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Reagan recibe en Washington al nuevo ídolo: Gorbachov

4 de enero de 1988

Uno no sabe todavía si el evento dará para que a Mikhail Gorbachov le hagan una estatua en Washington o si, más bien, para que le reserven aunque sea una esquinita en Disney World, pero--tal como están las cosas--todo puede esperarse. Al fin y al cabo, este ciudadano soviético de 56 años que será a lo largo de esta semana el huesped número uno de la capital de los Estados Unidos, puede acabar robándose el espectáculo nada menos que en la tierra del Showbusiness.

Es esa, sencillamente, la razón por la cual la cumbre entre los jefes de las dos superpotencias tiene, especialmente en esta oportunidad, un saborcito de agradable incertidumbre Aunque de por sí las reuniones de este nivel son tan escasas y atractivas como las grandes bodas de la realeza o las "peleas del siglo" en el mundo del boxeo, hay factores particulares que le hacen pensar a los especialistas que, después de estos cuatro días de conversaciones en Washington, este planeta puede dejar de ser el mismo.

Y no es para menos. Cuando este martes a las 2 de la tarde, Ronald Reagan y Mikhail Gorbachov se encuentren en la sala este de la Casa Blanca para estampar su firma en un documento de cerca de 200 páginas, que contempla la eliminación de todos los misiles nucleares de corto y mediano alcance que cada uno de sus países posee, se estará escribiendo uno de los capítulos más importantes en la historia del mundo contemporáneo.

Pero a diferencia de otras oportunidades en las cuales la ceremonia del "Autógrafo" constituía el final de la historia, en ésta la diferencia radica en que puede ser el comienzo de una nueva era dentro de la carrera armamentista . Tal como anotara un comentarista de la televisión italiana la semana pasada: "Ahora vamos a ver si podemos entrar en la carrera desarmamentista".

Semejante inquietud es definitiva en un planeta que cuenta con el poder de fuego suficiente para destruirse varias veces. Los buenos augurios que circundan la cumbre de esta semana, han llevado a pensar a muchos que la firma del tratado del 8 de diciembre, debe ser tan sólo el abrebocas de un banquete en el cual el plato fuerte sea una reducción sustancial en el arsenal nuclear.

En "plata blanca" lo que Reagan y Gorbachov van a hablar durante cinco reuniones diferentes es si se ponen de acuerdo para recortar en un 50% la cantidad de bombas nucleares que cada bando tiene hoy en día. Si esa propuesta sale adelante, se calcula que cada superpotencia quedaría con "únicamente" unas 5 mil cabezas nucleares dentro de su arsenal. Aunque cada una de esas tiene un poder suficiente para producir daños similares o mayores a los dejados por la bomba atómica en Hiroshima hace 42 años, en todo caso se considera que el mundo quedaría un poco más a salvo de una hecatombe.

Largo camino
La posibilidad de que eso pueda suceder, e incluso de que se pueda discutir, era realmente nula hace apenas dos años largos.

La televisión norteamericana todavía pasa, de tiempo en tiempo, apartes de un discurso de Reagan en el cual éste tildaba a la Unión Soviética de "imperio del demonio en el mundo". Con semejantes opiniones a nadie le pareció raro que durante la primera mitad de esta década los Estados Unidos se embarcaran en un ambicioso programa de "reconstrucción" de su capacidad militar, lo cual condujo a que el ambiente entre las dos superpotencias fuera el más tenso desde la época de la crisis de los misiles en Cuba, a comienzos de los años 60.

Semejante actitud sólo hizo máduras las cosas con Moscú. En medio de un relevo de poderes en el cual la batuta en el Kremlin cambió cuatro veces de mano entre 1982 y 1985, la respuesta soviética no fue precisamente la de ofrecer la otra mejilla.

Sin embargo, los tiempos cambian. La reelección de Reagan y el surgimiento de Mikhail Gorbachov, un dirigente 20 años menor, representante de las "nuevas generaciones", le hizo pensar a algunos optimistas que ya era posible esperar al menos un intercambio amistoso entre ambas superpotencias.

Los meses siguientes confirmaron esa hipótesis. Al cabo de una cumbre inicial en Ginebra, Suiza, donde ambos líderes rompieron el hielo, las cosas empezaron a marchar.

No obstante, lo que nadie se esperaba era que las sorpresas las diera el soviético. A los pocos meses de haberse fortalecido en su puesto, ya Gorbachov estaba haciendo populares dos palabras: Glasnost (transparencia) y Perestroika (reestructuración), indicando que tenía toda la intención de mover la paquidérmica burocracia soviética en la dirección correcta.

Dentro de esa nueva orientación, quedó en claro que el punto del desarme era fundamental. Si Gorbachov deseaba cambiar las cosas en su país, necesitaba recursos y estos debían salir de un recorte en los gastos militares.

La magnitud de las intenciones del Kremlim quedaron claras hace 13 meses en Islandia, cuando en su segunda cumbre con Reagan, Gorbachov dejó fríos a los negociadores norteamericanos al proponer recortes radicales en el arsenal nuclear. Aunque en ese entonces no se llegó finalmente a un acuerdo, la posición soviética dejó en claro que la voluntad de negociar era en serio.

Esa intención le acabó cayendo como anillo al dedo a Reagan con el pasar de los primeros meses de este año. Desacreditado por la explosión del escándalo Irán-contras, el Presidente norteamericano se vio en la necesidad de buscar un arreglo con los soviéticos si quería demostrar que era todavía capaz de gobernar el país.

Ya con esas condiciones puestas, el resto fue rápido. En escasos 4 meses soviéticos y norteamericanos se pusieron de acuerdo sobre temas en los que estaban bloqueados desde noviembre de 1981. En el acuerdo de esta semana ambos se comprometieron a eliminar los misiles de corto y mediano alcance que tenían instalados en territorio europeo, haciendo concesiones que en otra época habrían sido impensables. Entre otras cosas, ambos países aceptaron el establecimiento de comisiones del otro, que se encargarán de verificar sobre el terreno la destrucción de los proyectiles. Gracias a esa "buena voluntad", la URSS desmontará unas 1.500 cabezas nucleares y los Estados Unidos 350, con un poder de fuego acumulado, superior--en opinión de algunos--a todos los explosivos que se han detonado en el viejo continente desde que se inventó la pólvora.

Lo malo del cuento
Hasta ahí, todo parece relativamente sencillo. Cualquiera podría pensar que a este ritmo se puede llegar relativamente rápido a un clima verdaderamente nuevo entre las superpotencias, en el cual esté cercano el día de la paz y la concordia eternas.

La realidad, lamentablemente, parece ser otra. En Occidente ya se están empezando a levantar las voces de protesta por lo que se considera por algunos como demasiada largueza con la URSS. En Europa, por ejemplo, hay especialistas que señalan que las democracias del continente quedarán desprotegidas ante un ataque "convencional" por parte del bloque comunista, pues los misiles eran una forma de intimidación.

A pesar de que la OTAN todavía cuenta con cerca de 4 mil bombas nucleares y de que tanto Francia como Inglaterra tienen sus propios proyectiles, ciertos expertos militares subrayan que el Viejo continente está "indefenso" .

Esa manera de ver las cosas es todavía más extrema en algunos sectores conservadores en Estados Unidos que han llegado a preguntarse si Reagan se "voltió". Tal opinión hace que sea difícil que el tratado de esta semana sea ratificado por el Senado norteamericano por una mayoría de dos tercios. Aún en el mejor de los casos, los especialistas mantienen que la ratificación va a pasar por un margen estrecho, con lo cual la derecha va a dejar en claro que un acuerdo más ambicioso (como el del recorte del 50% del arsenal) no tendrá el voto favorable del Senado. Los principales opositores de la idea han dicho a los cuatro vientos que los soviéticos son tramposos y que por lo tanto es imposible hacer tratos con ellos. Como ejemplo, se citan supuestas violaciones de la URSS a tratados en la misma materia.

Para cambiar esa desconfianza algo muy raro tendría que pasar. En un país donde por muchos años se ha escuchado la consigna del better dead than red (primero muerto que comunista) hay poco espacio para aquellos políticos que se muestran suaves con la URSS.

De los seis precandidatos republicanos a la presidencia, sólo el vicepresidente actual George Bush, dice que el trato es bueno.

Encanto soviético
Claro que eso no impide que Gorbachov haga su juego. Al cabo de repetidas oportunidades en las que ha sorprendido a sus interlocutores, no hay duda de que el jefe del Kremlin sabe que puede ejercer presión de varias maneras.

Una de ellas es la sorpresa. La semana pasada la gran pregunta en Washington era la de determinar cuál iba a ser el regalo decembrino de "Gorby", como lo llaman los humoristas. Entre otros, el jefe del Kremlin puede ofrecer una retirada de las tropas soviéticas de Afganistán, o una disminución unilateral de las tropas soviéticas estacionadas en Europa oriental, o una garantía de mayores facilidades de emigración para algunas minorías.

Una concesión de ese tamaño, aparte de darle a Gorbachov el protagonismo de la cumbre, puede dar muy buenas utilidades si se le combina con el estilo personal del hombre fuerte soviético. En particular, el Secretario General del PCUS sabe que tiene imagen y "angel" ante las cámaras, con lo cual puede apelar directamente a los votantes norteamericanos. Su entrevista con Tom Brokaw, anchorman de la NBC, y su facilidad al contestar preguntas a quemarropa, lo colocan en una muy buena posición en un país donde el mensaje entra casi exclusivamente por los ojos.

El fenómeno Gorbachov puede llegar a ser definitivo en una nación que ha dividido tradicionalmente al mundo entre héroes y villanos. En las últimas encuestas, el líder soviético tiene un índice de aprobación del 54%, cifra más alta que la que se le otorga a muchas personalidades políticas norteamericanas. Por lo tanto, si juega bien su carta ante la opinión es probable que Gorbachov se salga con la suya en cosas que hoy parecen muy difíciles.

Si no es así, en cualquier caso el balance para los soviéticos es positivo. En las oportunidades anteriores en las que Brezhnev se reunió con Nixon y después con Carter, era claro quién representaba al papel del bueno y quién el del malo. Ahora, cuando el rol del joven emprendedor le corresponde al líder soviético ya la diferenciación no es tan clara.

Aún Reagan, quien durante años fue el líder indisputado en lo que a manejo de imagen se refiere, no deja de aparecer un poco a la defensiva ante alguien que le plantea batalla en los mismos términos. Es precisamente el Presidente norteamericano el que tiene que ingeniarse cómo cosechar de la mejor manera posible los frutos de la cumbre. En los últimos doce meses el jefe de Estado norteamericano no las ha tenido, ni mucho menos, todas consigo. Después de que su partido perdiera el control del Senado, le llegó la hora de los debates sobre el affaire Irán-contras y aún en el terreno de la economía, donde se suponía que estaba a salvo, tuvo que salir a calmar los ánimos después del terremoto que sacudió a las bolsas de valores del mundo el pasado 19 de octubre.

Por lo tanto, Ronald Reagan tiene que volver a tomar el look de jefe de Estado que alguna vez tuvo. Al recibir en Washington a Gorbachov se asegura de una ventaja indiscutible pero corre el mismo peligro que un equipo de fútbol cuando juega de local: si pierde, la afición se le va a volver en contra.

Esas, y varias consideraciones más, son las que van a estar pasando por la mente de los analistas a lo largo de esta semana, entre el arribo de Gorbachov a las 4:30 de la tarde del lunes, y su salida en la noche del jueves. En el intermedio se encuentran los compromisos sociales del caso: comidas en la Casa Blanca, el departamento de Estado y la embajada soviética. Pero nadie duda que todo lo que pueda haber de importante va a tener lugar en la Casa Blanca cuando, acompañados tan sólo por sus intérpretes, ambos líderes se sienten a hablar frente a frente.

Si las cosas marchan bien, la próxima cita será en mayo en Moscú. Si no, Gorbachov esperará en el Kremlin al sucesor de Reagan el cual, por más que se demore, va a tener que acabar hablándole al líder soviético. Al fin y al cabo, ambas potencias saben que así estén irreconciliablemente aparte en el terreno ideológico, es indispensable mantener abiertos los canales de comunicación tanto para asegurar su propia supervivencia, como quizás la del resto del planeta. Incluso aunque en el futuro no se vuelva a tener una cumbre tan llena de augurios como esta, la receta seguirá siendo recomendada porque tanto Gorbachov como cualquiera de los próximos cinco presidentes de los Estados Unidos que tendrán que entrevistarse con él (dada la longevidad de los dirigentes soviéticos es probable esperar que el actual permanecerá unos 20 años mas), deben entender que es mejor hablar antes de disparar y no todo lo contrario. Esa lección, en cualquier caso, fue aprendida por Ronald Reagan, el anticomunista por excelencia quien después de tanta película de vaqueros, por fin entendió que no siempre que se tiene un enemigo enfrente hay que recibirlo con la pistola montada.