dice que el jefe del estado "guardará que las leyes sean fielmente ejecutadas". El reporte sostiene que una cúpula de funcionarios manejó durante varios meses la política exterior norteamericana a espaldas del Congreso, la opinión pública e incluso otras esferas del gobierno. "Los ingredientes comunes de las políticas sobre Irán y los Contras fueron el secreto, la falsedad y la indiferencia por la ley. Un pequeño grupo de altos funcionarios creyeron que ellos solos sabían que era lo correcto", sostiene el informe.
Frente a tales desmanes, los miembros del panel recomiendan una serie de medidas para evitar que algo asi vuelva a pasar. Entre otras cosas se sugiere que el Congreso sea informado dentro de las 48 horas siguientes a la aprobación de una "operación encubierta" y que, en general, el Capitolio sepa un poco más qué es lo que está haciendo la Casa Blanca.
Esas recomendaciones eran, de alguna manera, esperadas por todos los participantes en el escándalo. Lo que sí acabó siendo un poco sorpresivo fue el tono regañón de todo el reporte, que no deja de jalarle las orejas cada vez que hay oportunidad al Presidente y a sus asesores. Alusiones como esa llevaron a que algunos de los miembros republicanos del panel se mostraran públicamente en desacuerdo con el informe final, pues sostenian que aunque algunos funcionarios cometieron errores, estos se podrán calificar tan sólo de juicios equivocados. Tal actitud fue duramente criticada por diarios como The New York Times, el cual en uno de sus editoriales de la semana pasada afirmó que "los republicanos que firmaron (la protesta) de la minoría le hacen a su partido y al país un flaco servicio".
Sin embargo, lo que si fue generalmente aceptado fue el hecho de que la falta no justifica un juicio del Congreso contra el Presidente. Ya sea porque las cosas no son graves a ese extremo o porque los parlamentarios no quieren alborotar el avispero a menos de un año de las elecciones presidenciales, lo cierto es que Reagan -por ese lado- puede terminar su período tranquilo.
De hecho, el informe del panel congresional no hace sino confirmar los problemas de liderazgo del Presidente y su tendencia a delegar demasiado. Aunque para algunos eso puede ser muy grave, lo cierto es que esa característica que impera en la Casa Blanca de hoy acabará siendo juzgada por los historiadores.
En cambio, quienes probablemente si comparezcan ante un tribunal van a ser las personas adscritas a "la empresa". El fiscal especial nombrado para el caso, el abogado Lawrence Walsh continúa sus investigaciones en forma absolutamente independiente. Este ya lleva más de mil entrevistas y ha acumulado cerros de documentos, en los cuales se deben basar los eventuales llamamientos a juicio de Poindexter, North y demás implicados en el lío. Tal como están las cosas, las citaciones se deben producir a comienzos del próximo año, una vez se analicen cientos de páginas de documentos bancarios entregados por Suiza después de una ardua batalla legal. Con esa información se espera descifrar la telaraña de cuentas y fondos que aclare definitivamente el manejo financiero de la empresa.
En el intermedio, la opinión tendrá tiempo de analizar minuciosamente el reporte del panel del Congreso. Entre las cosas sorpresivas que ahora se saben está la revelación que dice que algunas de las armas que supuestamente iban dirigidas a los moderados de la revolución iraní, acabaron en manos de las Guardias Revolucionarias, una de las facciones más radicales del actual régimen. Al mismo tiempo, se supo que uno de los contactos del "negocio" fue identificado después como una de las personas que planeó el secuestro de William Buckley, el jefe de la CIA en Beirut, quien murió en cautiverio en 1984.
Esas y algunas otras perlas acabaron dándole la nota amarga a la semana de Ronald Reagan en la Casa Blanca. Además de su responsabilidad en el asunto Irán-contras, el presidente fue duramente criticado por no haberse puesto de acuerdo rápidamente con el Congreso sobre una manera de bajar el déficit fiscal norteamericano. Tal como en otros días, la desesperación de algunos políticos con la falta de acción presidencial los condujo a concluir definitivamente que Reagan no sabe hacer aquello para lo que fue elegido: gobernar.