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Irak se prepara para las primeras elecciones de la era pos-Saddam. Pero nada indica que sean el éxito que Washington espera.

23 de enero de 2005

LAS ELECCIONES IRAQUÍES del domingo próximo serán un parto de gran riesgo para la democracia estilo occidental que pretende instaurar el gobierno de George W. Bush desde que invadió el país para derrocar a Saddam Hussein. Y será también la prueba de fuego para la política exterior delineada por el presidente norteamericano en su discurso de posesión.

Lo que los iraquíes están viviendo en un período preelectoral no se parece mucho a lo que pasa en los países acostumbrados a las elecciones. Desde hace meses no pasa una semana sin que un acto de violencia ponga a temblar lo poco que queda de la sociedad civil. Los iraquíes se preparan para votar paralizados por un miedo que les impide salir a la calle hasta a los periodistas occidentales cubren el proceso desde sus hoteles. El Ejército Islámico Iraquí, liderado por Abu Musab al-Zarqawi, que se ha responsabilizado por los ataques suicidas, los asesinatos de iraquíes y del gobernador de Bagdad, igual que de emboscadas al ejército norteamericano, exige que se aplacen o se cancelen las elecciones. Este grupo armado sunita, supuestamente vinculado con la organización Al Qaeda, cuenta con el apoyo de la principal agrupación política de esa secta, el Partido Islámico Iraquí, que advirtió a finales de 2004 su no participación en las elecciones. En los últimos días el EIR ha utilizado, además de la violencia, la religión, al declarar a todos los compatriotas que voten herejes, y a los comicios, un pecado contra Dios. El 30 de enero no será un día tranquilo en Irak. Por esto el gobierno y los norteamericanos han decidido que no se llevarán a cabo las votaciones en las ciudades del 'triángulo sunita', Mosul, Tikrit y Falluya .

Con los comicios decididos, patrocinados y organizados por Estados Unidos, se conformará una Asamblea Nacional de 275 miembros, a cargo de crear una constitución. En total se postularon 7.200 candidatos, de 60 partidos diferentes, lo que equivale a nueve grandes tarjetones que deberán manejar unos votantes acostumbrados a elecciones en las que sólo había un postulante: Saddam Hussein. Un gran cambio para los iraquíes que han inundado de propaganda política las paredes de las ciudades.

Hay tres partidos fuertes. El mayoritario es la Alianza Iraquí Unida, cuya cabeza, a pesar de no ser candidato, es el líder chiíta gran ayatola Alí al-Sistani. En sus listas está el antiguo protegido del Pentágono y primer gobernador de Bagdad, Ahmad Chalabi, que como ha sido comprobado tiene fuertes vínculos con el gobierno iraní.

La Lista Iraquí, partido encabezado por el actual primer ministro, Ayad Allawi, tiene el segundo puesto. Allawi tiene el apoyo de Estados Unidos, que lo nombró en el cargo y lo tuvo como informante de la CIA durante el régimen de Saddam. El tercer partido, de miembros mayoritariamente sunitas, se llama Los Iraquíes. El líder de este partido es el presidente provisional Ghazi al-Yawar, que a pesar de ser cercano al gobierno Bush, como sunita pidió aplazar las elecciones para que sus correligionarios lograran organizarse y participar.

Quienes integren la Asamblea enfrentarán grandes retos. "Primero deberán lograr la partida de los estadounidenses, además de reestablecer los servicios básicos, la infraestructura y la seguridad, así como las relaciones comerciales con el resto del mundo, y de prevenir que el gobierno se desmorone a causa de los conflictivos intereses políticos dentro de Irak", explicó a SEMANA William Ayres, director del departamento de relaciones internacionales de la Universidad de Indianápolis.

Pero la sola mención de estos retos es una muestra de la extrema dificultad que espera a los primeros diputados de la era pos-Saddam. Las razones son múltiples y tienen que ver con el origen de Irak y su composición étnica y cultural, que hacen que consolidar una democracia al estilo occidental pueda ser una utopía sin sentido.

Irak es un Estado artificial, sacado de los despojos del Imperio Otomano por los británicos después de la Primera Guerra Mundial. En él fueron integrados tres grupos claramente diferenciados y antagonistas entre sí. Al norte se encuentran los kurdos, una etnia reprimida durante el gobierno de Hussein que goza desde la primera guerra del golfo de la protección de Estados Unidos y que aspira constituir un nuevo país, el Kurdistán, en un territorio que abarca porciones de Irak, Turquía y Siria. Ellos representan aproximadamente el 10 por ciento de la población. En la región central, donde se concentra el mayor foco de violencia, se encuentran los musulmanes sunitas, cuyo grupo minoritario dominó con mano de hierro al país a través del partido laico Baaz, la agrupación de Saddam Hussein. Y el sur está poblado mayoritariamente por chiítas, que son el 60 por ciento de la población y pertenecen a una secta musulmana extremadamente religiosa, que cree en la la shari'ah, ley del Islam, cuyos líderes religiosos, los ayatolas, tienen una fuerte influencia política, y son aliados naturales de sus vecinos, los gobernantes de la república islámica del Irán.

Anticipadamente se puede asumir que los partidos chiítas ocuparán la mayoría de las sillas en la nueva Asamblea, por lo que muchos sunitas, temerosos de ser objeto de retaliaciones de los antiguos oprimidos, probablemente no aceptarán la legitimidad de los resultados. El hecho de que varias ciudades del triángulo sunita estarán excluidas de los comicios por razones de seguridad no hará más que aumentar sus quejas. Y los kurdos probablemente no aceptarán ningún arreglo que signifique un detrimento de su relativa estabilidad y autonomía adquiridas en los últimos años.

Lo que más inquieta a muchos analistas occidentales es que los chiítas podrían aprovechar la oportunidad para encaminar al país hacia su conversión en una república islámica al estilo de Irán. Ese sería el peor escenario para el gobierno de George W. Bush, que aspira convertir a Irak en la demostración de que en el mundo musulmán es posible establecer una democracia al estilo occidental. La constitución de una república islámica sería una catástrofe porque estaría estrechamente asociada a Irán, uno de los integrantes del 'Eje del Mal' declarado por George W. Bush y el peor enemigo de Estados Unidos en la región. "Irán hará todo lo que pueda para influenciar los resultados políticos en Irak", dijo el profesor Ayers.

Ese resultado sería exactamente el contrario del esperado por Washington. Y sería la demostración viva de que la democracia, como la concibe Washington, no es necesariamente un bien exportable.

Los ayatolas iraquíes han dicho que no les interesa el poder y que limitarán su influencia a los asuntos espirituales. Pero ellos no conciben ningún poder que no provenga de Dios, y el ejemplo de Irán, donde el líder espiritual, el ayatola Alí Jamenei, gobierna más que el presidente Mohamed Jatamí, no es alentador. Para completar, los chiítas practican el código de la taqiyah, la autorización divina a negar sus creencias si ello es necesario para alcanzar sus objetivos. Esto haría que las verdaderas intenciones de los chiítas sean desconocidas para el mundo, al menos por ahora.

Y está el problema de hasta cuándo se mantendrán las tropas norteamericanas, una decisión que está totalmente por fuera del alcance de cualquier autoridad iraquí. Nadie garantiza que con las elecciones termine la violencia. Los organismos de seguridad de Irak son débiles y se encuentran infiltrados a todos los niveles, por lo que no ofrecen ninguna garantía en caso de tener que asumir la protección de sus débiles instituciones. Así que, míresele por donde se le mire, la situación de Irak sólo tiende a empeorar. Las consecuencias que ello tenga para la segunda presidencia de George Bush son la gran pregunta.