Asesino, ladrón e impune

2 de febrero de 2008

La muerte del ex dictador indonesio Suharto convirtió su caso en un ejemplo histórico de impunidad. Tras derrocar en 1965 a su antecesor Sukarno, un antiimperialista con lazos con el bloque socialista, desató una purga de izquierdistas y comunistas en la que murieron entre 500.000 y un millón de personas. Diez años más tarde refrendó su título de genocida tras la invasión a Timor Oriental en 1975, donde murieron cerca de 200.000 timorenses, casi la mitad de la población de ese enclave católico. Su punto fuerte fue el crecimiento económico de su país, pero una vez terminada la Guerra Fría, cuando Suharto dejó de ser útil para Washington, salieron a relucir los desfalcos de su régimen. Sus robos, que alcanzaron los 15.000 millones de dólares, le hicieron encabezar la lista del Banco Mundial de los gobernantes más corruptos del mundo. Dimitió presionado por sectores sociales y militares luego de la crisis asiática, en 1997. Su deteriorada salud siempre fue la excusa para evadir los llamamientos a juicio, hasta que el 27 de enero murió conectado a una máquina de respiración, sin haber pagado un solo día de cárcel.