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VIENTOS DEL ESTE

Llega la perestroika al país de Chopin.

27 de junio de 1988

Los vientos de la perestroika están soplando por Europa oriental. De manera discreta bajo la mirada complaciente de Moscú, los líderes que cosieron la cortina de hierro están siendo remplazados por una nueva generación.
Esa impresión fue confirmada pasado 22 de mayo en las horas de la noche, cuando en Budapest una conferencia extraordinaria del Partido Comunista Húngaro decidió el remplazo de Janos Kadar, el hombre fuerte del régimen durante los último 32 años. "Teniendo en cuenta mi edad y de la renovación del partido, yo les solicito que no me reelijan secretario general" dijo el ex líder húngaro, ante la mirada de 980 delegados.
La petición, considerada como una formalidad, dio pie para un impresionante cambio generacional. Aparte de Kadar, quien fue remplazado por el Primer Ministro Karoly Grosz, decenas de funcionarios y miembros del Partido Comunista fueron sustituídos. En promedio, los nuevos líderes tienen una edad de 56 años, casi 20 menos que sus predecesores.
Esa diferencia debe inyectarle algo de vitalidad a Hungría, el país de mayor apertura del bloque socialista. A pesar de una buena época a comienzos de la década pasada, la nación se debate hoy en día en una profunda crisis económica que ha llevado a una caída en el nivel de vida. A comienzos de este año los ciudadanos húngaros empezaron a pagar impuestos sobre la renta como cualquier occidental y los efectos de la política de austeridad se han hecho sentir. "Vicios" como la inflación y el desempleo ya han hecho aparición en el país comunista.
A su favor, Grosz cuenta con un buen equipo de funcionarios y con el tímido apoyo de la población. Esa circunstancia lo diferencia absolutamente de Kadar quien, cuando llegó el poder, lo hizo apoyado por los tanques rusos que aplastaron la revuelta húngara en 1956. A pesar de que eventualmente el líder saliente acabó ganándose el apoyo de sus compatriotas, eso no le impidió ser tildado a menudo de "títere" de Moscú.
Esa ventaja sobre su predecesor debe haber sido estudiada por Grosz, un hombre del partido nacido hace 57 años. Hijo de una familia obrera, el nuevo secretario general del PCH se dio a conocer sólo recientemente y su nombramiento como Primer Ministro en junio de 1987 fue considerado como sorpresivo. Hasta ese momento Grosz había adquirido la reputación de dirigente duro y dogmático, pero una vez llegado al puesto número dos del gobierno empezó a suavizar su imagen, de tal manera que hoy es considerado como un "mal menor" por parte de los intelectuales. Inicialmente bajo la batuta de Kadar, el nuevo líder húngaro fue el expositor del programa de estabilización económica y del impopular proyecto de la reforma fiscal. Consciente de que era el heredero del trono, Grosz aprovechó el año pasado para viajar a Alemania Federal y a la Gran Bretaña, donde se declaró admirador de Margaret Thatcher. Esa circunstancia debe ayudarle a mantener buenas relaciones con Occidente y los banqueros comerciales a los que su país les debe dinero.
Es precisamente el futuro de la región el que le interesa a Occidente. La salida de Kadar confirma una vez más el cambio generacional que se está experimentando detrás de la cortina de hierro. Hace seis meses el turno le correspondió a Checoslovaquia con la llegada de Gustav Husak. Ahora existe curiosidad por saber lo que le puede suceder al "camarada" Jivkov en Bulgaria, quien está a la cabeza de su país desde 1954. En la lista de los remplazables también se encuentra Erich Honeker, de Alemania oriental quien no ha dado la impresión de querer retirarse a pesar de que ya está cercano a convertirse en octogenario.
Los dos únicos que no temen cambio, por lo menos por cuestiones de edad, son el general Jaruzelski, en Polonia, y el "padre de la patria" rumana, Nicolae Ceausescu. No obstante, eso no quiere decir que ambos tengan su puesto seguro. Jaruzelski se enfrenta a una crisis económica sin precedentes y Ceausescu es el exponente de una megalomanía estilo dictador caribeño que ha ocasionado el empobrecimiento de su país y el rechazo de sus aliados, incluído Moscú.
La eventual sustitución de liderazgo no implica, sin embargo, que las cosas vayan a variar dramáticamente. Con la única excepción de Hungría, el resto de naciones de Europa del este no se caracterizan precisamente por su política de apertura. Cada vez que Moscú comienza a hablar de la necesidad de cambiar y de las ventajas del Blasnost y la perestroika, la mayoría de sus aliados responden que esas ideas ya las pusieron en práctica hace rato. La resistencia a las reformas es especialmente fuerte en Bulgaria y Alemania oriental, sitios donde la vieja guardia se ha atrincherado fuertemente.
Por lo tanto, el reto de Grosz consiste en probarle no sólo a sus conciudadanos sino a sus colegas que el comunismo a la húngara genera resultados. De todos los países comunistas del área, Hungría es el único que tiene millonarios, impuestos y clubes privados al estilo capitalista. Ahora, Grosz tiene el respaldo para devolverle a su patria el nivel de vida que tenía la pasada década. Al mando de una nueva generación de comunistas, el nuevo hombre fuerte en Budapest tiene que probar que la estructura del país sirve y que todo es cuestión -no de carnbiar la máquina- sino de hacerle unos buenos ajustes.