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Vladimir Putin: ¿el hombre más poderoso del mundo?

En medio de la crisis de sus relaciones con Reino Unido, el presidente de Rusia se encamina a una reelección amañada que lo consolidará en el Kremlin hasta 2024. Censura, represión y hasta asesinatos reafirman en el poder al líder del país más grande del mundo.

17 de marzo de 2018

Moscú tenía plazo hasta la medianoche del miércoles para explicarle a Reino Unido por qué un gas tóxico que solo se produce en sus laboratorios fue usado para atacar a un exespía ruso y a su hija en suelo inglés. El Kremlin se limitó a calificar el escándalo como un “circo” y, ante su desafiante silencio, la primera ministra británica, Theresa May, anunció un paquete de sanciones contra Rusia. Ese mismo día, en una sesión de emergencia solicitada por May en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, el portavoz ruso dejó claro que Vladimir Putin “no habla el lenguaje de los ultimátums”.

Estados Unidos, Alemania y Francia salieron a respaldar a Reino Unido. Londres anunció que invertirá 48 millones de dólares en un centro de defensa de armas químicas, mientras que Moscú calificó las sanciones de hostiles y amenazó con prontas represalias. Como si esto no fuera suficiente, diez días después del ataque que hoy tiene los ojos del mundo puestos en Rusia, un nuevo muerto se sumó a la crisis. El cuerpo de Nikolai Glushkov, un opositor de Putin que desde 2005 vivía en Londres, apareció sin vida pocas horas antes de que venciera el plazo señalado por May. La investigación hasta ahora empieza, pero todos los caminos conducen de nuevo al Kremlin. Aún sin comprobarse su responsabilidad, esta agresión en territorio británico tiene las relaciones entre estos dos países en su punto más crítico.

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Aunque Moscú ha negado varias veces su participación en el ataque, con un largo historial de asesinatos patrocinados a nombre del Estado ya el mundo conoce sus largos brazos. La muerte a tiros de la periodista Anna Politkóvskaya cuando investigaba los casos de tortura en Chechenia, el secuestro y posterior asesinato de la defensora de derechos humanos Natalia Estemírova y el tiroteo en las cercanías de la Plaza Roja contra Borís Nemtsov, una de las figuras más destacadas de la oposición, son solo algunos de los casos más sonados de esta larga lista. Y es que después de casi dos décadas en el poder, el sello de Vladimir Putin es inconfundible. Su forma de hacer política es reconocida dentro y fuera de su territorio y nada indica un pronto retiro. Por el contrario, los resultados de las elecciones presidenciales del próximo domingo demostrarán que el líder ruso ya tiene todo arreglado para permanecer y consolidar su poder durante, por lo menos, seis años más.

No hay duda de que Vladimir Putin será de nuevo el gran ganador de los comicios. Todo el proceso electoral, desde la campaña hasta la verificación internacional, está hecho a su medida. Y aunque en el fondo no es más que un fraude, Putin y su partido, Rusia Unida, se esfuerzan para que ante los ojos del mundo su elección sea vista bajo los estándares básicos de una democracia. En efecto, el Kremlin trata con gran descaro de crear un ambiente justo de competencia que haga más creíble el teatro, mientras que Putin apenas si se molesta en hacer campaña.

El único mitin político del presidente tuvo lugar en el estadio Luzhniki de Moscú y duró apenas seis minutos. Aunque asistieron 130.000 personas, muchos denunciaron que los habían obligado a ir, mientras que la prensa internacional lo calificó como una simple puesta en escena. No hubo viajes, ni entrevistas, ni declaraciones y mucho menos debates. Por lo menos no de él. En el otro lado del espectro, los seis candidatos que compiten el domingo, muchos inventados y financiados por el Kremlin, hacen del debate un espectáculo. En el primer encuentro televisado, el líder de los ultraconservadores, Vladimir Zhirinovsky, calificó de “puta” a la única candidata después de que ella le arrojó un vaso de agua. Mientras que los supuestos aspirantes a dirigir el Kremlin hacen el ridículo en las pantallas, cada intervención refuerza la narrativa de que no existe una mejor alternativa para Rusia que Putin.

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Su indiferencia es una prueba más de que da por sentada su victoria. Además, con que Alexéi Navalni, la cara más visible de la oposición y el único rival con verdadero apoyo democrático, esté inhabilitado, su triunfo no tiene margen de error. Como dijo a SEMANA Stephen Norris, director del Centro de Estudios Rusos y Postsoviéticos de la Universidad de Miami, “como resultado de la manipulación del Estado a las elecciones, los rusos reelegirán a Putin porque no hay otros candidatos viables en el panorama”.

Por cuarta vez consecutiva, las elecciones en Rusia se celebrarán más para reafirmar el poder y el apoyo que tiene Putin que para escoger a un sucesor. Sin embargo, en medio de esta gran farsa, la popularidad del mandatario no es un invento. Por el contrario, a lo largo de su permanencia en el poder durante 18 años ha tenido casi siempre una alta aprobación de sus conciudadanos.

Desde los dos primeros gobiernos, su administración se vio beneficiada por el crecimiento de la economía (casi 7 por ciento por año). La mejora en la calidad de vida y la estabilidad que esto generó después de la caída de la Unión Soviética y los caóticos ‘locos noventa’ proporcionaron la base de su popularidad. En los siguientes tres periodos, uno como primer ministro y dos como presidente, sus éxitos en política exterior se convirtieron en sus mayores logros. Con la victoria contra los separatistas en Chechenia, la anexión de Crimea, el protagonismo que ha tenido en Oriente Medio y la intervención en las elecciones de Estados Unidos, donde puso a Donald Trump en la Presidencia, se ganó aún más el corazón de los rusos. Estos, como él, ven el colapso de la URSS como “la mayor catástrofe geopolítica del siglo XX”. Las sanciones de la comunidad internacional han pasado casi inadvertidas.

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De ahí que la decisión de mover las elecciones al mismo día que se celebra el aniversario de la anexión de Crimea es más una hábil estrategia política. Como dijo a SEMANA Alijca Curanovic, del Centro Davis para Estudios de Rusia y Eurasia de Harvard, “los rusos agradecen a Putin por deshacerse de la histórica injusticia y por recuperar las que muchos consideran como sus antiguas tierras. Asimismo, después de la agitación de los noventa, la gente aprecia la estabilidad y Putin es percibido no solo como su creador, sino también como su garante”.

Además del patriotismo y el statu quo, Putin tiene dos estrategias que lo han salvaguardado en el Kremlin: los medios y los amigos. Cuando asumió el poder en 1999, el mandatario se apropió de los medios de comunicación y desde entonces censura, infla, señala y margina la información a su antojo, además de una gran estrategia a nivel internacional con canales como RT y Sputnik, que bajo la fachada periodística sirven como portavoz del Kremlin. Igualmente, cuando Estados Unidos reveló la lista de los 96 oligarcas cercanos a Putin, quedó en evidencia cómo en Rusia los grandes poderes tienen una relación de dependencia mutua y por tanto se cuidan las espaldas.

Con una economía estancada, aun cuando tiene su triunfo asegurado, Putin tiene que jugársela toda para ganar estas elecciones por un margen muy abultado. Con cualquier resultado por debajo del 50 por ciento, el gran padre de Rusia tendrá que someterse a la indignidad de una segunda vuelta. De ahí que lo ocurrido estas últimas semanas en Reino Unido no parece ser una simple casualidad. Por el contrario, que Estados Unidos, Francia, Alemania y la Otan respalden la condena contra el Kremlin por el ataque contra el exespía, solo reafirma la necesidad de un presidente fuerte para una Rusia que, al mejor estilo de la Guerra Fría, pueda defenderse de la campaña de desprestigio que las potencias de occidente tienen en su contra. Un presidente como Vladimir Putin, después de incidir en los procesos democráticos de varios países, incluido su gran adversario, Estados Unidos, puede presumir de ser el hombre más poderoso del mundo.