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¿30 candidatos presidenciales?

Ya van 29. En la baraja hay aspirantes serios, soñadores ingenuos y otros que simplemente quieren adornar su hoja de vida.

26 de agosto de 2017

Se podría pensar que buscar la Presidencia es menos atractivo que nunca. La polarización, los escándalos de corrupción y la desaceleración económica no son condiciones ideales para llegar a la casa de Nariño. Por eso es una paradoja que la audiencia siga creciendo. Esta semana se sumaron dos nombres que no propiamente entran al juego en condición de favoritos: Jairo Clopatofsky y Rubén Darío Lizarralde. Y en los próximos días llegará al lote Timoleón Jiménez, por la nueva fuerza que crearán las Farc.

Que hayan proliferado los candidatos se explica porque todos los partidos están divididos pues la inscripción por firmas se puso de moda; y porque los ciudadanos están tan confundidos y los votos tan atomizados que ningún aspirante cuenta con un apoyo sustancial en las encuestas. Como casi todos tienen menos de 10 puntos y muchos apenas uno o dos, cualquiera que entra piensa que puede superar estas cifras. En tierra de ciegos el tuerto puede acabar siendo el rey.

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Casi todos saben que el próximo siete de agosto no tendrán en el pecho la banda presidencial, sin embargo están en el juego para lograr otros objetivos diferentes al triunfo total. En las contiendas presidenciales se aplica el principio de Maturana: perder es ganar un poco.

Para comenzar, la mayoría de los aspirantes piensa que si bien no van a ganar,  por lo menos pueden quedar posicionados hacia el futuro. En Colombia hay una tradición larga de presidentes que llegaron al poder después de haber sido derrotados. Ese fue el caso  de López Michelsen, de Belisario Betancur, de Ernesto Samper, de Andrés Pastrana y habría sido el de Luis Carlos Galán si no lo hubieran asesinado. A todos ellos una primera derrota los convirtió en casi seguros triunfadores en la elección siguiente. Y en 2018 Marta Lucía Ramírez y Clara López tienen ventaja sobre los demás por haber alcanzado casi 2 millones de votos en 2014.

No tener posibilidades de triunfo no hace ilegítima una aspiración presidencial. Los debates que ya se iniciaron han mostrado que en el grupo hay figuras con conocimiento y trayectoria que no pasarán a la segunda vuelta, pero que se valorizarán politicamente. Más de la mitad de los actuales candidatos no tienen la más remota posibilidad de ser presidentes en 2018. Sin embargo, si se lucen en la campaña tendrán un abanico de opciones abiertas como la vicepresidencia, los ministerios, las embajadas, las gobernaciones y las alcaldías. Varios derrotados de los últimos años –Germán Vargas, Rafael Pardo, Clara López, Enrique Peñalosa, Gustavo Petro– han sido protagonistas de la vida nacional después de haber perdido elecciones presidenciales.

No hay solo consideraciones legítimas para lanzarse al ruedo presidencial. También hay razones de simple vanidad u oportunismo. Colombia es un país único en el que el título de excandidato se pone en la hoja de vida como un logro. Y estar en la pelea es para muchos la posibilidad de hacerse conocer a través de pantallazos en televisión y obtener otros beneficios que entraña una precandidatura. Hacerse conocer valoriza un nombre y eso no solo sirve en el sector público sino también en el privado.

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Muchos aventureros presidenciales se lanzan porque creen que al haber ocupado un cargo público tienen un nivel de reconocimiento importante. Cuando se es ministro o congresista hay micrófonos, cámaras, ruedas de prensa, escoltas, motocicletas y sobre todo lagartos que hacen pensar al personaje que está en la antesala de un gran salto. Eso sin embargo no es así. El 99 por ciento de los colombianos no tienen la menor idea de quienes son la mayoría de los ministros ni los senadores o representantes. Solo registran a los poquísimos que se vuelven estrellas mediáticas por ser protagonistas del momento.  Juan Manuel Santos, por ejemplo, después de 20 años de hacer política y dos ministerios, solo despegó después de dar de baja a Raúl Reyes y la operación Jaque.

Por lo general hay dos tipos de fórmulas que hacen pensar a los candidatos que tienen una posibilidad de llegar a la casa de Nariño. La primera es la de la experiencia. En otras palabras tener una extensa hoja de vida que pruebe un bagaje importante. La otra es creer que ante el desgano colectivo frente a lo conocido, la estrategia es ser o parecer una cara nueva. Esto último se podría llamar el “efecto Macron”. El presidente de Francia está de moda por haber ganado cuando nadie pensó que tenía posibilidades. Sin embargo, el rechazo al establecimiento en Francia era tan grande que su figura joven y fresca se convirtió  en símbolo de renovación y derrotó a las vacas sagradas.  Algo parecido sucedió con el expresidente Uribe, que se lanzó, según el mito ampliamente difundido, con el 2 por ciento de reconocimiento y arrasó con sus rivales.

Muchos de los actuales precandidatos aspiran a ser el Macron colombiano o el segundo Uribe. Es lo que se ha denominado el outsider, que en el fondo consiste en parecer nuevo sin serlo. Aunque quien más encarna este fenómeno es Sergio Fajardo, la mayoría de los desconocidos  tienen un Macron en su corazoncito. Y si son del Centro Democrático albergan la esperanza de la bendición de Uribe. 

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Ese deseo de renovación es un fenómeno bastante universal. En Estados Unidos, por ejemplo, la búsqueda de algo diferente ha explicado el triunfo no solo de Donald Trump, sino también de Barack Obama.  Sin embargo, como lo demuestra el caso de Trump, el rechazo a lo tradicional definitivamente no siempre es la solución. No obstante, la antipolítica está de moda y Colombia no es la excepción.  El Congreso y los partidos son las instituciones que más desconfianza generan. Pero hay excepciones.  Los radicales que hablan duro, tiran piedra y arremeten contra el establecimiento despiertan más entusiasmo que los que lo defienden. De ahí que a personajes como Gustavo Petro, Jorge Robledo o Claudia López les va mejor en las encuestas que a veteranos asociados con el statu quo.  La excepción a esta regla es el apellido Galán, que automáticamente conlleva buena imagen.

El prejuicio negativo frente al Congreso le ha quitado su función natural de ser un escenario para que crezcan los liderazgos. Por eso figuras como el exalcalde de Santa marta Carlos Caicedo y el exgobernador del Valle, Ubeimar Delgado, consideran que una buena gestión a nivel regional es una mejor plataforma para saltar a lo nacional.

Es casi seguro que el grupo de candidatos empezará a depurarse en septiembre, cuando tengan lugar las convenciones de algunos partidos, pero aun así el número seguirá siendo exagerado. Eso creará un problema en relación con los debates en televisión. Todos quieren aparecer, pero cualquier debate con más de diez participantes carece de sentido.  Cada uno alcanza apenas a decir dos o tres frases y no hay posibilidad de profundizar temas o de tener una confrontación real de ideas.  Habrá que establecer unas reglas de juego que seguramente dejarán descontentos a muchos.

En la mayoría de los casos ser candidato es una tarea ingrata.  Trabajan igual de duro los que tienen posibilidades que los que no existen para la opinión. Los medios se concentran en los cuatro o cinco que van punteando y le dan un cubrimiento marginal al resto.  Aspirantes serios que se lucen en los debates y que tienen dominio de los temas no tienen el reconocimiento que merecen por no haber despegado en las encuestas.  Y esto es un círculo vicioso pues no puntean en las encuestas porque no aparecen en los medios.