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“A los 33 me retiro” ha declarado Joaquín Cortés en Cartagena

El bailarín y bailaor español Joaquín Cortés ha declarado en rueda de prensa realizada la víspera de la primera de sus dos presentaciones en el Palacio de los deportes de la capital colombiana que dejará los escenarios cuando cumpla los 33 años.

Emilio Sanmiguel
18 de diciembre de 2000

Cuando se encuentra en la cúspide de su carrera en condiciones sin precedentes en la historia de la danza, el bailarín y bailaor español Joaquín Cortés ha declarado en rueda de prensa realizada la víspera de la primera de sus dos presentaciones en el Palacio de los deportes de la capital colombiana que dejará los escenarios cuando cumpla los 33 años. Una noticia, por lo menos, desconcertante, porque hechas sumas y restas significa que a lo sumo el mundo aplaudirá a esta especie de Nijinski de la danza flamenca por unos tres años más.



Naturalmente Cortés se ha permitido observar que ello no significa que abandone el mundo de la danza. Por el contrario, ha afirmado que piensa continuar coreografiando, al lado de otras actividades como la actuación.



Por supuesto, una decisión tan radical ha puesto una vez más sobre el tapete el asunto de retiro de los artistas, en especial las estrellas de la danza. Porque la segunda mitad del siglo XX tuvo los dos extremos.



En primer término el caso de Rudolf Nurejev, quizá el más admirado bailarín clásico del siglo XX, que se negó a abandonar los escenarios cuando ya sus condiciones dancísticas no le permitían mantenerse de manera decorosa en las tablas, pero recurría entonces a su legendario prestigio y su carisma, suficientes para que su nombre generara en las taquillas el deseado letrerillo: boletería agotada.



En las antípodas de Nurejev se situó su compatriota Mikhail Baryshnikov. Si hemos de ser honestos, muchísimo más preparado técnicamente hablando que Nurejev, de hecho uno de los bailarines más asombrosos de la historia. La carrera de Baryshnikov, al igual que la de Nurejev, se disparó a la fama gracias a su publicitada deserción en una gira por occidente del Ballet Kirov. Pero al contrario del primero, Baryshnikov tomó la decisión de dejar la danza clásica cuando apenas había cumplido los 40 años; aún se mantiene activo como bailarín, pero en la danza moderna, que tiene exigencias técnicas menos despiadadas e inhumanas que el ballet clásico.



La decisión de Joaquín Cortés no alcanza a ubicarse en ninguna de las dos tendencias mencionadas, porque no se retira tarde, tampoco lo hace a tiempo: ¡deja los escenarios prematuramente! Y eso ha quedado claro a raíz de sus dos presentaciones en Bogotá la semana que termina.



A Cortés no se lo puede instalar en la galería de quienes estuvieron en activo más tiempo del justificable, como Nurejev, Maya Plitseskaya o Alicia Alonso, y tampoco se acerca a la pequeñísima constelación de quienes abandonaron las tablas justo a tiempo, como Baryshnikov, Natalia Makarova o Gelsey Kirkland. Eso, claro, puede verse como una especie de despiadado y severo ejercicio de la autocensura. Cuando se sabe bien que en su mundo, el del flamenco, los bailarines tienen carreras excepcionalmente largas, más aún, algunas de las grandes estrellas de las primeras décadas del siglo XX bailaron, con un estimable suceso, hasta la vejez.



De modo que queda apenas el espacio para las especulaciones. Y en ese orden de ideas, pues lo más obvio que llega ala mente tiene que ver con la esencia misma de Cortés, como ser humano y como artista: que es un gitano. Que se trata de un caso sin precedentes en la historia de la danza moderna, porque al igual que su arte, sigue en su trabajo el doble camino de los instintos estrechamente ligados con la disciplina más exigente.



Ese ha sido el recorrido vital del pionero del flamenco moderno: empezar a bailar el flamenco más ortodoxo de la mano de uno de sus tíos, a los 14 años abandonar ese mundo para ingresar al Ballet Nacional de España, y cuando empezaba a tocar la cumbre como bailarín clásico, dejarlo todo para seguir su instinto y empezar a escribir el incierto capítulo del flamenco moderno, y de su fusión con otros ritmos. Ahora, cuando no solo ha escrito una página fundamental en la historia de la danza moderna, sino que se encuentra en la cumbre de sus facultades dancísticas, de nuevo deja la impresión de que piensa seguir sus instintos de nuevo, abandonando la escena para iniciar una nueva experiencia vital y artística.



En realidad a Joaquín Cortés no se lo puede ni juzgar, ni medir, con la misma vara que ha servido para Nurejev, Baryshnikov, o su compatriota Nacho Duato. Hay que medirlo con la más subjetiva, la misma que sirvió para medir a Nijinski, que con sus actuaciones delirantes e imposibles de encasillar, y con apenas tres propuestas coreográficas, a principios del siglo XIX, cambió para siempre los rumbos de la historia de la danza y el ballet. Es que no es una herejía verlo como el Nijinski del flamenco.